Fabel se quedó mirando a Volker con incredulidad.
– ¿Utilizaron una operación policial para ayudar a organizar la ejecución de un personaje importantísimo del hampa? Dios santo, ¿hay algo que no harían?
– ¡Claro que no organizamos la ejecución! -La indignación de Volker no era convincente. Sus ojos se posaron en un punto de la mesa de Fabel-. Se jodió todo. A diferencia de lo que sabemos sobre esta banda nueva, nuestra información de inteligencia sobre Ulugbay es excelente. Le dimos a Klugmann detalles de un negocio de drogas muy importante que iba a reportarle millones a Ulugbay. Pero no esperábamos que él fuera en persona. Klugmann tenía los detalles de la reunión inicial, los nombres y datos de los colombianos implicados, las cantidades, etcétera. Klugmann podía decir que había conseguido la información a través de un contacto sobre el que tenía cierta influencia en la unidad de narcóticos del MEK. Fue suficiente para poner al descubierto a alguien del Equipo Principal. Es obvio que Vadim está en un nivel bajo del Equipo, pero eso es relativo cuando uno piensa en el poder que tiene cada uno de ellos. De todas formas, lo único que queríamos era dar credibilidad a Klugmann. No fue fácil tomar esa decisión. Tiramos a la basura una redada de drogas importante, pero pensamos que merecía la pena para desmantelar al Equipo Principal. Creímos que los ucranianos aparecerían en la reunión. Teníamos razón. Más de lo que hubiéramos querido. Antes de que nos diéramos cuenta, los colombianos se habían subido a un avión camino a Bogotá, y el cerebro de Ulugbay estaba desparramado por el suelo de un Parkhaus subterráneo.
– ¿Ulugbay creía que iba a encontrarse con los colombianos?
– Sí. Pero en lugar de eso se encontró con una bala. Como ya le he dicho, se suponía que no tenía que estar allí. Creímos que los ucranianos les quitarían el negocio o, como mucho, que robarían las drogas.
– Dios santo, Volker, realmente no podían cagarla más, ¿verdad?
Volker lanzó a Fabel una mirada desafiadora.
– No tiene ni idea de a quién nos enfrentamos, Fabel. Tenemos a diez o doce ucranianos durísimos entrenados por el Spetznaz; todos sin rostro ni nombre, excepto uno. Ya ni siquiera corren rumores. Son como fantasmas, pero tienen prácticamente a todo el hampa de Hamburgo en sus garras. Sólo Yilmaz y lo que queda de la organización de Ulugbay están fuera de su control, pero no por mucho tiempo. Esta unidad ucraniana representa la mayor amenaza criminal que jamás ha vivido Hamburgo. Tenemos que tomar medidas radicales para detenerlos.
Fabel miró perplejo a Volker mientras asimilaba aquella información. No se creía que no supiera mucho más de lo que Mahmoot ya había sido capaz de contarle.
– ¿Qué hay del líder? No me creo que no tengan nada sobre él.
– No tenemos nada. Lo único que sabemos es que el Equipo Principal está dirigido por un ex agente de alto rango del Ministerio del Interior ucraniano. No tenemos ni su nombre, ni una descripción ni siquiera su edad, aunque sospechamos que ha servido en Chechenia. Y se rumorea que utiliza una brutalidad atroz para lograr sus objetivos.
– ¿Cómo puede estar seguro de que no es él quien está detrás del asesinato de Tina Kramer?
– Porque no tiene ningún sentido. Nadie ha descubierto la tapadera de Klugmann, excepto ahora, usted, y vamos a tener que hacerle volver. Pero no hay nada que relacione nuestra operación con las otras dos víctimas. Y sin que descubrieran la tapadera de Klugmann, los ucranianos no tenían motivo alguno para matar a Kramer.
– ¿Qué dijo Klugmann cuando los llamó aquella noche… justo antes de denunciar el asesinato a la policía?
– Estaba histérico. Nos contó lo que le había pasado a Kramer, y vimos que se trataba del mismo modus operandi del psicópata que había asesinado a la primera chica. Como he dicho, no vimos ninguna conexión, pero tuve que tomar una decisión operativa sobre la marcha. Le ordené a Klugmann que volviera, que abortara la misión. Por lo que sabíamos, podía ser que hubieran descubierto su tapadera. Le dije a Klugmann que cuando lo tuviéramos a salvo, nos pondríamos en contacto con la policía de Hamburgo y daríamos parte del asesinato.
