Por encima del hombro de Ling, Chen divisó los muros rojos de la Ciudad Prohibida, resplandecientes bajo la luz de la tarde. Al otro lado del Puente de Piedra Blanca, se extendía el enorme conjunto central del Mar del Sur, donde vivía parte de los miembros del Comité. Ella le comentó que su padre no tardaría en mudarse allí. Su familia era mucho más poderosa que la de Vivien. En China, una familia como ésa podía inclinar notablemente la balanza. ¿Qué podía ofrecerle él? Unos cuantos poemas. Lo bastante romántico para pasar una tarde de sábado, pero no lo suficiente para la hija de un miembro del Comité Central. Chen, en esos instantes que ambos disfrutaban en el Lago del Mar del Norte, llegó a la conclusión de que, independientemente de lo que Ling hubiese descubierto en él, nunca sería el hombre de su vida.
– Antes de que me vaya -prosiguió Ling-, ¿podemos hablar de nuestros planes para el futuro?
– No lo sé… Quizá… Cuando vuelvas dentro de seis meses, podremos volver a vernos… Si todavía estoy en Beijing.
Ella no contestó.
– Lo siento, no sabía lo de tu familia.
Nada de planes para el futuro. No lo dijo abiertamente, pero ella entendió. Le prometió que se mantendría en contacto, aunque aquello no era más que una manera de disimular su ruptura. Ella aceptó su decisión sin protestar, como si estuviese esperándola. La Pagoda Blanca lanzó un destello bajo la luz del atardecer e iluminó sus ojos. Ella también era orgullosa. Después, Chen tuvo momentos de duda, aunque no tardó en desecharlos. No era culpa de nadie. Era la política en China. Era la decisión que tenía que tomar.
Cuando lo destinaron a Shanghai, se convenció de que había sido la decisión correcta. La estancia de Ling en Australia se prolongó seis meses más. Una tarde, en el casillero del correo del Departamento, encontró dos cartas. Una contenía un recorte de un periódico australiano con una foto de ella y la otra era de una revista local anunciándole que no publicarían sus poemas. Su nombre no era más que uno más entre muchos, un "poli" raso. Tampoco tenía grandes esperanzas de éxito en China con su estilo moderno.
El segundo año recibió una tarjeta postal de año nuevo desde Beijing, con lo cual supo que Ling había regresado de Australia. No habían vuelto a verse desde esa tarde en el parque del Mar del Norte. ¿Se habían separado realmente? ¿Por eso no se dijeron nada? Ella nunca lo había dejado, ni él la había olvidado. ¿Tal vez por ello Chen le escribió esa noche cuando se sentía totalmente derrotado? Pedir ayuda era lo último que quería hacer. En la Oficina de Correos no había dejado de decirse que escribía la carta en nombre de la justicia. Ella tenía que haberse dado cuenta de lo desesperado de su situación, y había hecho lo imposible, sirviéndose del peso de su familia, para apoyarlo. Se presentó ante el ministro Wen diciendo que era su novia, y ahora la influencia de su familia se hacía notar en la balanza de poder. Un HCS contra una HCS. Es lo que pensaría el ministro, y el mundo. Pero ¿qué significaría eso para ella? Un compromiso. La noticia de que un "poli" era su amante se difundiría rápidamente por los círculos que Ling frecuentaba. Ling le había dado mucho, y había pagado un alto precio. Aun así, le había dicho al ministro que era su novia, cuando en verdad, seguía soltera. Seguro que habría muchos jóvenes revoloteando a su alrededor, ya fuera por su familia o por ella misma. No había manera de saberlo.
De pronto recordó una imagen, la de una dama vestida a la antigua en una postal de la Fiesta de las Linternas que Ling le había mandado y que él conservó durante años. En los primeros momentos la asociaba a ella, pero luego se confundieron. Era la imagen de una mujer solitaria a la sombra de un sauce llorón, con un poema de Zhu Shuzheng, una brillante poetisa de la dinastía Song:
«En la Fiesta de las Linternas este año,
las linternas y la luna son las mismas de siempre.
¿Dónde está el hombre que conocí el año pasado?
Mis mangas de primavera están empapadas de lágrimas.»
