– Por cierto -dijo Maria cuando se abrieron las puertas al vestíbulo-, quería comentártelo antes… Tengo los detalles de los contactos entre policías de Hamburgo actualmente en servicio y los cuerpos de seguridad ucranianos. No vas a creer qué nombre ha salido.
– ¿Cuál?
– El tuyo.
– ¿Qué? No he estado en Ucrania en mi vida.
– ¿Recuerdas que escribiste una ponencia para la convención de la Europol sobre asesinos en serie psicóticos, sobre los asesinatos de Helmut Schmied?
– Sí…
– Al parecer, forma parte del material que se utiliza en el centro de psicología forense y criminología de Odesa, que es donde la policía ucraniana recibe formación sobre cómo atrapar a asesinos en serie.
Werner y Maria se dirigieron hacia las enormes puertas dobles de cristal y cromo de la salida. Fabel se quedó un momento mirando a sus compañeros, antes de seguirlos hasta la calle.
Viernes, 20 de junio. 19:00 h
Polizeipräsidium (Hamburgo)
Los compañeros de Anna Wolff estaban tan acostumbrados a su habitual aspecto neopunk consistente en maquillaje excesivo, una chaqueta de piel dos tallas grande y unos vaqueros ajustados que se sobresaltaron un poco cuando la vieron entrar en la oficina principal de la Mordkommission. Werner y un par de tipos del equipo de refuerzo la piropearon con silbidos, Maria alabó su aspecto y Fabel aplaudió. Paul Lindemann puso cara de preocupación.
Anna había moderado el maquillaje y sólo había acentuado sutilmente la estructura marcada de los pómulos y suavizado el estilo de su pelo corto y oscuro. Un vestido negro atado al cuello que acababa a medio muslo acentuaba las curvas de su cuerpo y dejaba al descubierto sus piernas torneadas. Debajo del vestido, encajado incómodamente en el sujetador sin tiras, llevaba el transmisor portátil y el micrófono que Maria le había ayudado a colocarse. La sección técnica ya había comprobado que funcionaba.
– Diría que estamos listos para echar el anzuelo -dijo María con una sonrisa.
– Bien -dijo Fabel-. Repasemos el plan otra vez. ¿Anna?
Anna Wolff repasó la operación al detalle una vez más. Dejó la parte más importante para el final.
– Recordad mi frase de alarma. Si oís que digo «No me encuentro muy bien», es la señal para que entréis a por mí. -Anna había elegido con cuidado las palabras. Era algo que podía decir de repente y en cualquier contexto. La sala era un hervidero de expectativas, nervios y adrenalina-. ¿Estás seguro de que no quieres venir, jefe?
– No, Anna…, es tu operación. Pero me mantendré en contacto con el equipo para asegurarme de que todo va bien. Buena suerte.
– Gracias.
El equipo siguió a Anna hasta el aparcamiento, por lo que Fabel y Werner se quedaron solos en la Mordkommission. La sala se quedó vacía y silenciosa, sin la electricidad que reinaba hacía unos segundos. Fabel y Werner no dijeron nada durante un minuto; luego, Werner se volvió hacia Fabel.
– ¿Ahora?
Fabel asintió.
– Pero mantente alejado de la zona de la operación. Tan sólo sigue lo que vaya sucediendo y escucha la radio. No quiero que Anna y Paul piensen que no confío en que puedan sacar la operación adelante ellos solos. Dejaré encendido el móvil toda la noche por si surge algún problema.
– Claro, Jan.
– Y Werner… -dijo Fabel-. Te agradezco que hagas esto. Me quedo más tranquilo sabiendo que tienen tu pericia y experiencia a la vuelta de la esquina.
Werner encogió su cuerpo robusto y sonrió.
– Todo irá bien -dijo. Sacudió las llaves del coche que llevaba en la mano, se volvió y salió del despacho.
