¿Podrían estar estos ataques relacionados con los dos asesinatos? Michaela Palmer no sólo estaba marcada con un signo ritual, sino que se trataba de una runa asociada con el sacrificio. Pero si, en efecto, la intención era sacrificarla a ella y a la otra chica, ¿por qué las habían soltado? Se habían esforzado mucho por eliminar los rastros de la marca y habían suministrado a las dos chicas dosis potentes de alguna droga para que no recordaran apenas nada de sus agresores. En la primera reunión después del asesinato de Sankt Pauli, Susanne sugirió que podrían haberse producido simulacros del suceso principal; pero por alguna razón le pareció que eso ya no encajaba con la clase de asesino que Fabel tenía la sensación de estar persiguiendo. En cualquier caso, estos ataques no eran simulacros. No se habían ido intensificando: los ataques a las dos chicas habían ocurrido después de los asesinatos. Fabel dejó caer el libro en el sofá a su lado y miró por la ventana del piso hacia el otro lado del Alster. Miró la hora: las 19:30. Mejor salía ya: no quería que Susanne llegara antes y tuviera que esperarlo.
Si no hubiera sido por su sentido del orden casi obsesivo, no lo habría visto. Se levantó del sofá para devolver las dos obras de referencia a su sitio en la estantería. Justo antes de guardar el de la tienda de Otto, lo hojeó distraídamente, dejando pasar las páginas por entre los dedos. Allí estaba. Una lámina a color de una representación de Odín tallada en madera. Ruda pero bien tallada en la madera oscura, se veía la cara barbuda de alguien que había perdido los estribos y gritaba mostrando los dientes. Era el rostro del sabio Odín. Y el precio que Odín había tenido que pagar para beber del pozo de la sabiduría había sido perder un ojo.
«Por eso todos tenían la misma cara cuando te violaron, Michaela -pensó Fabel-. Llevaban una máscara. La misma máscara. La máscara de Odín con un solo ojo.»
Sábado, 14 de junio. 20:00 h
Pöseldorf (Hamburgo)
Fabel no tuvo que darse la vuelta para saber que Susanne había entrado en el bar. El camarero que tenía delante se quedó mirando anonadado detrás de él, y sus manos, que estaban secando un vaso, dejaron de moverse. Fabel también advirtió que los dos hombres que tenía a su derecha interrumpían su conversación mientras se hacían a un lado para dejarle pasar. Notó su presencia cuando se apoyó en la barra junto a él, y le llegó la sutil sensualidad de su perfume. Fabel sonrió y dijo sin volver la cabeza:
– Buenas noches, Frau Doktor Eckhardt.
– Buenas noches, Herr Kriminalhauptkommissar.
Fabel se volvió. Susanne llevaba un sencillo vestido negro sin mangas y el pelo negro con un recogido informal. Por alguna razón, Fabel se acordó de respirar.
– Me alegro de que hayas podido venir -le dijo.
– Y yo.
Fabel pidió unas copas y fueron a sentarse a una mesa junto a la ventana. La Milchstrasse estaba llena de gente que paseaba o tomaba algo en las terrazas de los cafés y disfrutaba de las últimas horas del día.
– Estoy decidido a no hablar de trabajo esta noche -dijo Fabel-, pero ¿estarías libre el lunes a las diez de la mañana para asistir a una reunión sobre el caso?
– Allí estaré -dijo Susanne-. Este caso te está afectando mucho, ¿verdad?
Fabel sonrió débilmente.
– Todos me afectan. Pero sí, éste me afecta especialmente. Hay tantísimas cosas en este caso que no encajan, y tantísimas cosas que encajan demasiado bien. -Fabel le resumió su teoría sobre las máscaras de Odín.
– No lo sé, Jan -dijo Susanne, haciendo rodar la copa de vino con las manos-. Sigo creyendo que se trata de un solo asesino. Y sigo creyendo que te estás alejando con esa teoría de los motivos ocultos. Creo que se trata de un asesino que actúa en solitario y que destripa a mujeres jóvenes a las que elige al azar.
