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Paul agarró más fuerte la radio, como si al hacerlo pudiera extraer de ella información más satisfactoria.

– Kastor cuatro-uno a Kastor cuatro-dos… -El primer coche llamó al segundo-. Voy a retirarme. Adelántame y ponte a la cabeza. Kastor cuatro-cuatro… -El coche principal llamaba ahora a uno de los motociclistas-. Mira a ver si puedes colocarte delante y entrar en Landungsbrücken…

Se produjo otro silencio.

– Kastor cuatro a Kastor cuatro-cuatro… -A Paul se le acabó la poca paciencia que le quedaba-. Informa…

– Hemos entrado en Landungsbrücken… -Hizo una pausa y luego añadió con un tono perplejo-: Parece que nos dirigimos a Baumwall y el Niederhafen… o el Hanseboothafen… Ahora el objetivo está en Johannisbollwerk.

Anna sintió que el nudo que tenía en el estómago se tensaba. MacSwain salió de la carretera portuaria principal y pasó por los pontones que separaban los muelles del Niederhafen y del Schiffbauerhafen, que ofrecían atracaderos para los expositores y visitantes de la Feria del barco Hanseboot. Aparcó el

Porsche y rodeó el coche para abrirle la puerta a Anna. Ella se quedó quieta un momento. Oía el chirrido, el tintineo y los zumbidos del bosque de mástiles de los yates que la rodeaban.

– Vamos -dijo MacSwain sin impaciencia-. Quiero enseñarte algo.

Anna tembló involuntariamente al bajarse del coche, aunque la noche no era fría. MacSwain no lo vio, porque estaba cogiendo la cesta de mimbre del asiento trasero. Cerró la puerta y utilizó el mando del llavero para cerrar el coche y poner la alarma. Con la cesta en la otra mano, extendió el codo para que Anna lo agarrara del brazo. Ella sonrió y lo hizo. Cruzaron el pontón hacia Überseebrücke. De repente, MacSwain se detuvo junto a un barco a motor pequeño pero elegante y que parecía caro.

– Ya hemos llegado. Es pequeño, pero cómodo y rápido. Nueve metros de eslora. Tres metros de ancho.

Anna se quedó mirando la embarcación. Era de un blanco inmaculado y tenía una única raya azul pintada en el casco. En prestigio y elegancia, era el equivalente acuático del Porsche de MacSwain.

– Es precioso… -La voz de Anna sonó apagada y vacía. En aquel momento no tenía ni idea de qué iba a hacer.

– ¡Joder! Tiene un barco. -Paul miró a Maria con los ojos desorbitados-. Si Anna sube y MacSwain sale del puerto, los perderemos. Mierda. No se nos ocurrió que podía tener un barco. Voy a llamar al equipo para que la saque de ahí…

Maria Klee frunció el ceño.

– Pero eso tirará por tierra toda la operación. No podemos detenerlo por nada; no ha hecho nada malo. Lo único que haremos será descubrir la tapadera de Anna y alertar a MacSwain de que está bajo sospecha. Y Anna aún no nos ha pedido que intervengamos.

– Dios santo, Maria, si la saca al río, estará totalmente desprotegida. No podemos dejarla así de expuesta… -Cogió la radio. Maria puso la mano sobre la suya.

– Espera, Paul -dijo Maria-. Podemos avisar a la Wasserschutzpolizei y quizá incluso podamos solicitar un helicóptero. Estamos justo entre la policía portuaria de Landungsbrücken y la Wache de Speicherstadt; podemos conseguir refuerzos en el río en cuestión de minutos. Dile al equipo que avance, pero que se mantenga a distancia. Si sospechamos que Anna tiene problemas, podemos hacerles intervenir antes de que salga del atracadero. -Maria cogió su móvil con un gesto decisivo-. Llamaré a la Wasserschutzpolizei…

La mente de Anna iba a toda velocidad. Aquél era un elemento que no había previsto en su plan. Simplemente, se quedó mirando perpleja las líneas elegantes del barco como si mirara un arma cargada que apuntara en su dirección. Había bajado la guardia, y MacSwain lo notó.

– ¿Sara? ¿Pasa algo? Esperaba que te impresionaría…

La voz de MacSwain devolvió a Anna al instante a la tarea que tenía entre manos.

– Lo siento. Es que los barcos no son lo mío, precisamente.