Ling había escogido una tarjeta de papel de arroz de la Fiesta de las Linternas, con el cuadro delicadamente reimpreso y el poema escrito con elegante caligrafía. Ni una palabra de su puño y letra. Simplemente escribió su dirección y la firmó en la parte inferior. Chen decidió no seguir por ese camino. Aun sin saber el giro que los acontecimientos pudiesen haber cobrado, o los que todavía tomarían, estaba decidido a seguir con el caso hasta el final.
Cuando por fin llegó a la altura de su casa, el edificio ya estaba muy oscuro, un sello negro en el sobre estrellado de la noche. Apenas había cruzado alguna palabra con sus vecinos, pero sabía que todos los pisos del edificio estaban ocupados. Abrió la puerta en silencio. Se tendió en la cama y se quedó mirando el techo. Imágenes familiares y a la vez extrañas desfilaron por su cabeza. Algunas ya habían encontrado el camino entre los fragmentos de su poesía. Otras, todavía no.
«Ella se encuentra en la entrada del metro y lleva unos jacintos en los brazos, el mural de la joven uigur a sus espaldas caminando hacia éclass="underline" movimiento inmóvil, infinito, ligero como el verano en lágrimas agradecidas. En su pelo flota el aroma del jazmín y luego en su taza de té, mientras una rueda naranja gira en la ventana de papel. Sostiene su fiambrera bajo los antiguos tejados contra el cielo claro de Beijing. Despliega un manuscrito Tang en la sección de libros raros e interpreta su emoción como una especie de simpatía por los pececillos de plata que escapan de los ojos somnolientos de los tiempos. Sus pies descalzos bailan un bolero sobre el viejo suelo cubierto de polvo. El sol de la tarde dibuja su figura en el sampán. Viene hacia él a través de un laberinto de pasajes en una bicicleta que chirría bajo el peso de los libros que le trae. El grito de una paloma contra un cielo que se espesa…»
Se quedó dormido en medio de su ensueño.
CAPÍTULO 35
Habían pasado tres días desde que el inspector jefe Chen volviera a trabajar en el Departamento. El secretario del Partido Li le prometió que lo recibiría, pero aún no lo había hecho. Chen sabía que Li lo evitaba para no tener que discutir sobre el caso. Podían vigilar cualquier contacto entre los dos, y el secretario del Partido Li era demasiado cauto como para ignorarlo. Nadie sabía cuándo el inspector Yu volvería de su misión "temporal". El comisario Zhang seguía con su semana de permiso. Su presencia no cambiaba en nada las cosas, pero su ausencia sí.
No había noticias de Beijing, aunque Chen tampoco las esperaba. No debería haber escrito esa carta a Ling, y no pensaba escribir otra. Tampoco se planteaba llamar al número que ella le había dado. Por el momento, ni siquiera quería pensar en ello. Quizá lo más sensato fuera esperar, como decía ella. No moverse hasta «nuevo aviso». De hecho, no podía hacer nada, pues sabía que lo vigilaban los agentes de Seguridad Interior, dispuestos a asestar un golpe en cuanto él hiciera el más mínimo movimiento. Tampoco sucedió nada nuevo en el caso, aunque le sorprendió enterarse de que Wu Xiaoming había solicitado un visado para Estados Unidos.
Una vez más, las noticias venían del Chino de ultramar Lu, que las había obtenido de Peiqin y ésta del Viejo cazador, que tenía sus contactos en Beijing. El visado solicitado por Wu no era por negocios, sino un permiso personal. Una iniciativa extraña, sabiendo que su nombre figuraba en una lista para un cargo importante en China. Si quería escapar, Chen tenía que actuar con rapidez. Si viajaba al extranjero, no habría manera de capturarlo.
El Lexus blanco pertenecía a Wu. El Viejo cazador había identificado el número de la matrícula. En los últimos días, Chen se había puesto a trabajar en algo que no levantaría las sospechas de Seguridad Interior, una investigación sobre las normas relativas a los coches de los cuadros superiores. Un cargo superior como Wu Bing debía tener un coche para su uso exclusivo, con un chófer disponible las veinticuatro horas del día, pagado por el gobierno, pero los miembros de su familia no tenían derecho a usar el coche. Con Wu Bing en el hospital, no podía justificarse que la familia pidiese que el chófer los llevase de un lado a otro. Wu Xiaoming había solicitado conducirlo personalmente debido a la necesidad de visitar a su padre todos los días, pero ¿quién lo llevaba mientras Wu estaba en Beijing?