– Ha sido un resumen muy poco profesional, Frau Doktor.
Susanne se rió.
– A veces me siento muy poco profesional. Soy un ser humano, una persona normal y corriente, y de vez en cuando no puedo evitar reaccionar a todo este horror a un nivel emocional. Tú sentirás lo mismo alguna vez, ¿no?
Fabel se rió.
– La mayoría de las veces, de hecho. Pero si te sientes así, ¿por qué te dedicas a esto?
– ¿Y tú?
– ¿Por qué soy policía? Porque alguien tiene que serlo. Alguien tiene que interponerse, supongo…, entre el hombre, la mujer o el niño normales y corrientes y aquellos que les harían daño. -Fabel se quedó callado de repente, al darse cuenta de que había repetido más o menos el análisis que Yilmaz había hecho de él-. En cualquier caso -prosiguió-, tú eres médico; tienes cientos de formas de ayudar a la gente. ¿Por qué te dedicas a esto?
– Supongo que me dejé llevar por las circunstancias. Después de licenciarme en medicina general, estudié psiquiatría. Luego psicología. Luego psicología criminal y forense. Antes de darme cuenta, tenía una preparación excepcional para este tipo de trabajo.
Fabel esbozó una gran sonrisa.
– Bueno, me alegro de que lo hicieras. Si no, nuestros caminos no se habrían cruzado. Bueno, ya basta de hablar de trabajo… -Fabel le hizo una seña al camarero.
Sábado, 14 de junio. 20:50 h
Uhlenhorst (Hamburgo)
Angelika Blüm recogió el desorden que había sobre la mesa de café ancha y extendió un gran mapa detallado del centro y el este de Europa. Encima, puso las fotografías, recortes de periódico, los detalles de las empresas y los trozos de papel que había recortado, cada uno con un nombre escrito a mano: Klimenko, Kastner, Schreiber, Von Berg, Eitel (hijo), Eitel (padre). En el centro del mapa colocó el último nombre. Mientras que todos los demás estaban escritos en negro, este nombre estaba escrito en rojo y mayúsculas: Vitrenko.
Todo estaba ahí. Sin embargo, las conexiones que sostenían su teoría eran demasiado frágiles como para resistir la presión del examen de la jurisprudencia. Lo único que podía hacer era redactarlo todo, desenmascarar a los implicados y dejarlos en manos de investigadores con más recursos que ella. ¿Por qué no se había puesto en contacto con ella ese maldito policía? Sabía que Fabel estaba investigando el asesinato de Ursula y que lo que tenía que decirle arrojaría luz al caso. Angelika había leído lo del segundo asesinato: la chica cuya fotografía publicaron para intentar establecer su identidad. No reconoció a la mujer ni supo ver qué relación podía tener con Ursula o los otros elementos de su investigación. O este segundo asesinato era obra de un imitador, o había alguna conexión que escapaba al horizonte investigador de Angelika.
Apoyó los codos en las rodillas y meció la taza de café en las manos mientras examinaba los papeles esparcidos. Eran como los componentes de una máquina que esperan ser ensamblados, pero no sabía cómo funcionaba la máquina, cuál era su función primordial. Sin duda, si todos aquellos componentes pudieran juntarse, la historia sería brutaclass="underline" un Stadsenator de Hamburgo, el Erste Bürgermeister, neonazis, una empresa líder en el sector de los medios de comunicación y, en el centro de todo, un comandante de las fuerzas especiales ucranianas sin rostro cuya sed de atrocidades le había labrado un nombre que los demás apenas osaban pronunciar: Vasyl Vitrenko.
Bebió un sorbo de café e intentó desconectar un momento de aquel rompecabezas. A veces había que mirar a otro lado para poder centrarse de nuevo y ver algo que había estado ahí delante todo el tiempo. El timbre de la puerta la sobresaltó. Suspiró, dejó el café encima del mapa extendido y fue hasta el telefonillo.