– ¿Nadie ha intentado entrar aún?
– No, señor. He pensado que era mejor esperar a que llegara usted. He apostado a dos hombres en la puerta de Frau Blüm, y dentro del piso no se oye ningún sonido.
Fabel miró al civil.
– Es el conserje. -El agente de la Schutzpolizei respondió la pregunta tácita de Fabel. Éste se volvió hacia el conserje y extendió la mano.
– Deme la llave maestra del piso de Frau Blüm.
El conserje tenía el aspecto altanero y semiaristocrático de un mayordomo inglés.
– Ni hablar. Ésta es una residencia exclusiva y los inquilinos tienen derecho a…
De nuevo, Fabel le interrumpió:
– Muy bien. -Se volvió hacia Werner-. Coge la palanca que está en el maletero del coche, ¿quieres, Werner?
– No pueden hacer esto… -protestó el conserje-. Necesitan una orden…
Fabel ni siquiera miró al conserje.
– No necesitamos una orden. Estamos investigando un asesinato y tenemos razones para creer que la inquilina está en peligro. -Movió la cabeza en dirección al coche-. Werner…, ¿la palanca?
El conserje saltó como si fuera a darle un ataque.
– No… Espere… Iré a por las llaves.
Las puertas del ascensor se abrieron al pasillo del tercer piso, una extensión ancha e inmaculada, muy iluminada por las lámparas que arrojaban focos de luz sobre el mármol prístino. Fabel le indicó con la mano al conserje que pasara primero. Examinaron lentamente el pasillo y se encontraron con dos agentes, uno a cada lado de la puerta del piso. Fabel detuvo al conserje colocándole una mano en el hombro y siguió adelante, indicando a Werner y Maria que lo acompañaran. Con un movimiento silencioso de la mano ordenó a Anna y a Paul que se colocaran al otro lado de la puerta, junto al segundo agente de la Schutzpolizei. Todo el mundo tenía los ojos puestos en Fabel. Éste se dirigió al conserje llevándose un dedo a los labios y susurró:
– ¿La llave?
El conserje buscó la llave correcta. Fabel cogió el manojo, sonrió e hizo un gesto con la cabeza al conserje. Después, con un movimiento de la mano; le indicó que se retirara. La mímica continuó: se señaló a él y a Werner; levantó un dedo, y luego dos, para indicar que él y Werner entrarían primero. Fabel y Werner desenfundaron sus armas, y Fabel llamó al timbre de la puerta. Oyeron el zumbido electrónico del timbre dentro del apartamento. Luego, nada. Fabel hizo un gesto con la cabeza a Werner y metió la llave en la cerradura. Giró la llave y abrió la puerta con un movimiento fluido. Las luces del apartamento estaban encendidas. Werner entró seguido de inmediato por Fabel.
– ¿Frau Blüm? -La llamada de Fabel obtuvo un silencio por respuesta. Escudriñó lo que podía ver del apartamento. Junto a la puerta había una silla y una mesa auxiliar. Un abrigo de mujer que parecía caro descansaba descuidadamente en la silla, y un bolso de piel italiano estaba tirado sobre la mesa. Fabel dejó de agarrar la Walther con tanta fuerza. Sabía que en el piso no había nadie. Nadie que estuviera vivo, por lo menos.
Las paredes del pasillo de la entrada eran de un azul pálido y estaban adornadas con grandes lienzos originales: estudios abstractos en tonos violetas y rojos intensos que contrastaban con la frialdad de las paredes.
Mientras Fabel cruzaba el pasillo, miró a la izquierda a través de las puertas dobles de cristal abiertas que daban al gran salón. La habitación estaba vacía. De nuevo, una frialdad elegante servía de telón de fondo a unos muebles caros y la correspondiente obra de arte original. En su examen rápido de la habitación, Fabel creyó ver las líneas alargadas de una escultura de Giacometti. Era pequeña, pero parecía un original. Siguió caminando. A la derecha, estaba el baño. Vacío. La siguiente puerta a la derecha era el dormitorio. Vacío. La última puerta del pasillo estaba cerrada, y cuando la abrió, la habitación estaba a oscuras. Alargó la mano y la deslizó por la pared hasta que encontró el interruptor". La luz procedente de una sucesión de apliques dirigidos inundó la habitación.
