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Aquello significaba algo. En realidad, Kramer tan sólo era el correo de Klugmann, pero cada paso que daba, cada detalle que la relacionara con él, estaba lleno de precauciones. En cambio él, irónicamente, tenía que hacer menos maniobras clandestinas. Su forma principal de protegerse era vivir la vida. Iba a tener que meterse tanto en su papel de macarra en los márgenes del crimen organizado, y aislarse tanto de sus controles, que al final su tapadera sería impenetrable. Klugmann tenía dos cuerdas de salvamento: Tina Kramer y su móvil. No eran sólo las formas que tenía de ponerse en contacto, sino que también hacían que tuviera los pies en el suelo; lo mantenían conectado con la persona que era en realidad y con los verdaderos objetivos de la operación.

En el informe, había muchos datos sobre las organizaciones criminales de Ulugbay y Varasouv, además de sobre otros intereses criminales periféricos. Sin embargo, no había suficientes sobre la nueva banda, el llamado Equipo Principal, pese a que el propio Volker había reconocido que era el objetivo principal de la operación. Las transcripciones de las conversaciones pinchadas en el apartamento tampoco aportaban nada que mereciera la pena. Faltaba algo.

Volker le había prometido la historia completa: le había mentido.

Fabel le pidió a Werner que convocara a todo el mundo en el despacho principal de la Mordkommission para celebrar una reunión informativa. Al salir de su despacho, advirtió que los ojos de su equipo se posaban en él. Se irguió tanto como pudo e intentó dar a sus movimientos la máxima vitalidad posible. Se oyó un zumbido débil en el despacho, y Paul Lindemann se puso al teléfono. Fabel esperó a que acabara de hablar y dio dos palmadas secas.

– Muy bien, gente, ¿qué tenemos? ¿Maria?

Maria Klee estaba sentada en la esquina de su mesa. Llevaba una cara blusa azul claro y unos elegantes pantalones grises. El bulto negro y pesado de la automática parecía totalmente fuera de lugar en su cadera. Cogió una tablilla con algunas notas.

– He localizado a un miembro del Templo de Asatru; un tipo llamado Bjorn Jannsen. Tiene una especie de tienda New Age en el Schanzenviertel. También está detrás de una página web sobre odinismo o Asatru o como queráis llamarlo…

– Gilipolleces -sugirió Werner. Hubo un conato de risa que chocó con la actitud seria de Maria.

– El caso es que lo he encontrado a través de la página web -prosiguió-. Cuando le pregunté si conocía el Templo de Asatru, reconoció libre y abiertamente que él era miembro; al parecer, es uno de los «sumos sacerdotes». Afirma que todo es absolutamente legal y describe Asatru como una «celebración de la vida». He quedado con él hoy a las ocho y media.

– Iré contigo. -Fabel se volvió hacia Werner-. ¿Tenemos algo más sobre MacSwain?

Ahora le tocaba a Werner consultar sus notas.

– John Andreas MacSwain… -Como todos los integrantes de la Mordkommission a excepción de Fabel, Werner no sabía pronunciar la suave «w» anglosajona del apellido MacSwain-. Nacido en 1973 en Edimburgo, Escocia. Su padre es socio en una asesoría contable. Su madre es alemana, de Kassel, Hessen. Fue a una de esas escuelas privadas pijas que tienen los británicos y se licenció en informática en la Universidad… -Werner tuvo dificultades para pronunciar el nombre- Heriot-Watt. También se licenció en informática aplicada avanzada aquí, en la Universidad Politécnica de Hamburgo-Harburg. Tiene la residencia permanente alemana, pero no ha solicitado la nacionalidad. He encontrado una coincidencia… MacSwain trabaja para el grupo editorial Eitel. No está en plantilla. Tiene un contrato de autónomo como asesor de tecnologías de la información.

– El hombre perfecto para enviar mensajes de correo electrónico cifrados -dijo Anna.

Fabel, que estaba sentado en el borde de la mesa de Werner, asimiló aquella idea, descansando la barbilla sobre el pecho. La levantó deprisa cuando notó una punzada de dolor en el cuello, donde el eslavo había ejercido la presión.

