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Fabel esperaba que a Van Heiden le molestaría que le hiciera esa pregunta delante de todo el equipo. Sin embargo, el rostro de Van Heiden transmitió firmeza, seriedad y determinación.

– Me aseguraré de que consigas lo que necesites, Herr Kriminalhauptkommissar.

Fabel asintió con la cabeza para darle las gracias. Van Heiden sería muchas cosas, pero también era un policía serio y honrado. Fabel se volvió hacia sus dos tenientes.

– Buen trabajo, María, buen trabajo. Igualmente, Werner, por establecer la relación con la llamada telefónica.

– Hablando de eso… -dijo Van Heiden, y descolgó el teléfono de la sala de reuniones y pulsó el botón de su secretaria-. Póngame con el Hauptkommissar Wallenstein del BAO.

Con urgencia, Fabel indicó a su jefe que se detuviera. Van Heiden canceló la llamada y colgó el auricular.

– ¿Qué tienes en mente, Fabel?

Fabel sacó el móvil de Klugmann de la bolsa de pruebas. Miró de manera inquisidora a Van Heiden, quien asintió con la cabeza de forma breve y seria. Fabel encendió el teléfono y pulsó la tecla de rellamada del último número marcado. Al otro lado de la línea, el teléfono sonó tres veces. De nuevo, nadie habló cuando descolgaron.

– Soy el Kriminalhauptkommissar Fabel de la Mordkommission de la policía de Hamburgo. Quiero que me escuche con mucha atención y transmita esta información a quien esté al mando. Su operación está en peligro. Lo sabemos todo acerca de Tina Kramer y su otro agente. -Fabel tuvo mucho cuidado en no mencionar el nombre de Klugmann: aún seguía en su papel de infiltrado, y si el presentimiento que había tenido Fabel sobre quién escuchaba al otro lado no era correcto, el error que cometería podría ser letal-. Estoy con el Kriminaldirektor Van Heiden de la policía de Hamburgo y pasaremos un informe completo de la situación al Erste Bürgermeister y al Bundeskriminalamt. -Fabel hizo otra pausa. Tampoco obtuvo respuesta, pero no le colgaron. Ahora la voz de Fabel adoptó un tono más duro, más intenso-. Su agente está en peligro, y su tapadera ha quedado al descubierto. Fuera lo que fuera lo que esperaban alcanzar, ya no es alcanzable. Lo único que están haciendo es obstruir una importante investigación de asesinato. Si no colaboran con nuestra investigación con transparencia total, le prometo que me aseguraré de que se presenten cargos contra aquellas personas que estén detrás de esta operación.

Hubo un silencio eterno, y luego una voz femenina contestó:

– ¿Está con nuestro agente?

Fabel miró a las personas sentadas en torno a la mesa con una expresión casi triunfal.

– No. Aún anda suelto. Lo estamos buscando. ¿Con quién hablo?

La mujer obvió la pregunta.

– Hemos perdido el contacto con nuestro agente. Por favor, si lo localiza, avísenos. Llame a este número. En breve, alguien lo llamará, Kriminalhauptkommissar. -Colgaron. Fabel soltó una risa amarga.

– Siempre pensé que había algo raro en Klugmann. Pero nunca imaginé que sería en el buen sentido, ya me entendéis.

– Sigue siendo poli, ¿verdad? -preguntó Werner.

– Sí. No sé seguro para quién trabaja, pero me hago una idea. Bueno, en cualquier caso, pronto lo descubriremos.

Nadie dijo nada. Nadie pareció advertir lo extraña que era aquella situación: una sala llena de agentes de policía en silencio, donde casi se podía cortar el aire, y todos los ojos clavados en el móvil del agente secreto desaparecido. Pasaron varios minutos. Entonces, el timbre electrónico apremiante del teléfono llenó la sala. Todos se sobresaltaron cuando sonó.

Ahora le tocaba a Fabel permanecer callado al coger el móvil y pulsar el botón de responder con el pulgar.

