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– Pues sí que es una religión pacífica y apacible, la suya -dijo Maria.

– Y los cristianos quemaban en la hoguera a herejes y a supuestas brujas -dijo Janssen, con una sonrisa fría y una miradita a la blusa de Maria-. Como toda filosofía o religión, Asatru puede prestarse a los abusos. La verdad es que no sé si los rumores sobre esta secta eran ciertos o si están relacionados con el crimen que están investigando. Sólo intento ayudarles.

– Y lo ha hecho, Herr Janssen -dijo Fabel lanzando un mirada elocuente en dirección a Maria-. Mucho. ¿Oyó alguna mención sobre de dónde podía ser ese «extranjero»?

Janssen negó con la cabeza.

– Lo siento.

– ¿O dónde celebraba sus reuniones este grupo?

– No. Me temo que no. Se supone que eran muy herméticos.

– Gracias otra vez por su ayuda -dijo Fabel, y le estrechó la mano a Janssen. Éste se tomó la gran molestia de salir de detrás del mostrador y acompañarlos hasta la salida.

– Cuando quieran -dijo Janssen. Les abrió la puerta a los dos, pero reservó su sonrisa exclusivamente para Maria.

Habían cogido el coche de María y lo habían aparcado a la vuelta de la esquina. Ella desconectó la alarma del coche con el mando, y Fabel se detuvo, con la mano en el tirador de la puerta, y miró a Maria por encima del techo del coche.

– ¿Qué? -dijo ella a la defensiva. Fabel sonrió.

– No te ha gustado mucho Herr Janssen, ¿verdad?

Maria fingió un repentino escalofrío, hizo una mueca y soltó un «uurgh».

– Qué pena -dijo Fabel, y se subió al coche-. Diría que le has hecho tilín.

Maria no arrancó el motor de inmediato. Estaba pensativa y tenía la mirada perdida.

– Es raro, ¿verdad?

– ¿El qué? -preguntó Fabel.

– El modo en que la gente quiere siempre agarrarse a algo. Y a veces ese algo da un miedo terrible.

– ¿Te refieres al grupo escindido que ha mencionado Janssen? ¿El elemento marginal del elemento marginal?

– Sí. ¿Crees que Janssen cree de verdad en toda esa mierda de Asatru? ¿Y la gente que comete estas violaciones? ¿Creen que tienen algún tipo de justificación religiosa?

Fabel frunció la boca.

– Lo dudo, Maria. No a un nivel significativo, quiero decir. En cuanto a Janssen…, puede ser. Como dices, hay mucha gente que se aferra desesperadamente a una esperanza moral, que intenta dar forma y sentido a sus vidas. De lo contrario, éste es un universo oscuro y solitario.

Maria arrancó el motor y se incorporó al tráfico.

Viernes, 20 de junio. 12:00 h

Polizeipräsidium (Hamburgo)

Parecía que la única misión de la secretaria de Norbert Eitel era evitar que el mundo exterior tuviera algún contacto con su jefe. Al final pasó la llamada de Fabel, pero sólo después de que la amenazara con presentarse sin previo aviso con un equipo de agentes y empezar a detener a todo el mundo que los obstruyera.

– Diga, Herr Kriminalhauptkommissar… -Norbert Eitel parecía distraído, como si estuviera leyendo algo mucho más importante mientras hablaba con él-. ¿Qué puedo hacer por usted?

– Me gustaría mucho ir a hablar con usted… y con su padre, si pudieran estar los dos disponibles a la vez.

– ¿Puedo preguntarle con relación a qué?

– Tengo entendido que conocía a Angelika Blüm.

– Ah… sí…, un asunto horrible, horrible. Pero ¿en qué puedo ayudarle? -Fabel advirtió que ahora Eitel le prestaba toda su atención.

– Información, básicamente.

– Pero mi padre no conocía a Angelika. Creo que sólo se vieron una vez y muy poco tiempo… No veo de qué podría servirle hablar con él.