Viernes, 20 de junio. 20:00 h
Sankt Pauli (Hamburgo)
Una gran furgoneta Mercedes Vario azul oscuro, con el logo de la empresa Ernst Thoms Elektriker a los lados, estaba aparcada frente a la entrada de la discoteca. Los transeúntes apenas habrían advertido su presencia: los asientos del conductor y del copiloto estaban vacíos, y no había más señal de vida que la rejilla de ventilación que giraba sin parar y en silencio. Lo que la mayoría de gente tampoco habría advertido es que la segunda rejilla no giraba, sino que estaba abierta, de cara a la discoteca.
Anna Wolff sonrió para sí misma mientras el portero le abría la puerta; era evidente que no reconoció en Anna a la misma mujer que había demostrado de un modo tan espectacular la flexibilidad de las articulaciones de su pulgar. Antes giró un poco la cabeza y miró con naturalidad hacia la furgoneta Mercedes. Se dio unos golpecitos con los dedos en el pecho en un gesto distraído, se dio la vuelta y entró en la discoteca. Sabía que Paul y Maria, sentados en la oscura parte trasera de la furgoneta, observando la imagen de la cámara de la rejilla en el monitor, la habrían visto dar los golpecitos y también la habrían oído. Si no había sido así, alguien iría a sacarla de ahí de inmediato. Era una sensación desconcertante. Estar sorda, pero no muda. Sus observadores de la furgoneta podían oír todo lo que pasaba a su alrededor, cada palabra que decía o que le decían; sin embargo, ella no podía escucharles. Si llevara un auricular, podrían detectarlo deprisa y con facilidad. Sabía, no obstante, que dentro de la discoteca ya había dos miembros del equipo, ambos equipados con radios con auriculares, que seguirían todos sus movimientos.
Anna respiró hondo y empujó la puerta que daba a la pista de baile principal de la discoteca. El ritmo de la música la envolvió, pero no logró hacer desaparecer la sensación de inquietud que sentía en el estómago.
Viernes, 20 de junio. 20:00 h
Alsterpark (Hamburgo)
Fabel quedó con Susanne para cenar algo y tomar una copa en Póseldorf. Estuvo distraído durante toda la comida y se disculpó con Susanne.
– Tengo a un agente en una operación encubierta -le explicó-. Y no puedo decir que me haga mucha gracia.
– ¿Tiene que ver con el caso del Hijo de Sven?
Fabel asintió.
– Bueno, podría ser. He permitido que se utilice de cebo a una agente joven.
– ¿Para el Hijo de Sven? -Susanne se quedó muy impactada-. Nos enfrentamos a un psicótico sumamente peligroso, impredecible e inteligente. Haces bien en estar preocupado, Jan. Tengo que decirte que es una irresponsabilidad.
– Muchas gracias -dijo Fabel, con tristeza-. Ahora me siento mucho mejor. Pero no estoy seguro del todo de que se trate de nuestro hombre; aunque bien podría tener algo que ver con los secuestros con violación.
– Lo único que puedo decir es que espero que tu agente sepa cuidar de ella misma.
– Es Anna Wolff. Es mucho más dura de lo que aparenta. De hecho, es muchísimo más dura que la mayoría de nosotros. Y tiene a un equipo completo respaldándola.
Susanne no parecía muy convencida. Su preocupación hizo que Fabel llamara a Werner, que estaba escuchando la radio del equipo de vigilancia. No había novedades. Era la tercera vez que lo llamaba, y el tono de Werner era el de una canguro que tranquiliza a un padre sobreprotector. Le contó a Fabel que Anna estaba en posición, esperando a que apareciera MacSwain, y lo tranquilizó una vez más diciéndole que si pasaba algo significativo, le informaría de inmediato.
Después de cenar, Fabel y Susanne cruzaron paseando el parque y la ciudad hasta llegar al muelle, y se sentaron en uno de los bancos orientados al agua. El sol estaba poniéndose a sus espaldas y alargaba sus sombras delante de ellos.
– Siento no ser muy buena compañía esta noche -dijo sonriendo débilmente a Susanne, quien se acercó a él y lo besó con ternura en los labios.
– Ya lo sé. Es por el caso. -Volvió a besarlo-. Vamos a tu casa a emborracharnos un poco.
Fabel sonrió.
– De acuerdo.
Acababan de levantarse cuando le sonó el móvil. Fabel abrió la tapa, esperando oír la voz de Werner.