– ¿Se dijeron algo?
– No, no -dijo Jim-. Te contaré lo que pasó. Yo oía cómo aporreaban la puerta y me acerqué a la mirilla y entonces oí dos golpes fuertes que venían del patio de la parte de atrás. El policía también los oyó. Se puso a mirar por la ventana del rellano y vi que hablaba por el walkie, y bajaba las escaleras. Los periodistas seguían llamando a la puerta de la señora Sood. Yo me quedé esperando para ver si el policía les decía que parasen y entonces oí que alguien subía las escaleras muy rápido, como si tuviera mucha prisa. Así que miré, esperando ver al policía, pero vi al tipo este de la chaqueta de piel, llevaba algo en la mano y lo tapaba con la chaqueta y miraba tu puerta, de espaldas a mí, pero su forma de actuar me pareció sospechosa. E hizo esto -Jim movió la cabeza hacia un lado como alguien que se pone a escuchar algo. Disfrutaba siendo el centro de atención y sonrió con tranquilidad. Alzó la mirada al cielo como si fuera un querubín horroroso con un peinado ridículo-. ¿Lo veis? -siguió Jim-. Se puso a escuchar mi puerta para ver si había alguien, por eso supe que no era un policía. Bueno, da igual, el tipo entró y salió al cabo de un minuto más o…
– ¿Entró? ¿Quieres decir que tenía llaves?
– Sí, tenía llaves. No sabía quién era, pero cuando salió se dio la vuelta y le vi la cara.
– Muy bien -dijo Maureen con paciencia-. ¿Todavía llevaba algo escondido en la chaqueta cuando salió?
Jim pensó en ello.
– No, cuando salió tenía las manos libres -dijo Jim y movió las manos para ilustrar sus palabras-. ¿Robó algo? ¿Por eso fue a tu casa?
Maureen dijo que no lo sabía, que no había mirado.
– ¿Cuándo fue eso, Jim?
– El lunes pasado por la tarde -contestó Jim-. Sobre las ocho.
Liam la miró con curiosidad.
– ¿Qué pasó ese día?
– Fue la noche que vimos Hardboiled -le dijo Maureen.
– Esa noche, Benny llegó a casa con la chaqueta -dijo Liam-. ¿Te acuerdas?
– No me pareció normal -dijo Jim, que intentaba captar su atención de nuevo.
– ¿Estás seguro de que tenía llaves? -le preguntó Maureen.
– Sí.
– Has dicho que llevaba algo escondido en la chaqueta. ¿Qué era?
– Bueno, lo tenía escondido con mucho cuidado. Lo sujetaba por la parte de abajo, así.
Jim movió la mano hacia el lado contrario de su cuerpo y la cerró, como si sujetara un palo.
– ¿Era muy grande? ¿Pudiste verlo aunque lo llevara escondido?
– Me hice una idea. Tendría unos 25 o 30 centímetros. Parecía un palo o algo así.
– Jim -dijo Maureen, que evitó mirarle a los ojos por si su antipatía hacia él se hacía demasiado evidente-, nos has sido de gran ayuda, de verdad…
– Pensé que había algo raro en todo eso -dijo Jim. Parecía que iba a lanzarse a otro monólogo.
– Tenemos que irnos -dijo Maureen-. Muchas gracias, otra vez.
Cuando salieron al rellano, Jim le pidió que se acordara de devolverle la camiseta del Celtic.
– Claro, Jim, por supuesto -le dijo Maureen- y los pantalones de chándal.
– Cuídate, ¿vale? -le dijo Jim en un tono amistoso y compasivo-. Nos veremos cuando vuelvas al piso.
Jim le dio un beso en la mejilla. Tenía los labios mojados.
El Volkswagen blanco quedó atrapado en un atasco en el carril de incorporación a la autopista M8 y los policías tuvieron que separarse. Uno siguió a pie a Maureen y a Liam y el otro se quedó en el coche en medio del embotellamiento.
Maureen y Liam volvieron caminando al West End sin hablar, inconscientes del drama menor que se estaba produciendo a sus espaldas. Lloviznaba otra vez; Maureen tenía el pelo pegado a la cabeza y no llevaba la bufanda. Las gotas de lluvia le mojaban el cuello y ablandaban las costras de los arañazos, lo que las dejaba a punto para que el cuello áspero de su abrigo las arrancara. Parecía que Liam estaba mejor, como si la lluvia le hubiera aliviado la tortícolis. Maureen se puso a llorar en silencio. Sabía que las gotas la encubrirían.
