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– Es una de las historias preferidas de mi madre. Un caballero a lomos de un corcel blanco viene a rescatar a una princesa encerrada en una mazmorra custodiada por demonios negros. Ella ve el mundo en blanco y negro. -¿Y tú?

– No -sacudió la cabeza-. Las cosas nunca han sido tan sencillas.

– Te entiendo, pero le prometí a tu madre que te haría llegar su mensaje. Eres su única hija y quiere que vuelvas a casa.

– Eso no es ninguna novedad.

– Si quieres volver y encontrar un empleo diferente, tal vez pueda ayudarte.

– Gracias, pero ahora gano dinero por mi cuenta. Soy mi propia jefa y no tengo que aguantar toda esa mierda de la política.

– ¿Piensas trabajar en esto toda tu vida?

– No, todavía soy joven. Cuando haya ganado suficiente dinero, empezaré algo diferente, algo que tenga que ver con lo que yo quiero. Supongo que no quieres volver a mi habitación.

– No, tengo que irme. Tengo mucho trabajo.

– No tienes que darme explicaciones.

– Espero que volvamos a vernos… en circunstancias diferentes.

– Yo llevaba… una vida honrada… hasta hace unos dos o tres meses. Quiero que lo sepas.

– Lo sé.

– ¿Lo sabes porque eres inspector jefe?

– No, pero yo también quiero que sepas que eres una mujer atractiva.

– ¿Eso crees?

– Eso creo, pero soy "poli". Lo he sido durante muchos años. Así es mi vida.

Ella asintió con la cabeza, como si fuera a decir algo, pero al final calló.

– En cuanto a la vida que llevo, tampoco tiene nada de especial.

– Ya te entiendo.

Bueno, cuídate. Adiós -dijo Chen y comenzó a alejarse-.

El aire olía a lluvia cuando tomó un autobús para volver a la Casa de los Escritores. Estaba lleno, y él se sintió mal y comenzó a sudar de nuevo. En cuanto llegó a su habitación, se metió en la ducha, la segunda en aquel día, y de nuevo faltó el agua caliente. Salió rápidamente del cuarto de baño. Se sentó en la cama y encendió un cigarrillo. La primera ducha en el piso de Xie había estado mucho mejor. Le daba lástima que la chica se ganara así la vida, pero él no estaba en condiciones de remediar nada. Había sido decisión de ella. Si el trabajo era sólo provisional, como había dicho, quizá le esperase un futuro diferente. Había una cosa que, como policía, se suponía que debía hacer, y era informar de su empleo ilegal a las autoridades locales, pero decidió no hacerlo. Ouyang todavía no había vuelto. Chen sabía que había llegado la hora de dejar Guangzhou. Una vez cumplida su misión, debería haber invitado a Ouyang a una cena de despedida, aunque se sentiría culpable de seguir ocultando su identidad no poética a quien había llegado a considerar un amigo. Le escribió una breve nota, diciendo que tenía que volver a Shanghai urgentemente y que se mantendría en contacto. También le dejó el número de teléfono de su piso. Añadió unos versos de Li Bai a la nota:

«Tan profundo como puede ser el Lago de la flor de melocotón,

si bien no tan profundo como la canción que tú me cantas.»

Y luego bajó a pagar a la recepción.

CAPÍTULO 25

Inspector jefe Chen al habla -dijo tras coger el teléfono-.

Era la primera mañana que pasaba en el despacho tras su regreso de Guangzhou. Apenas había tenido tiempo para prepararse una taza del té Hei Long que le había regalado Ouyang cuando sonó el teléfono.

– Le llamo del Comité de Disciplina del Partido en Shanghai. La camarada directora Yao Liangxia quiere verlo hoy.

No se lo esperaba. La voz al otro lado del teléfono tenía un timbre agresivo.

– ¿La camarada directora Yao? ¿De qué se trata?

– Eso se lo aclarará la camarada Yao. Creo que sabe dónde queda nuestra oficina.

– Sí, lo sé. Llegaré dentro de un rato.

