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Permitió que su mirada volviera a MacSwain. Seguía con los ojos clavados en ella. Las dos rubias hablaban entre ellas y se reían nerviosamente. «Mierda -pensó Anna-, me ha pillado.» Las comisuras de la boca de MacSwain esbozaron una sonrisa de complicidad. Anna esperó que si desaparecía sigilosamente, Paul podría seguir vigilándolo mientras ella solicitaba por radio caras nuevas. Maldijo para sí. Ya se habían cargado otra vigilancia. Fabel yacía en la cama de un hospital, y cuando volviera al Präsidium, descubriría que había dejado que MacSwain la viera. La sonrisa de complicidad del rostro de MacSwain se convirtió en una sonrisa burlona. «Vamos, listillo de mierda -pensó Anna-, restriégamelo.» Entonces se dio cuenta: «Joder, no me ha pillado… ¡El muy cabrón me está tirando los tejos!».

Anna le devolvió la sonrisa. MacSwain dijo algo a las dos rubias y se excusó con un gesto; no había duda de que aquello no les gustó nada, y se marcharon en busca de una presa menos evasiva. MacSwain dio unos pasos en dirección a Anna y, sin mirar, ella supo que Paul se estaría acercando para cerrarle el paso. Anna fue hacia la barra, y despistó a MacSwain pasándole por delante y apoyándose en el mostrador. Le pidió al camarero un whisky con ginger ale. MacSwain se volvió hacia la barra y sonrió.

– ¿Puedo invitarte a la copa?

– ¿Por qué? -Anna respondió con voz fría y sin mostrarse impresionada. Por encima del hombro de MacSwain vio que Paul se acercaba. Hizo un movimiento de lo más sutil con los ojos, que Paul interpretó al instante, pues se ocultó de nuevo entre el follaje de la ropa de diseño de la discoteca.

– Porque me gustaría.

Ella se encogió de hombros, y MacSwain pagó cuando llegó la copa. Anna intentó que sus movimientos fueran relajados, casi de indiferencia, pero su cerebro trabajaba a toda velocidad, intentando asimilar la nueva situación. La operación de vigilancia se había convertido en una operación secreta. Y no estaba preparada para aquello. Los únicos refuerzos de que disponía eran la frágil línea de visión que Paul mantenía sobre ella. Y por lo que sabía, MacSwain podía ser el loco que se dedicaba a despedazar a mujeres por diversión. «Céntrate, Anna -se dijo a sí misma-. Sigue respirando despacio y con calma. No dejes que vea que estás asustada.» Bebió un sorbo del whisky con ginger ale.

– No te había visto nunca por aquí -dijo MacSwain.

Anna se volvió hacia él, con una burla en su rostro.

– ¿No se te ha ocurrido nada mejor?

– Lo he dicho de verdad. Quería iniciar una conversación, yo no digo las cosas para ligar. -Mientras hablaba, Anna detectó por primera vez un ligero acento extranjero en su voz. Tenía un alemán perfecto, aunque un poco forzado, y sólo le quedaba un ligero acento tras años de aprendizaje.

– ¿Eres extranjero? -le preguntó sin rodeos.

MacSwain se rió.

– ¿Tanto se nota?

– Sí -dijo Anna, y bebió otro trago.

«Eso no te ha gustado, ¿verdad?», pensó. Era evidente que MacSwain no estaba acostumbrado a que las mujeres no se quedaran embobadas escuchándole. Relajó el semblante y adoptó una expresión de cortesía resignada.

– Disfruta de la copa -dijo-. Siento haberte molestado. -Y comenzó a marcharse. «Mierda -pensó Anna-, ¿y ahora qué? Si se va, no podré seguirlo, pero no puedo quedarme con él el resto de la noche. Piensa.»

– El viernes por la noche vendré… por si quieres invitarme a otra copa -le dijo sin volverse hacia él-. Sobre las ocho y media. -Se dio la vuelta. Quizá el viernes era demasiado tarde para los planes de MacSwain; quizá tendría que haber dicho mañana por la noche, pero si Fabel iba a apostar por aquella idea espontánea, necesitarían tiempo para preparar un plan y montar un equipo de refuerzo. MacSwain volvió a ofrecerle una sonrisa.

