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Erika Kessler era productora de la NDR, y su marido era socio de una productora que hacía anuncios para televisión. La casa contemporánea de tres pisos que compartían reflejaba la suma de sus ingresos y la moderna credibilidad de sus profesiones. El marido de Kessler, un hombre bajito, pulcro, medio calvo que llevaba unos pantalones Armani, una camiseta de cachemir con cuello de pico y unas sandalias que al andar resonaban ruidosamente en las baldosas de terracota del atrio, los condujo a una terraza de madera que se proyectaba sobre un jardín inclinado.

En cuanto la vista desde la terraza se abrió ante él, Fabel supo que debió incrementar en medio millón el valor de la casa. Advirtió que Werner, una persona que normalmente carecía de sensibilidad estética, también asimilaba en silencio el paisaje. La residencia de los Kessler estaba en uno de los bancales que retrocedían y ascendían desde el Blankenese Strandweg. Desde la terraza, Fabel y Werner tenían una vista ininterrumpida de todo el Elba: desde la orilla ancha que resigue el río, pasando por la hoz boscosa de la reserva natural de la isla Nesssand que divide el Elba en dos canales, hasta la Altes Land en la orilla sur del río. El Elba estaba moteado de triángulos blancos pertenecientes a una docena de barcos de vela. Tan sólo un buque portacontenedores largo y descomunal recordaba que la función principal del río no era el placer sino el comercio.

Durante la última semana más o menos, Fabel había visto muchas propiedades imponentes -la mansión de Yilmaz, el loft moderno de MacSwain y el apartamento Jugendstil de Angelika Blüm-, pero ninguna le había hecho sentir envidia. Esta casa sí, con su estilo relajado pero elegante, su situación y vistas increíbles que rivalizaban con el paisaje urbano de su propio piso. Sin embargo, cuando se imaginó a sí mismo en aquella casa, fue al lado de su ex mujer Renate y su hija Gabi. Era el sabor amargo de su envidia, y se dio cuenta de que sentía celos de los Kessler. Dio la espalda a las vistas.

Cuando Erika Kessler salió a la terraza, descubrió un atractivo glacial que desbarataba una mandíbula de robustez casi masculina. Sus ojos azul claro eran gélidos, y ladeaba la cabeza de una forma que sugería arrogancia. La severidad de su expresión quedaba mitigada por el precioso cabello rubio ceniza que llevaba suelto y encuadraba su rostro con unos rizos suaves. Vestía una camiseta blanca de algodón con cuello redondo y unos pantalones blancos anchos de hilo. Señaló unos sillones de madera noble de aspecto sólido y se sentó. Werner y Fabel ocuparon dos sillas delante de ella. Habían mostrado sus placas ovales a Herr Kessler al llegar; ahora, Erika Kessler les preguntó si podía ver su identificación y examinó ambas acreditaciones detenidamente, mirando primero la fotografía y después la cara y otra vez la foto en cada caso.

– ¿Querían hacerme unas preguntas sobre Angelika? -les preguntó al final, y les devolvió las placas.

– Sí -dijo Fabel-. Sé que debe de estar muy afectada por la muerte de Frau Blüm, y por cómo se ha producido, y le aseguro que no queremos afligirla más; pero necesitamos saber todo lo que sea posible sobre Frau Blüm para encontrar a su asesino.

– Les diré lo que pueda. Angelika no era una persona que… -Frau Kessler se tomó un momento para buscar la palabra correcta- que te contara cosas. La verdad es que no hablaba mucho de sí misma.

– ¿Pero eran amigas íntimas? -preguntó Werner.

– Éramos amigas. Conocí a Angelika en la universidad. Nos llevábamos bien. Era inteligente y atraía a los hombres, y en aquella época ésas eran unas credenciales esenciales.

– ¿Cómo era? -preguntó Fabel.

– ¿Cuando estábamos en la universidad o después?

– En ambos casos.

