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La exposición se titulaba «Alemania crucificada». Fabel notó una palpitación en el pecho al mirar las láminas fotográficas de los cuadros. Todos los lienzos estaban compuestos de brochazos y manchas color rojo sangre, negro y amarillo anaranjado: los colores de la bandera alemana. Cada lienzo era ligeramente distinto, pero todos utilizaban los mismos colores y todos mostraban a una figura indefinida que se encontraba crucificada y gritaba. Fabel entendió al instante por qué Maria había traído el catálogo: había algo que recordaba vagamente pero de un modo inquietante a las escenas de los asesinatos del Águila de Sangre. Hizo un gesto con la cabeza a Maria y le sugirió que fueran a visitar a Frau Menzel.

Después de la reunión, Fabel habló con Kolski y Buchholz, de la división de crimen organizado, y les informó de la operación del BND y la ejecución de Klugmann en la piscina. Fabel los observó a los dos mientras hablaba: su enfado parecía auténtico, pero no tanto como habría esperado; quizá cuando el trabajo de uno es tratar con el crimen organizado, se hace inmune al engaño. En todo caso, Fabel no tenía ninguna razón para dudar de que Buchholz, tal como había afirmado Volker, estuviera al tanto de la operación.

Fabel estaba muerto de cansancio cuando llegó a casa. Se sirvió una copa de vino y se hundió en el sofá de piel sin encender las luces del salón. Más allá de los ventanales de su piso, las luces de la ciudad brillaban en el espejo del Alster. Intentó no pensar en la voz por teléfono de Angelika Blüm, en su cuerpo despedazado, en Klugmann tirado en la mugre de una piscina abandonada, en una chica drogada que, tambaleándose, se había cruzado en el camino de un camión. Pero las imágenes bailaban aleatoriamente en su cabeza como abejas atrapadas en un tarro. Bebió un sorbo de vino blanco y le pareció que estaba agrio. Dejó la copa en la mesa y decidió hacer el esfuerzo titánico que suponía meterse en la cama. Antes de levantarse del sofá, sus párpados sucumbieron a la gravedad, y Fabel cayó en un sueño profundo.

A la una y media de la madrugada se despertó con un sobresalto de un sueño en el que le obligaban a ver una película snuff que había visto para una investigación de asesinato anterior. Esta vez era el rostro de Sonja Brun el que estaba morado y aterrorizado, y en lugar de máscaras de P.V.C. de bondage, los hombres del vídeo llevaban las máscaras de Odín con un solo ojo. Fabel se desnudó y se fue a la cama, pero se dio cuenta de que el cansancio no podía evitar que su mente dejara de ir a toda velocidad. Después de pasarse una hora dando vueltas en la cama, se levantó y volvió a vestirse. Cogió las llaves del coche y salió a la calle.

Fabel pasó por el Prásidium para recoger las llaves del piso de Blüm. No sabía qué esperaba encontrar allí, pero sintió la necesidad de estar rodeado de sus cosas, de pasear por lo que había sido su vida. Como mínimo, era un lugar tan bueno para pensar como cualquier otro.

Eran las tres y cuarto cuando se detuvo delante del edificio Jugendstil. Fabel aparcó justo donde la chica del piso dijo que había estacionado su acompañante. Las luces brillantes del vestíbulo ardían con intensidad, y cualquiera que se acercara a las puertas de cristal estaría visiblemente iluminado. Sin embargo, en la distancia, cualquier descripción habría sido tan general como la que había aportado la chica. Un hombre rubio, alto, bien vestido, ancho de espaldas. Pero ¿era el asesino?

Fabel cogió el ascensor hasta el tercer piso. Se quedó un momento delante de la puerta del apartamento antes de abrir. Se quedó mirándola fijamente como si pudiera ver a través de la madera y escudriñar la oscuridad del piso. Se descubrió recordando la última vez que había abierto aquella puerta y traspasado una verja al infierno, y cómo otra imagen de muerte grotesca se quedaba grabada en su cerebro. Apartó aquellos pensamientos de su mente y giró la llave. Después de encender las luces del pasillo, se dirigió hacia el despacho de Blüm. De nuevo, se descubrió preparándose mentalmente antes de encender las luces. Una vez más, la iluminación repentina reveló una escena inesperada; esta vez no era de horror, sino de sorpresa. Habían registrado el despacho de Blüm de un modo muy profesional. Habían retirado con cuidado los cajones del escritorio y los armarios, y los libros y archivos de las estanterías que cubrían las paredes; habían dado la vuelta a los muebles para comprobar la parte de abajo. No se podía decir que la habitación fuera un caos, sino un desorden demasiado sistemático. Y Fabel sabía que el equipo de Brauner no la había dejado en aquel estado. Alguien más había estado allí. Aquel pensamiento duró sólo una milésima de segundo antes de que Fabel tuviera una sensación repentina que le erizó el vello de la nuca: alguien más estaba allí.

