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Brauner salió por fin. Sin mirar siquiera a Moller, le pidió a Fabel que entrara.

– Hay algo que tienes que ver antes de que lo meta en la bolsa para examinarlo en el laboratorio.

Brauner lo condujo hasta la escena del crimen. Fabel tuvo que pasar por delante del cadáver, rozando a dos técnicos del Tatort enfundados en sus batas. El fotógrafo estaba recogiendo su equipo, y en el cuarto apenas quedaba espacio para moverse. Brauner llevó a Fabel hasta la mesa y señaló el ordenador portátil. En la pantalla, había abierto un mensaje de correo electrónico enviado hacía poco. Era el que había llegado al Präsidium justo después de las once y los había conducido hasta allí. El asesino no sólo lo había enviado desde el portátil de Angelika Blüm; lo había dejado abierto y esperando su llegada.

– ¡Será cabrón! -Fabel sintió que una furia ciega se apoderaba de él. Siempre se enorgullecía de mantener la calma, el control, pero aquel tipo le sacaba tanto de quicio que sus defensas habituales ya no pudieron soportarlo más-. Este cabrón se está mofando de nosotros. Es lo que quería, es exactamente la escena que tenía en mente: ¡yo en esta habitación con el cadáver y leyendo este puto mensaje por segunda vez! -Fabel se volvió hacia Brauner-. Entonces, ¿estaba aquí a las once?

– No necesariamente. El envío del mensaje estaba programado. Pero hay más. -Brauner, utilizando con cuidado un dedo enguantado en látex, seleccionó «Ocultar aplicación», y apareció el escritorio del portátil. Brauner clicó en una serie de carpetas. Estaban todas vacías.

– Es extraño -dijo Brauner-. ¿Qué clase de asesino en serie entra en el ordenador de su víctima y borra todos sus archivos?

– ¿Puedo llevarme el portátil para que la sección técnica le eche un vistazo?

– No, aún no. Ya hemos sacado las huellas, pero quiero abrirlo. Los teclados de los ordenadores tienen tantos rinconcitos como botones; debajo de las teclas se quedan atrapadas todo tipo de cosas. Con un poco de suerte puede que demos con un pelo o algún epitelio de nuestro asesino.

– Lo dudo muchísimo -dijo Fabel desanimado-. Este tipo no comete errores. A pesar de esta forma de asesinar tan desagradable, es casi como si matara en una sala esterilizada. No deja nada de sí mismo.

– Aun así, vale la pena intentarlo -dijo Brauner, intentando parecer alentador sin conseguirlo-. Quizá tengamos suerte.

– Lo dudo. ¿Puedo decirle a Móller que ya puede entrar?

Brauner sonrió.

– Supongo que sí.

De camino al pasillo, Fabel se interesó por Anna Wolff, que tenía la cara amarilla debajo del pelo negro de punta, su rímel característico y el llamativo pintalabios rojo.

– Estoy bien, jefe… Lo siento. Esta vez me ha afectado…

Fabel sonrió para tranquilizarla.

– No tienes por qué disculparte, Anna. Nos ha pasado a todos. En cualquier caso, tu penitencia ya va a ser lo bastante dura: Brauner y el equipo del Tatort no van a dejar que lo olvides nunca.

Werner le dio un golpecito en el hombre a Fabel.

– No te lo vas a creer, Jan… Tenemos una hora de llegada y un testigo.

– ¿Te ha dado una descripción?

– No muy buena, pero sí.

Fabel puso cara de impaciencia.

– En el piso de abajo vive una chica -continuó Werner-. Tiene unos treinta años y trabaja en una agencia de publicidad o algo igual de útil e importante. Bueno, el caso es que tiene un novio nuevo. Han ido al gimnasio a hacer algo de deporte y han vuelto sobre las nueve. Me ha dado la impresión de que el novio tenía planeado otro tipo de ejercicio con ella, en horizontal, ya sabes, pero no llevan tanto tiempo saliendo como para que ella le invite a subir. El caso es que han aparcado al otro lado de la calle sobre las ocho y media. El chico ha apagado las luces; es obvio que estaba haciendo todo lo posible para convencerla de que le dejara subir. Ha sido entonces cuando han visto que un tipo llegaba a pie. Si ha venido en coche, debe de haberlo aparcado a cierta distancia, porque ellos no lo han visto. Se han fijado en él porque, justo antes de llamar al timbre de uno de los pisos, se ha asegurado de echar un buen vistazo a la calle. La chica dice que incluso ha examinado el vestíbulo a través de las puertas de cristal.