– ¿Cómo? -MacSwain estaba escandalizado-. Eres de Hamburgo, ¿no? ¡Llevas el mar en la sangre! -MacSwain bajó por la pequeña escalera metálica, sujetando con cuidado la cesta con la mano que tenía libre. La dejó sobre la cubierta y extendió la mano para ayudar a Anna a bajar del muelle.

– No…, en serio, John… Tengo un problemilla con los barcos. Me mareo. Y me dan miedo…

MacSwain esbozó una gran sonrisa y sus ojos verdes brillaron bajo la luz tenue.

– No te pasará nada. Sube a ver qué tal. Ni siquiera lo pondré en marcha. Si no estás a gusto, iremos a cenar a la ciudad… Sólo pensé que sería bonito ver las luces de la ciudad desde el agua.

Anna tomó una decisión.

– De acuerdo. Pero si no estoy a gusto, vamos a otro sitio… ¿Trato hecho?

– Trato hecho…

En la furgoneta de mando, Paul miró a Maria muy serio y le dijo:

– Llama a Fabel.

Viernes, 20 de junio. 21:30 h

Speicherstadt (Hamburgo)

– Yo fui comandante de las fuerzas del Ministerio del Interior soviético. Del MVD Kondor. Los norteamericanos suministraron a las fuerzas rebeldes las armas más sofisticadas, y pronto la guerra en Afganistán se convirtió en el Vietnam de la Unión Soviética. Fue una época terrible. Había sido siempre una guerra muy violenta, pero cada vez volvían más chicos en bolsas de plástico. Y lo que era peor, muchos de ellos desaparecían sin dejar rastro. Era evidente que no estábamos ganando el conflicto, y las actitudes eran cada vez más inflexibles. -El eslavo sacó una cajetilla de tabaco con letras cirílicas del bolsillo de su abrigo y se lo ofreció primero a Fabel y luego a Mahmoot. Los dos dijeron que no con la cabeza. El hombre se encogió de hombros, sacó un cigarrillo sin filtro y se lo colocó entre los labios ligeramente carnosos. Sacó del bolsillo un pesado encendedor de cromo; Fabel vio que tenía una especie de emblema con un águila. Las hebras de tabaco crujieron cuando encendió el cigarrillo y dio una larga calada-. No me siento orgulloso de todo lo que pasó durante esa época oscura, Herr Fabel. Pero la guerra es la guerra. La guerra se alimenta, por desgracia, de represalias. En Afganistán, las represalias se volvieron cada vez más extremas. En ambos bandos.

El eslavo expulsó el humo soplando con fuerza antes de proseguir.

– Sólo la gran cantidad de misiles tierra-aire que los norteamericanos habían proporcionado a los rebeldes ya hacía prácticamente imposible obtener ayuda o provisiones por aire. Las unidades se quedaron aisladas. A menudo simplemente se las abandonaba, y tenían que buscarse una salida ellas solas o caer en manos de fanáticos enloquecidos. Una de estas unidades fue un Spetznaz de la policía de campo del MVD Kondor.

– ¿Comandada por Vitrenko?

El eslavo movió el cigarrillo en dirección a Fabel, lo cual provocó que una pequeña nube de ceniza gris cayera despacio al suelo.

– Exacto… -Hizo una pausa-. Creo que ahora debería contarle un par de cosas sobre las habilidades especiales del coronel Vitrenko. Mandar es un don. Mandar a hombres en una batalla es como ser su padre. Tienes que hacerles creer que su confianza en ti es total y absoluta; que sólo tú puedes guiarlos hasta la luz y la seguridad; que sólo tú puedes protegerlos. Y si no puedes protegerlos y les ha llegado la hora de morir, tienen que creer que ése era el único lugar donde podían morir…, que sobrevivir y vivir en otro lugar y otro tiempo sería una traición. Todo esto significa que las estrategias más importantes de quien tiene el mando son psicológicas, no militares. Vasyl Vitrenko es un hombre muy especial y una persona que manda a los hombres de un modo único. De niño, vieron que tenían una inteligencia especial, poderosa. Por desgracia, también vieron que ciertos rasgos de su personalidad eran potencialmente problemáticos. Nació en el seno de una familia de militares, y consideraron que estas singularidades de su carácter estarían mejor controladas si hacía una carrera militar.