Se quedó inmóvil. Escuchó la quietud del apartamento con tanta intensidad que amplificó la afluencia de sangre a las orejas y el sonido del metal rozando la piel dura de la pistolera mientras desenfundaba la Walther. Estaba de espaldas a la puerta del despacho y se sentía expuesto. Girándose deprisa y sin hacer ruido, volvió al pasillo. Silencio. Se quedó quieto durante medio minuto, esforzándose por escuchar cualquier sonido procedente de las otras habitaciones. Seguía sin oír nada. La tensión de su cuerpo disminuyó, pero sólo un poco, y recorrió el pasillo sin hacer ruido. Con la espalda pegada a la pared y el arma en alto en la mano derecha, abrió la puerta del dormitorio empujándola tanto como pudo. Con un giro, se colocó frente al marco y escudriñó el cuarto mirando por encima del cañón del arma. Quitó una mano del arma y buscó el interruptor de la luz. La habitación estaba vacía. Fabel soltó una risita: qué idiota era. Bajó el arma y se volvió de nuevo hacia el pasillo.

El primer pensamiento que Fabel registró fue la sorpresa. ¿Cómo se había movido el hombre con tanto sigilo y rapidez? Debía de estar en el salón principal, esperando el momento de actuar. Fabel alzó el brazo que sujetaba el arma, pero bajó la vista con incredulidad al notar que se detenía a medio camino. Su atacante lo agarraba con fuerza y firmeza, y era como si le astillara los huesos de la muñeca. La presión parecía obligarle a abrir la mano, y la Walther cayó al suelo de madera. Ahora tenía al hombre cerca y Fabel intentó levantar el otro puño, pero su atacante le agarró la garganta con la mano que tenía libre. Durante el ataque ralentizado por la adrenalina, Fabel se dio cuenta de que su asaltante no le estaba obstruyendo las vías respiratorias, sino que aplicaba una presión intensa en el cuello, justo por debajo del ángulo de la mandíbula. Fabel intentó gritar, pero se había quedado mudo. Mientras el mundo a su alrededor comenzaba a nublarse, Fabel tan sólo pudo preguntarse si morir era aquello y mirar con miedo e impotencia a los ojos verdes y brillantes del hombre que había visto en la escena del asesinato de Tina Kramer.

Martes, 17 de junio. 5:20 h

Uhlenhorst (Hamburgo)

De lo primero que Fabel tuvo conciencia fue del dolor: un dolor que excedía todas las definiciones de jaqueca, que sobrepasaba cualquier resaca; una sierra que le taladraba el cráneo. Luego oyó el sonido de los pájaros, anunciando el despuntar del día con su canto. Fabel levantó un poco la cabeza y fue recompensado con una puñalada fría de dolor que le recorrió el cuerpo. Volvió a dejar caer la cabeza hacia atrás. No tenía ni idea de dónde estaba o cómo había llegado allí, ni siquiera de qué día era. Tardó casi un minuto en recuperar por completo la conciencia. El eslavo. Se irguió de repente y recibió el impacto de otra sacudida aún mayor, esta vez acompañada de vértigo repentino y náuseas. Sacó la cabeza de la cama y vomitó. La terrible jaqueca no remitió, pero no le importaba. Sentir dolor quería decir que estaba vivo. Se dejó caer en la cama y buscó el móvil en el bolsillo. No estaba. Tampoco el arma estaba en su funda. Se incorporó lentamente para poder echar un vistazo a la habitación. Estaba en la cama de Angelika Blüm. El eslavo debía de haberle tumbado allí. El dolor de cabeza envolvía cada uno de sus pensamientos. Bajo la pálida luz gris vio que el móvil, el arma y la cartera estaban encima del tocador. Tardó otros cinco minutos en levantarse de la cama y acercarse tambaleándose al tocador. Arrastró el móvil por la superficie de madera de arce y pulsó la tecla asignada al número del Präsidium.