– Bueno, Angelika nunca fue una persona despreocupada, diría yo. Siempre se tomó en serio sus estudios y estaba muy concienciada políticamente. Fuimos juntas de vacaciones un par de veces. Un verano trabajamos en unos viñedos en España. Recuerdo que de vuelta visitamos el País Vasco y acabamos en Guernica, ya saben, el pueblo del cuadro de Picasso. Recuerdo que estábamos en un monumento a las personas que en 1937 mató la Legión Cóndor, a la que Hitler ordenó bombardear el lugar para hacerle un favor a Franco. Una anciana nos oyó hablar en alemán y se puso a reprocharnos lo que le habíamos hecho a su pueblo. Le dije que eso no tenía nada que ver conmigo, que yo había nacido una década después de la guerra, pero Angelika se quedó muy afectada. Yo incluso diría que ése fue un hecho importante en su concienciación política.

– Dice que le interesaba la política. Supongo que era de izquierdas.

– De izquierdas, sin duda. Pero no era marxista ni nada por el estilo. En el fondo, era una liberal. Y se preocupaba por el medio ambiente. En una época, militó en Die Grünen. Después de la reunificación, cuando los Verdes pactaron con diversos grupos de la oposición de la Alemania Oriental y formaron el Bündnis90/Die Grünen, creo incluso que flirteó con la idea de presentarse a las elecciones al Bundestag.

– ¿Por qué no lo hizo?

Frau Kessler se apartó un rizo dorado descarriado y se lo puso detrás de la oreja.

– Angelika era una periodista excelente, y ella lo sabía. Eligió seguir siendo una periodista excelente en lugar de convertirse en una política mediocre. Tenía la impresión de que podía hacer más por la justicia social y la protección medioambiental a través de sus artículos.

– ¿Cuándo vio a Frau Blüm por última vez? -preguntó Werner.

– La semana pasada. Almorcé con ella el miércoles pasado. El día cuatro, creo.

– ¿Cómo estaba? ¿Le mencionó algo fuera de lo normal?

– No. Creo que no. La verdad es que estaba bastante optimista. Aquella tarde iba a cubrir la llegada de ese capullo nazi de Wolfgang Eitel.

– ¿El padre de Norbert Eitel, el editor?

– Y ex oficial de las SS y líder del llamado Bund Deutschland-für-Deutsche.

– ¿Qué interés tenía Frau Blüm en él?

Kessler cruzó las largas piernas, y los pantalones de hilo emitieron un susurro.

– No fue específica. Como seguramente ya sabrán, Angelika mantenía en secreto los detalles de sus investigaciones hasta que estaba preparada para publicar o transmitir la historia. Intentó que me interesara por realizar un documental radiofónico con ella. Lo único que me dijo era que tenía algo turbio sobre Eitel que destrozaría su credibilidad entre sus partidarios. Lo que sí dijo es que estaba relacionada con la especulación inmobiliaria.

– ¿Sugirió en algún momento que debido a su investigación corría peligro?

Frau Kessler frunció el ceño.

– No creo que se le pasara por la cabeza. A mí tampoco se me ocurrió. No sospechará de los Eitel, ¿verdad?

– En concreto, no. ¿Estaba trabajando en algo más?

– Sé que estaba haciendo algo sobre el BATT101. Pero no creo que fuera un proyecto importante.

Fabel frunció el ceño. Antes y durante la segunda guerra mundial, el Batallón de Reserva Policial 101 estaba integrado por hombres normales y corrientes, principalmente de mediana edad y clase trabajadora de Hamburgo, que estaba considerada una de las ciudades menos nazificadas de Alemania. En 1942, estos hombres normales y corrientes del Batallón de Reserva Policial 101 masacraron a casi dos mil judíos en Otwock, Polonia. Cuando acabó la guerra, el BATT101 había exterminado a más de 80.000 judíos y otros «indeseables». Fabel recordó a Frau Steiner, la anciana de ojos de lechuza que vivía debajo del piso en el que Tina Kramer había sido asesinada. Recordó las viejas fotografías en blanco y negro de un hombre con un uniforme del Batallón de Reserva Policial.

– ¿El BATT101? No es un tema de actualidad.

Erika Kessler se encogió de hombros.