Durante la época de Mao, era una obligación política tener en casa un inmenso retrato del Presidente y rezar frente a él por la mañana y por la noche. Chen recordó los versos familiares de una ópera moderna de Pekín: «Frente al retrato del camarada Mao, me siento lleno de renovadas fuerzas.» Así que tuvieron que diseñar un marco especial, dorado, acorde con la figura divina de Mao, pero no ocurrió lo mismo con Deng. Al jubilarse, se había definido a sí mismo como un «miembro más del Partido», o al menos eso decían los periódicos. Tener el retrato de Deng en el salón de casa ya no era una obligación política. El marco de la habitación de Guan estaba adornado con un delicado dibujo en relieve de un ligero tono rosado. Era posible que ella lo hubiese escogido para una fotografía suya y que más tarde lo hubiera destinado a Deng. Posaba sentado en un sillón, sumido en una profunda reflexión, vestido con el clásico traje Mao gris de cuello cerrado, sosteniendo un cigarrillo, con una enorme escupidera de bronce a sus pies y un mapa de China a sus espaldas. Sin embargo, esas profundas arrugas en la frente… Nadie podría decir qué sucedía más allá de aquellos surcos que atravesaban el semblante del veterano dirigente.
Chen acercó una silla a la pared y se encaramó encima. Descolgó el retrato enmarcado, lo puso en el suelo y le dio la vuelta. El marco estaba sujeto en el reverso con unos cuantos ganchos. Chen los soltó fácilmente y sacó con cuidado el fondo de cartón. Apareció un montón de fotografías envueltas en papel de seda. Chen las cogió y las desplegó sobre la mesa. Se las quedó mirando, o ellas lo miraron a él. Las primeras mostraban a Guan, desnuda o semidesnuda, posando en posturas complicadas, según composiciones hábilmente estudiadas para conseguir diversos efectos: con su pelo largo cubriéndole los pechos; el cuerpo en parte envuelto con una toalla o, aún más espeluznante, con un ejemplar del periódico donde salió la fotografía en que recibía el galardón de trabajadora modelo de rango nacional. Una de ellas llamó poderosamente la atención del camarada inspector jefe Chen: la que mostraba una imagen de Guan tendida y desnuda sobre una alfombra marrón junto a una chimenea, cuyas llamas crepitantes iluminaban las curvas de su cuerpo. Tenía las manos esposadas en su espalda, estaba amordazada y con las piernas abiertas de par en par. Chen reconoció la chimenea de mármol verde que había visto en el salón de la casa de Wu. En las demás se veía a Guan con Wu, los dos totalmente desnudos. Seguramente, se habrían tomado con un mecanismo automático. En una Guan aparecía sentada sobre sus piernas, y sonriendo a la cámara con gesto nervioso. Sus manos alrededor del cuello de Wu, y las de él en sus pezones. En la siguiente, Guan se había girado y él le sostenía las nalgas con ambas manos. Desde ese ángulo, el vello púbico de Guan tenía la forma de una T y sus pies desnudos parecían enormes. El resto era un compendio de diferentes posturas del acto sexuaclass="underline" Wu penetrándola por detrás, su miembro hundido en la curva de su trasero mientras su mano libre le sujetaba los pechos con forma de peras. En otra, Guan se arqueaba bajo el cuerpo de Wu, con sus brazos estrechándole la espalda, la cara vuelta de lado hacia la almohada, tensa por el orgasmo, y las piernas sobre los hombros de Wu mientras la penetraba. Chen quedó atónito al ver una fotografía de Guan con otro hombre encima de ella, posando con un gesto de obscenidad bien estudiada. La cara del hombre quedaba medio oculta en la oscuridad, pero no era Wu. Guan estaba tendida de espaldas con las piernas abiertas y los ojos cerrados, como en pleno éxtasis. Luego seguía una serie de fotografías de Wu con otras mujeres, en la cama, sobre la alfombra, frente a la chimenea o en el suelo, en diversas poses que iban de lo erótico a lo obsceno. En alguna, Wu hacía el amor hasta con tres mujeres. Chen creyó reconocer a una de las chicas, una estrella de cine que había interpretado el papel de una hábil cortesana de la dinastía Ming. Posteriormente, reparó en unas palabras escritas en el dorso de aquellas fotos.
«14 de agosto. Entre el éxtasis y el desmayo de miedo. Se quita las bragas en cinco segundos. Penetración vaginal por detrás.
23 de abril. Una virgen, ingenua y nerviosa, sangra y grita como una cerda y luego se retuerce como una serpiente.
Una santa en la pantalla, pero una zorra en privado.
Se desvanece durante el segundo orgasmo, literalmente. Se queda fría, como muerta.
Ha tardado dos minutos en volver en sí.»
La última fotografía también era de Guan: con el rostro enmascarado, encadenada a la pared, totalmente desnuda, mirando a la cámara con una mezcla de inquietud e impudicia.
¿Un modelo para una máscara o una máscara para un modelo? En el dorso había una breve anotación: «Una trabajadora modelo de rango nacional, tres horas después de pronunciar un discurso en el salón del Ayuntamiento.» El inspector jefe Chen sintió asco. No quiso seguir leyendo. No era de esos hombres que se apresuran a pronunciar juicios morales. A pesar de los principios neoconfucianos que el malogrado profesor Chen le había enseñado, no se consideraba un hombre conservador ni un mojigato. Sin embargo, esas fotografías, junto con los comentarios, eran demasiado para él. De pronto tuvo la vivida imagen de Guan tendida en aquella cama dura, gimiendo, arqueándose para recibir la embestida del hombre, retorciéndose debajo del retrato enmarcado del cantarada Deng Xiaoping, sentado y reflexionando sobre el futuro de China. Se oyó a sí mismo gruñir. Todo aquello parecía irreal. Por fin el inspector jefe Chen había encontrado lo que le había costado tanto descubrir: el móvil del crimen.
Ahora todo empezaba a encajar. Hacia el final de su relación, Guan se había apoderado de las fotografías que Wu había usado contra ella, pero que ella usaría más tarde para amenazarlo. Guan era consciente de que esas fotografías podrían destrozarlo, sobre todo en el momento de su posible ascenso. Sospechaba que Wu intentaría recuperarlas, y por eso las había escondido. Sin embargo, no había valorado en su justa medida la desesperación de Wu, y eso fue lo que le costó la vida. La carrera política de su amante se encontraba en un momento decisivo. Dado el estado de gravedad de su padre, sería su última oportunidad de ascenso. Destapar un asunto escandaloso o divorciarse lo echaría todo a perder. No le quedaba otra alternativa: silenciar a Guan para siempre era su única salida. Ahora Chen sabía por qué Wu Xiaoming había cometido el crimen. El inspector jefe Chen se guardó las fotos en el bolsillo, volvió a colgar el retrato de Deng y apagó la linterna.
Al mirar hacia fuera, vio a un hombre solo que merodeaba por la calle, proyectando una larga sombra hasta la otra acera. Chen decidió dejar el pasaje tomando una salida secundaria que conducía a un callejón situado sólo una manzana del cine Zhejiang. Una multitud, justo en ese momento, salía de la sala mientras comentaba el documental que se acababa de proyectar sobre las reformas económicas en Shenzhen. Se le pedía al pueblo que fuera a ver la película como parte de su educación política. El estreno debía interpretarse como un giro radical en la política del gobierno. Chen caminó entre la multitud.