– Bueno, creo que eso mejor lo discutimos cuando nos reunamos. ¿Podría hacerme un hueco esta tarde a las dos y media?

– Bueno…, supongo que sí, pero no puedo hablar por mi padre. Él no trabaja aquí. Tiene sus propios negocios.

– Está bien, Herr Eitel. Si su padre no puede venir, podemos enviarle un coche a recogerlo para que lo traiga al Präsidium… No quisiera causarle ninguna molestia.

La voz de Eitel se volvió fría y áspera ante la amenaza.

– Veré lo que puedo hacer… -dijo, y colgó.

Fabel pidió a la cafetería que trajeran comida para todo el mundo a la Mordkommission. Mostró mucho interés en que Anna expusiera sus instrucciones para la operación MacSwain de la noche siguiente. Tan sólo había realizado algunos cambios respecto a su propuesta inicial. Pidió dos agentes más para el equipo de vigilancia, con lo que los integrantes pasaron a ser ocho, sin contarse a ella misma. Fabel aprobó la seguridad añadida y sospechó que Paul Lindemann había insistido en este punto. Como Fabel había esperado, Anna había elegido a Paul para dirigir los equipos de refuerzo. Habría cinco vehículos. El vehículo principal sería una furgoneta en la que estarían dos agentes del MEK armados hasta los dientes, Paul y Maria y el equipo electrónico para escuchar el micro de Anna. La furgoneta sería el centro de mando, haría el seguimiento de la actividad y daría las instrucciones al resto del equipo. Dos miembros del equipo irían en moto, lo cual les permitiría competir en velocidad con el Porsche de MacSwain, y habría dos coches, con un agente de la Mordkommission en cada uno. De ese modo podrían ir cambiando a los perseguidores de MacSwain continuamente para evitar sospechas, y si daba un paso en falso, los agentes de policía se le echarían encima en cuestión de segundos. Como ya había señalado Van Heiden, era una operación cara para realizarla basándose en la intuición de Fabel y la improvisación de Anna. Era la operación más segura que podían llevar a cabo con el presupuesto que tenían que justificar.

Después de la reunión, Fabel llamó a su despacho a Anna, Paul, Werner y Maria. Les habló de su cita con los Eitel para aquella tarde y les preguntó a Maria y a Werner si podían acompañarlo.

– Quiero superarlos en número…, o como mínimo ser los mismos que ellos -contestó Fabel cuando le preguntaron por qué-. Ellos son dos, y sospecho que al menos llevarán a un abogado. Sólo quiero que nuestra presencia se haga notar.

Fabel tenía el arma homicida de Klugmann y el informe completo de Brauner. Puso al día a todo el mundo respecto a los antecedentes del arma y lo que Hansi Kraus había dicho sobre los asesinos. Fabel les invitó a opinar.

– A mí me parece que su intención era que encontráramos la pistola -sugirió Maria-, y como Kraus estaba allí y la cogió primero, fastidió sus planes. Alguien quería que pensáramos que se trataba de un trabajo de los ucranianos.

– Pero tenían que saber que parecería artificial -dijo Fabel.

– Nos lo parece porque tenemos a alguien que los oyó y puede declarar que eran alemanes -dijo Werner-. Si no tuviéramos eso, podríamos haber interpretado que habían dejado deliberadamente el arma ahí para enviarnos algún mensaje…, una forma de reivindicar la acción. -Frunció el ceño-. Hay algo raro en ese Hansi Kraus, jefe.

»Anoche le tomé declaración y repasamos algunas fotos de los archivos policiales. Luego lo llevé a la cafetería para que comiera algo. No sé qué diablos le agarró, pero de repente me dijo que tenía que irse. Le pregunté a qué venía tanta prisa, pero lo que me contestó no tenía ningún sentido. Me prometió que volvería hoy, pero le dije que tenía que quedarse un poco más para mirar más fotos. Hice que se sentara a una mesa y fui a la barra; cuando volví, se había marchado. Fue cuando intentaste localizarme… Lo estaba buscando por todas partes.