Cuando por fin Liam habló, lo hizo con una voz que era un susurro ronco, pero Maureen le tenía tan cerca que le oyó perfectamente a pesar del ruido que hacían los coches que pasaban a toda velocidad.
– ¿Qué significa todo esto? -dijo Liam.
Temblando, Maureen respiró hondo para intentar dejar de llorar.
– Bueno -dijo intentando que su voz sonara normal-, significa que no podemos sentirnos seguros entre amigos, ¿no crees?
Liam le dio el brazo.
– ¿Estás llorando, Mauri?
– Un poco -le contestó ella.
– ¿Por qué lloras?
Su voz era dulce y a Maureen le dio miedo ponerse a sollozar en medio de la calle.
– Nunca había tenido que escuchar una historia peor que ésta -dijo Maureen.
Liam le dio un empujoncito con el codo y ella se lo devolvió.
– Parece que no te ha sorprendido lo de Benny -le dijo Liam.
– No, no me ha sorprendido.
– ¿Porqué?
– Bueno. -Maureen suspiró-. Es una larga historia. Benny me prestó un CD y cuando fui a casa a recoger algunas cosas, el CD estaba allí. El otro día lo encontré en su casa, así que supuse que había ido al piso.
– Vaya estupidez.
– Bueno, creía que no se lo había devuelto. Antes de que Jim nos contara que Benny había entrado a hurtadillas en el piso, creía que estaba compinchado con la policía y que ellos le habían dado el CD.
– ¿Y lo que llevaba escondido en la chaqueta? ¿Sabes qué puede ser?
– Creo que era el cuchillo La policía se pasó una semana inspeccionando la casa y no lo encontraron y luego, de repente, apareció.
– ¿Te enseñaron el cuchillo?
– Sí, era la hostia de grande y cuando les pregunté por qué habían tardado tanto en encontrarlo, reaccionaron de una forma rara.
– ¿Y cómo consiguió Benny las llaves de tu piso?
– Bueno, de mí no las consiguió -dijo Maureen en voz baja.
Liam se puso a la defensiva.
– Yo no se las di -dijo.
– Por Dios, Liam, no es lo que insinuaba. Me refería a que Benny tiene las llaves desaparecidas. Tiene las llaves de Douglas.
Se pararon en el semáforo y esperaron a que éste se pusiera en verde para cruzar la carretera repleta de coches. Maureen se soltó del brazo de Liam y apretó el botón amarillo para los peatones tres veces, una detrás de otra. Liam volvió a cogerla del brazo. Su hermano nunca la había tocado tanto.
– Estás mejorando en tu papel de detective, Mauri -le dijo-. McEwan me preguntó por la noche que murió Douglas. Puede que también tengas razón en lo de la hora.
Liam había más o menos admitido que se había equivocado tres veces a lo largo de la semana anterior. Era raro en él. Maureen volvió a apretar el botón del semáforo de peatones con impaciencia.
– Creo que estos botones no sirven para nada -dijo-. Creo que los ponen para mantenerte ocupado y que no cruces la carretera sin más.
– ¿Todo esto significa que Benny mató a Douglas? -le preguntó Liam.
– No lo sé -le contestó Maureen-. Douglas y Benny tenían que estar relacionados de alguna forma.
– Sí. Benny tendría que tener alguna razón para hacerlo. No se comporta como un loco a menos que esté borracho.
Maureen le contó el tratamiento psiquiátrico al que tuvo que someterse Benny por su altercado en Inverness.
– Puede que Douglas fuera el psiquiatra que le trató. Parece que Benny tenía unos asuntos con unos tipos peligrosos de Inverness y puede que no quisiera que lo supiera nadie.
– ¿Porqué?
– Se dedicaban a las estafas. Eso podría acabar con su carrera de abogado.
– ¿Así que ése sería el móvil?
– Sí, pero no puedo creerme que Benny hiciera eso.
– Tampoco pensaste que entraría en tu piso a escondidas, ¿verdad? ¿Y cómo consiguió la llave…? -Liam retrocedió de repente y, soltó el brazo de Maureen-. Dios mío, mierda, Mauri. ¡Joder, mierda!