– Entonces, ¿qué pasó?
– Klugmann es uno de los mejores agentes con los que he trabajado. Me dijo que le dejara seguir adelante, que le dejara ocuparse de la situación, comprobar si habían descubierto su tapadera y dar parte él del asesinato a la policía.
Fabel volvió a pensar en el interrogatorio en la comisaría de Davidwache. Klugmann debía de tener unos recursos internos impresionantes. Se había quedado ahí sentado, escuchando las amenazas de Werner, las preguntas de Fabel, y había asimilado el impacto del espantoso asesinato de su compañera. No se le había caído la máscara ni una sola vez. Fabel había tenido sus sospechas, pero jamás se le ocurrió algo así. Junto a la puerta, Werner expresó los mismos pensamientos.
– ¡Qué cabrón! Vaya huevos tiene el tío, eso lo reconozco. ¿Está a salvo?
– No lo sabemos. Hemos perdido el contacto. Usted se llevó su móvil, así que no podemos localizarlo ahí. Y no nos ha llamado. Estamos muy preocupados.
Fue en ese momento cuando Maria Klee llamó a la puerta. Su mirada era seria y resuelta, y le hizo una seña a Werner para que saliera del despacho.
Volker se volvió hacia el Kriminalhauptkommissar.
– Tiene que creerme, Fabel, si hubiéramos creído que la muerte de Kramer estaba relacionada con la operación, lo hubiera ido a ver de inmediato. En cualquier caso, sólo íbamos a ocultárselo hasta que localizáramos a Klugmann.
Fabel iba a decir algo cuando Werner volvió a entrar, con la expresión imperturbable.
– Parece que ya no tiene que preocuparse más por Klugmann -dijo-. La Polizeidirektion de Harburg acaba de encontrar un cadáver en una piscina abandonada. Y la primera descripción coincide con la de su hombre.
Lunes, 16 de junio. 11:50 h
Hamburgo-Harburg (Hamburgo)
Fabel, Werner y Maria Klee estaban de pie en el borde desconchado de una piscina que no había visto agua en años. Volker los acompañó, pero Fabel le hizo esperar tras el cordón policial.
– Cuanta menos gente entre en la escena del crimen, mejor…, al menos hasta que los del equipo forense hayan acabado su trabajo -le había explicado Fabel a Volker sin demasiado entusiasmo. La verdad era que cada vez le resultaba más difícil soportar la presencia de Volker. Éste formaba parte de un grupo oscuro, del mundo de grises y sombras que Yilmaz había descrito, y Fabel no quería relacionarse con él o con su mundo más de lo estrictamente necesario.
A pesar de que casi era mediodía y de la ausencia prácticamente total de cristales en las ventanas, la piscina estaba oscura, como si la suciedad de las paredes y el suelo hubiera invadido el aire y matado la luz. Ahora, la mugre de la piscina estaba acentuada por la severidad de las luces de arco que había instalado el Tatort. Había jeringuillas usadas, preservativos, basura y, en una esquina, lo que parecían excrementos humanos. A Fabel no se le ocurrió un lugar más sórdido para morir.
Un equipo del Tatort integrado por seis hombres, con sus batas blancas de forense, examinaba la porquería. Brauner, el jefe del equipo, se puso en cuclillas junto al cuerpo. Klugmann tenía las manos atadas a la espalda y un saco en la cabeza. Brauner lo había cortado con cuidado; estaba medio acartonado por la sangre endurecida y seca. Alzó la vista y saludó con la cabeza cuando vio a Fabel detrás de él, de pie en el borde de la piscina.
– Estaba de rodillas donde te encuentras tú ahora cuando le dispararon -dijo Brauner-. Estilo ejecución y directo al tronco cerebral. Un trabajo muy profesional. Diría que murió en el acto. La bala salió por encima de la boca.
– ¿Cuándo murió?
– Tendrás que preguntárselo a Moller cuando examine el cuerpo, pero por la temperatura, la lividez post mórtem y el relajamiento del rigor mortis, diría que como mínimo hace un par de días. Quizá tres.