Yao Liangxia, cuyo difunto marido había sido un miembro suplente del Comité Central en los años sesenta, también era una influyente figura del Partido. ¿Por qué querría verlo?

Chen echó una mirada en el despacho grande. El inspector Yu no había llegado aún y el Secretario del Partido Li no solía hacerlo hasta después de las diez. Podría redactar su informe sobre Guangzhou al volver del Comité de Disciplina del Partido.

La oficina del Comité estaba en la mansión Zhonghui, uno de los impresionantes edificios coloniales en la esquina de las calles Sichuan y Fuzhou. Había pasado por delante muchas veces, pero no se había percatado de que tantas instituciones tuvieran su sede ahí: La Sociedad para la Salud de la Tercera Edad, El Comité de Derechos de la Mujer, La Asocia ción de Derechos del Consumidor…

Estuvo varios minutos buscando en la lista antes de encontrar la oficina de la directora Yao en el piso número trece.

El ascensor estaba impregnado del aroma de un ambientador supuestamente elegante. En el interior, el aire era irrespirable. Chen no pudo evitar la sensación de que estaba en una jaula, incluso cuando salió, justo delante de la oficina de Yao.

El Comité de Disciplina del Partido había sido creado a principios de los años ochenta, con su sede central en Beijing y delegaciones en todas las grandes ciudades. Después de la Revolución Cultural, se constató que el Partido, con un poder ilimitado y no sujeto a censura alguna, era incapaz de resistirse a la corrupción, la cual, con el tiempo, provocaría su caída. Por eso, el Comité, integrado básicamente por cuadros jubilados, nació con el fin de impedir y castigar los abusos de poder de los miembros del Partido. Su principal función como cancerbero consistía en ejercer una especie de censura, aunque no actuaba como un organismo independiente. Había llevado a cabo varias investigaciones sobre casos de corrupción dentro del Partido, pero la mayoría de las veces sólo ladraba y no mordía. Sin embargo, ya que estaba autorizado a investigar sobre los antecedentes de los miembros, influía en la promoción de los cuadros jóvenes.

Llamó a la puerta, y apareció una mujer de edad mediana que lo miró intrigada. Cuando le entregó su tarjeta, la mujer, cuya voz Chen reconoció como la secretaria del teléfono, lo condujo a una sala de espera sobriamente decorada. Había un sofá tapizado en cuero de color nacarino, flanqueado por dos sillas de caoba y un perchero antiguo. Creía que la directora Yao lo haría esperar un rato, pero se sorprendió al ver que se presentaba de inmediato y le estrechaba la mano con firmeza. Lo invitó a entrar en su despacho y sentarse en una silla de cuero frente a una enorme mesa de encina. Yao era una mujer de aspecto imponente. Tendría unos setenta años, un rostro cuadrado y gruesas cejas. Vestía un traje oscuro, impecable, sin una sola arruga. Nada de bisutería. Apenas un poco de maquillaje. Se sentó con la espalda completamente recta. Parecía muy alta tras su impresionante mesa, quizá debido a la combinación entre su cuello almidonado, la espléndida vista desde la ventana a sus espaldas y la silla de Chen, mucho más baja. Se sentía incómodo, como si fuera reo de un interrogatorio.

Camarada inspector jefe Chen, es un placer conocerlo.

Yao hablaba con un acento de Shandong muy pronunciado, algo que también coincidía con su imagen de "vieja marxista". Le recordaba a un personaje famoso de la película El incidente del cañón negro, una burócrata marxista que quedaba en ridículo porque salpicaba su discurso con citas de Marx y Mao. Chen la había visto con Wang, quien después bromeó sobre la posibilidad de que él se convirtiera en un "joven marxista".

– Y para mí un honor, camarada directora Yao.

– Probablemente no le sorprenderá saber que nosotros, los camaradas veteranos, le tenemos en alta estima, camarada inspector jefe Chen. He hablado con diversas personas y todas lo elogian como un joven cuadro despierto y diligente. Está en la lista del seminario del Instituto Central del Partido, ¿no es así?