– Entonces, ¿lo ha visto bien?

– Tan bien como ha podido por la hora que era y la distancia a la que estaba. -Werner abrió su libreta y comprobó sus notas-. Era alto y fornido. Ha hecho hincapié en que era ancho de hombros. No parecía fuera de lugar en este barrio e iba bien vestido, llevaba un traje gris oscuro.

«No era mi eslavo bajito y achaparrado de ojos verdes», pensó Fabel.

– Era rubio y llevaba el pelo bastante corto -continuó Werner-. Pero aquí viene lo importante… La chica dice que llevaba una gabardina gris claro colgada sobre una bolsa de deporte grande.

– Las herramientas de su oficio -dijo Fabel en voz baja y con amargura.

– La chica dice que no lo había visto nunca antes de esta noche, y el conserje sólo ha sugerido a un posible inquilino, pero la chica lo conoce de vista y jura que no era él. En cualquier caso, la chica vio que nuestro hombre llamaba al timbre de uno de los pisos, así que no es probable que se tratara de un inquilino. Nos quedan algunos apartamentos por comprobar, algunos están vacíos, pero por el momento todo el mundo niega haber recibido la visita de alguien que encaje con la descripción.

– ¿Alguien lo ha visto marcharse?

– No. Y nadie ha oído ruido de forcejeo o gritos de socorro. Es un edificio bastante sólido, pero sería lógico pensar que alguien hubiera oído algo.

– No te dejes engañar por toda esa sangre, Werner. Este tipo es frío y lo planea todo al detalle. Esperaremos a tener la autopsia completa, pero por cómo tenía la parte posterior de la cabeza, creo que le ha dado un golpe y ha muerto en el acto o casi. Es obvio que el cabrón le ha dicho que era policía, probablemente yo, y ha dejado que ella pasara delante. Mientras le daba la espalda, ¡bumba!, le ha machacado el cráneo. Eso le ha dejado todo el tiempo del mundo para abrir su cajita de herramientas y ponerse a trabajar.

Werner se tocó el pelo.

– Este tipo da miedo, Jan. Parece que nunca comete ningún error. Excepto esta noche. No ha examinado bien la calle. Pero aparte de una descripción imprecisa de alguien que lo ha visto sólo un momento y de lejos, no nos ha dejado nada más.

– Veremos lo que tienen que decir Brauner y Moller. -Fabel le dio a Werner una palmadita alentadora en el hombro rollizo-. Quizá hoy ha tenido un mal día.

De nuevo en el apartamento, Fabel vio que Moller, el patólogo, seguía junto al cuerpo, escribiendo notas en una tablilla con sujetapapeles. Se volvió hacia dos técnicos del Tatort.

– Si el fotógrafo ha terminado, ya podéis llevar el cuerpo al depósito. -Mientras hablaba, Moller vio a Fabel y le hizo un gesto con la cabeza. Su actitud brusca habitual parecía haberlo abandonado, y había una mirada casi compungida en sus ojos. Fabel pensó que aquel asesino estaba empezando a afectar a todo el mundo.

– Supongo que no te hace falta mi opinión profesional para decirte que es el mismo modus operandi que los otros dos.

– No -dijo Fabel-. Me ha mandado un mensaje de correo electrónico desde ese ordenador de allí.

Moller meneó la cabeza con incredulidad.

– En cualquier caso, para que conste, te diré que no tengo ninguna duda de que esto es obra de la misma persona o personas. Te entregaré un informe completo cuando haya realizado la autopsia, por supuesto. Echa un vistazo a esto… -El patólogo se encorvó y señaló con su bolígrafo el punto en el que habían cortado la carne y habían separado las costillas. Fabel se inclinó hacia delante para mirar. Parecía algo salido de una carnicería. «Concéntrate -se decía a sí mismo-, céntrate en el detalle, no mires a la persona. Concéntrate.» Pero aun así tuvo que reprimir las arcadas.

– ¿Ves el pequeño error que ha cometido nuestro amigo? -Con el bolígrafo, Móller resiguió la línea de un borde dentado que salía en diagonal del corte principal-. Se puede ver la forma del filo. Es un filo ancho; diría que se trata de una espada corta o un cuchillo de caza muy pesado. Le sacaré unas fotos durante la autopsia.