– Sigue, Werner.

– No tiene antecedentes ni aquí ni en el Reino Unido. Ni siquiera una multa por exceso de velocidad. -Werner bajó sus notas y puso cara de «eso es todo».

– Anna, ¿qué tal la vigilancia? ¿Hay algo de lo que informar?

Anna y Paul intercambiaron una mirada. Fabel respiró despacio.

– De acuerdo Anna… Cuéntanos.

Anna relató lo sucedido la noche anterior.

– Muy bien… -La expresión de Fabel era de exagerada estupefacción-. Estás diciendo que el resultado de vuestra vigilancia es que has quedado con el objetivo… ¿para salir? -Puso énfasis en las dos últimas palabras.

– ¿Qué quieres que te diga? Lo tomas o lo dejas.

Fabel se irguió.

– Me alegro de que todo esto te resulte tan divertido, Kommissarin Wolff.

– Mira, jefe, podría funcionar. Podría dejar el equipo de vigilancia y no acudir a mi cita con MacSwain…; por otro lado, podría ir y seguramente descubriría más sobre él de lo que averiguaríamos observándolo durante un mes.

– ¿Y qué pasa si es nuestro hombre? -dijo Paul-. Podrías ser su próxima víctima.

Fabel miró el rostro que se escondía detrás del maquillaje de aquella chica menuda, del cuerpo pequeño y desafiador, y notó una inquietud en el estómago.

– No me gusta, Anna. No quiero ponerte en peligro…, pero me lo pensaré.

Paul Lindemann emitió un sonido como si hubiera probado algo tóxico y lanzó el bolígrafo sobre su mesa. Fabel no le hizo caso, pero decidió que si por sí misma Anna no elegía a Paul, él mismo insistiría en que fuera éste quien liderara el equipo de refuerzo: sabía que Paul antepondría la seguridad de Anna a su propia vida.

– Quiero que diseñes un esquema de la operación y lo dejes sobre mi mesa hoy mismo -siguió Fabel-. Y si no es perfecto, no seguiremos adelante. Y Anna, quiero que lleves micro. Quiero que el equipo de refuerzo sepa todo lo que pasa.

– Vaya… -Anna puso cara de decepcionada-. ¿Quieres que me hagan de carabina? -Entonces, cuando vio que nadie agradecía la broma, añadió-: Lo que tú digas, jefe.

Fabel notó una presión en la cabeza. Parecía que la iluminación fuerte del despacho de la Mordkommission hacía que le escocieran los ojos. Miró la hora: eran casi las doce y media; no podía tomarse otro calmante hasta dentro de una hora.

– ¿Qué tenemos sobre Angelika Blüm? -Fabel se masajeó las sienes mientras hablaba-. ¿Sabemos algo más sobre ella?

– Tenemos todo su historial laboral desglosado -dijo Werner-. Hay un par de cosas interesantes que cabe señalar. ¿Sabes la exposición ésa de Bremen?

Fabel asintió con la cabeza, intrigado por la relación que pudiera existir.

– Bueno, Marlies Menzel, antes de licenciarse en colocación de bombas en el Alsterarkaden, trabajó de periodista y dibujante satírica en una revista de izquierdas llamada Zeitgeist. Angelika Blüm también trabajaba en esa revista. Por aquella época salía con el director.

– ¿Menzel y Blüm eran amigas?

– Aún no lo sé. Esperaba que pudiéramos ir los dos a interrogar al ex novio de Blüm para averiguarlo.

– No creo que me necesites para eso -dijo Fabel, desconcertado.

– Yo creo que sí. -La topografía de facciones duras de Werner se desplazó un poco para dejar sitio a una sonrisa irónica-. De hecho, no me sorprendería que el Kriminaldirektor Van Heiden también quisiera asistir.

– ¿Por qué?

– El amante de Angelika Blüm en aquella época, y durante cuatro años en total, era un joven abogado y periodista de izquierdas con ambiciones políticas. Se llamaba Hans Schreiber.