– Vendré. Pero ahora ya estoy aquí…

– Lo siento -dijo Anna-. Tengo cosas que hacer mañana.

– El viernes a las ocho y media, entonces.

MacSwain no dio muestras de moverse. Anna se acabó la copa demasiado deprisa, y le quemó la garganta. De nuevo, no dejó que se reflejara en su rostro.

– Hasta el viernes.

Notó los ojos de MacSwain sobre ella mientras se alejaba; pasó por delante de Paul y le lanzó una mirada. Él interpretó la señal como «ahora estás solo». Se levantó y se dirigió a la barandilla de acero que delimitaba la pista de baile, pasó cerca de Anna sin mirarla y dejó que le cogiera las llaves del coche que tenía en la mano.

Anna se quedó sentada encogida en el coche durante dos horas antes de ver a MacSwain volviendo en dirección al Spielbudenplatz Parkhaus. Lo acompañaba una chica, una rubia alta y atractiva que se apoyaba en él y se reía o lo besaba cada pocos pasos.

– Ahhh… -dijo Anna para sí misma-, o sea que ya me engañas…

Vio que Paul los seguía a cierta distancia. Había bastantes noctámbulos por Spielbudenplatz, y Paul dejaba que algunos de ellos se colocaran entre él y su objetivo. Anna se hundió en el coche cuando MacSwain y su trofeo pasaron por el otro lado y entraron en el Parkplatz. Paul se dejó caer en el asiento del copiloto.

– ¿Qué opinas? ¿Debería entrar a pie y vigilarlo?

– No. Podríamos perderlos cuando salieran. Tenemos que asegurarnos de que su cita llega a casa.

Paul rió con amargura.

– Bueno, se ha jodido todo. Ha descubierto tu tapadera.

– Yo no diría que ha sido un desastre total -contestó Anna con una sonrisa ufana-. Después de todo, tengo una cita con él…

Miércoles, 18 de junio. 11:00 h

Polizeipräsidium (Hamburgo)

Fabel tenía los ojos ensombrecidos y hundidos en el cráneo. Las otras únicas pruebas del ataque eran el moratón bronce y púrpura que tenía en un lado del cuello y la rigidez con la que movía la cabeza, ya que tendía a girar los hombros fuera cual fuera la dirección en la que quería mirar. Después de que le dieran el alta a las ocho y media de la mañana, se marchó a casa a ducharse para desprenderse del olor a hospital y cambiarse de ropa. Había dedicado la última hora a leer el informe sobre la operación secreta de Klugmann y Kramer.

Según el informe del BND, el objetivo era recabar información de inteligencia sobre la rivalidad entre bandas y, en concreto, sobre la invasión por parte de los ucranianos de las zonas controladas por Ulugbay.

El informe contenía órdenes del Ministerio de Justicia para pinchar el teléfono de la principal línea terrestre del apartamento. No se mencionaba que hubiera un equipo de vídeo ni micrófonos en el piso. Tina Kramer tenía un papel de refuerzo, transmitía los materiales o el dinero necesarios, y así se evitaba que Klugmann tuviera que establecer contacto directo con alguna de las agencias. Las instrucciones que ella tenía eran quedarse a pasar la noche en el piso cada vez que contactara con Klugmann. De ese modo, cualquier persona que vigilara a Klugmann no podría seguir después a Kramer hasta el LKA o el BND. El piso donde realmente vivía Kramer estaba en Eimsbüttel, lo suficientemente lejos de Sankt Pauli para evitar que cualquier sospechoso se tropezara con ella por casualidad mientras hacía la compra. Las instrucciones que tenía sobre medidas de contravigilancia eran complejas. Había cuatro casas seguras. Visitaba como mínimo una de ellas, durante una hora al menos, cada vez que regresaba a su piso después de haber contactado con Klugmann. También podía recoger materiales y dinero en las casas seguras. Como Klugmann, Kramer llevaba meses sin ver el interior de una agencia federal. La idea era que, en caso de que alguien la siguiera, pensara que iba a visitar a un cliente. Después, tomaba una ruta muy larga para ir a Eimsbüttel, intercalando comprobaciones de contravigilancia y maniobras evasivas. Tardaba mucho en llegar a casa.