– ¿Hauptkommissar Fabel? -Fabel reconoció al instante la voz indecisa que habló al otro lado de la línea, pero estaba demasiado cabreado para las cortesías de rigor.

– Lo espero en mi despacho en menos de una hora, Herr Oberst Volker. -Fabel colgó.

Fabel tardó sólo veinte minutos en poner punto y final a la reunión informativa, y adjudicó a su equipo tareas de investigación y de seguimiento. Después, se quedó esperando en su despacho. Conectó el buzón de voz del móvil y les dijo a Werner y a Maria que necesitaba estar a solas unos minutos para recomponerse antes de que llegara Volker. Necesitaba recopilar las ideas, los hechos y los conceptos surgidos del impacto que había tenido al conocer la identidad de la segunda víctima. Miró por la ventana hacia el Winterhuder Stadtpark y la ciudad que se extendía detrás. Pero no miraba nada en concreto. Su mente estaba en una zona oscura: aquella mitad gris del mundo que le había descrito Yilmaz, donde el espacio ocupado por los agentes de la ley está en algún punto entre lo legal y lo conveniente, un espacio de nubes y sombras.

No es fácil ser alemán. Se lleva a cuestas el exceso de equipaje de la historia reciente mientras, en comparación, otros europeos viajan ligeros. Diez siglos de cultura y progreso quedaron eclipsados por doce años a mediados de siglo, doce años en los que el mal más extremo se convirtió en algo habitual. Aquellos doce años definieron al mundo qué era ser alemán; a la mayoría de alemanes definieron qué era ser alemán. Ahora, no eran de fiar. Y los alemanes no volverían a confiar nunca en sí mismos.

Cada alemán centraba esta desconfianza en un lugar concreto, un aspecto de la vida alemana que tuviera una resonancia discordante, inquietante. Para algunos, era algo geográfico: los alemanes del norte desconfiaban de los del sur por su provincianismo fascista; o los alemanes occidentales, los Wessis, desconfiaban de los Ossis, los alemanes del Este, por miedo a que el nazismo se hubiera conservado criogénicamente en la larga helada del comunismo y que ahora empezara a descongelarse. Para otros, era algo generacionaclass="underline" los manifestantes de 1968 y 1969 que se rebelaron contra la generación de la guerra y el conservadurismo tradicional alemán; la nueva generación que para dirigirse a alguien utilizaba Du en vez de Sie, desformalizando y liberalizando el propio idioma alemán.

El centro de la desconfianza de Fabel era la maquinaria oculta del Estado: los órganos internos de una democracia nueva que habían sido trasplantados de una dictadura moribunda. Y justo en el centro de todo ello, en el punto de mira de la desconfianza de Fabel, estaba el BND.

El Bundesnachrichtendienst se había creado en 1965. Formaba parte de la maquinaria de la guerra fría, como contrapeso al Stasi de la Alemania Oriental, o Staatssicherheitsdienst. El primer director del BND había sido el general Gehlen. La verdad era que desde que acabó la segunda guerra mundial, el BND había operado como la Organización Gehlen. Gehlen había sido general de la Abwehr, el servicio de inteligencia nazi, que había colocado a espías en el Reino Unido, Estados Unidos y por todo el mundo. La Abwehr también había operado como unidad de contraespionaje, localizando a agentes de la resistencia y a espías de los aliados en la Europa ocupada. En el desarrollo de sus funciones, había demostrado un apetito por las torturas ligeramente menor que la Gestapo o las SS. Después de la guerra, los norteamericanos tuvieron que hacer frente a una nueva amenaza, el comunismo soviético, y descubrieron que carecían de una red de inteligencia importante sobre la Europa del Este. Pero conocían a alguien que sí disponía de una red así: los alemanes. Así que en Pullach, cerca de Munich, se creó la «Agencia de desarrollo económico del sur de Alemania»; pusieron a Gehlen al frente, y los aliados le dijeron que podía reclutar a todo el personal que necesitara.