Horror.
Fabel no lograba entender por qué no estaba preparado para aquello. Sabía que la encontrarían muerta en el apartamento. Cuando vio aquella puerta cerrada y la habitación a oscuras, su instinto le había dicho que Angelika estaría allí. Pero aun así se sentía como si le hubiera arrollado un camión.
– Dios santo… -Era como si a Fabel le hubieran succionado el aire del pecho. Le entraron arcadas-. Dios bendito…
La habitación estaba pensada para ser un dormitorio, pero la habían rediseñado para convertirla en un despacho. Había estanterías, llenas de libros y carpetas, en tres de las paredes. La cuarta alojaba la ventana que ocupaba casi todo el largo de la habitación y que ahora estaba oculta tras unos estores bajados. Frente a la ventana había una mesa ancha de haya con un ordenador portátil encima. Como sucedía en el resto del piso, la decoración era comedida, elegante y refinada.
En el centro del cuarto había una explosión de carne, sangre y huesos. El cuerpo de una mujer. Boca abajo. Le habían abierto la espalda con cortes paralelos a la columna vertebral. Habían separado las costillas, dejando al descubierto el crudo interior del abdomen, y le habían arrancado los pulmones y los habían echado fuera.
Aparte de las zapatillas de toalla con suelas de esparto que llevaba, estaba desnuda. Habían lanzado un albornoz de toalla, a juego con las zapatillas, en un rincón del cuarto. Aparte de estas prendas de vestir, no había más ropa en la habitación.
Fabel vio que, además de la carnicería del torso, de la cabeza le salía un gran chorro de sangre que se extendía por el suelo de madera de pino. La parte posterior del cráneo era una masa apelmazada de sangre y pelo caoba.
– Joder. -Werner estaba ahora junto a Fabel y habló entre exclamaciones que intentaban contener las náuseas-. Joder.
Maria y Anna Wolff también entraron. Anna reprimió una arcada y salió corriendo por el pasillo. Fabel la oyó vomitar en el váter del baño de Blüm. A los chicos del Tatort les iba a encantar: acababa de contaminar la escena fundamental de un asesinato. Pero Fabel no pudo culpar a la dura Annita. El mismo tuvo que cerrar los ojos un momento e intentar borrar la imagen de su retina hasta que logró recomponerse. Pensó en si Anna ya estaría mejor. Respiró hondo y despacio. No se acercó más al cuerpo, consciente de nuevo de la necesidad de preservar la escena principal del crimen, y cuando los demás comenzaron a apelotonarse en la puerta, les ordenó que recularan y salieran del piso.
Al cabo de una hora, todo el edificio estaba abarrotado de gente. Fabel le había pedido al Polizeikommissar de Uhlenhorst que solicitara más agentes para que fueran puerta por puerta a interrogar a los vecinos. El equipo del Tatort había llegado, encabezado por Holger Brauner, y también el doctor Möller, el patólogo. Fabel conocía a Brauner de investigaciones anteriores y tenía muy buena opinión de él. El único problema era que el capullo arrogante de Móller parecía competir siempre con Brauner. La verdad era que aunque Fabel no soportara tener que admitirlo, Moller también era un patólogo excelente y poseía una mente agudísima.
Fabel había acordonado la escena del crimen y la había dejado en manos del equipo del Tatort. El protocolo que seguían era que Brauner examinaba primero la escena, sin tocar el cuerpo, y sólo cuando él y su equipo habían acabado, Moller podía entrar para llevar a cabo su examen. Por consiguiente, Moller estaba en la puerta del piso, subiéndose por las paredes. Para Fabel, aquél fue el único momento bueno del día.