– ¿Le dieron alcance?
– Al final, sí. Mis órdenes eran llevarlos de vuelta a él y a sus hombres a territorio controlado por los soviéticos. Y es lo que hicimos; pero después de arduas negociaciones. De hecho, cuando le dimos alcance, los hombres de Vitrenko tomaron posiciones defensivas. Tuve que ordenar a mis hombres que se pusieran a cubierto. No entendían por qué sus camaradas les apuntaban. Pero aquellos hombres ya no eran soldados soviéticos. Eran soldados de Vitrenko. Bandidos. Muy bien entrenados, muy motivados, muy eficientes…, pero bandidos, en definitiva. Y su lealtad era exclusivamente para con Vitrenko.
»Después de la guerra de Afganistán, se convirtió en un héroe. Los detalles de sus atrocidades quedaron eclipsados por la popularidad de que gozaba entre los hombres normales y corrientes. Para serle sincero, a pocas personas, fuera cual fuese su rango, les importaba lo que le pasara a un puñado de musulmanes extranjeros, siempre que diera buenos resultados. Vitrenko pronto fue reconocido como un experto en terrorismo islámico. Después de la desintegración de la Unión Soviética, se convirtió en un miembro muy valioso de las nuevas fuerzas antiterroristas ucranianas. Se alistó en el Berkut, las «Águilas Doradas». De nuevo, su hoja de servicios fue ejemplar. Vitrenko es una persona muy inteligente y culta, y estudió todas las formas de criminología, psicología y antiterrorismo. Esto, combinado con su experiencia en el campo de batalla, lo convirtió en un experto muy respetado. Pero entonces, tuvieron lugar en Kiev una serie de violaciones y asesinatos brutales. -El ucraniano señaló de nuevo las fotos-. La primera fotografía que ha visto era de una de las víctimas, una joven periodista de una emisora de radio independiente de Ucrania. Detuvimos a alguien por los asesinatos, un joven de unos veinticinco años. Encajaba en todos los criterios de asesino en serie y confesó ser el autor de los crímenes, pero estábamos bastante seguros de que no actuaba solo. De hecho, Herr Hauptkommissar, no estoy convencido de que fuera el asesino. Corría el rumor de que detrás de estos crímenes había una especie de culto, y se mencionaba el nombre de Vitrenko. También sospechábamos que un agente de policía o de seguridad bien situado estaba dirigiendo la actividad del crimen organizado, pero no pudimos relacionar nunca a Vitrenko con este asunto. Luego, hará unos tres años, desapareció. Poco después, se perdió de vista a doce de sus antiguos subordinados… o, de hecho, desertaron de sus puestos en los ejércitos de Rusia, Bielorrusia y Ucrania.
Fabel soltó una risa amarga.
– Y se han trasladado a Hamburgo, donde las ganancias son mayores. Supongo que se trata de las personas a las que nuestra división de crimen organizado llama el «Equipo Principal»…
El ucraniano se encogió de hombros.
– La llame como la llame, la unidad de Vitrenko ha tomado de forma sistemática el control de las principales actividades mafiosas de su ciudad. Verá, para ellos, su queridísimo Hamburgo no es distinto de Afganistán, Chechenia o cualquier otro escenario de operaciones. Simplemente es otro paisaje. La lealtad que se tienen y que tienen para con su líder, su compromiso para alcanzar el objetivo de su misión… es lo único que les importa, nada más.
– Pero Vitrenko está loco -protestó Fabel, consciente de la pobreza de su argumento.
– Eso no viene al caso. Yo también creo que está demente, que es un psicópata. Pero su locura se ha convertido en su mayor activo. Como carece totalmente de inhibición y, bueno, de restricciones morales, puede utilizarla para aterrorizar a quienes subyugaría y cautivar a aquellos que utilizaría como instrumentos suyos.
– Iván el Terrible… -dijo Fabel entre dientes.
– ¿Cómo?
– Nada, he recordado una cosa que alguien me dijo hace poco -dijo Fabel-. ¿Por qué me cuenta todo esto?
Pareció que algo apagaba su mirada verde. Fabel casi podría haberlo definido como tristeza. La chica rubia interpretó una vez más la orden silenciosa del ucraniano y le entregó una carpeta. Él la abrió, sacó otra fotografía y se la dio a Fabel. Era una foto de archivo militar de un hombre de unos cuarenta años. El ucraniano se rió en voz baja al ver la contusión de Fabel mientras éste miraba primero la foto y luego al ucraniano y después de nuevo la foto. El rostro de la fotografía tenía exactamente la misma forma y los mismos ojos verdes que el anciano; pero la mandíbula era más ancha y robusta, y la amplia frente estaba encuadrada por una melena rubia. Por un instante, Fabel se preguntó si sería una foto del ucraniano de joven; pero a pesar de las similitudes desconcertantes, había demasiadas diferencias fundamentales y estructurales entre los dos rostros. Fabel recorrió más camino en tan sólo un par de segundos que en toda la investigación hasta la fecha. Se recostó en la silla y miró al anciano con una compasión perceptible.
– ¿Se apellida usted Vitrenko?
El ucraniano asintió con la cabeza. Fabel volvió a mirar la cara de la fotografía.
– ¿Es su hermano?
El ucraniano negó lentamente con la cabeza, como si la tuviera de plomo.
– Es mi hijo. Soy el padre de Vasyl Vitrenko.
Viernes, 20 de junio. 22:00 h
Niederhafen (Hamburgo)
Ahora que no corrían el riesgo de que MacSwain los viera, habían abierto la puerta corredera de la furgoneta Mercedes que servía de puesto de mando. Los hombres del MEK estaban fuera fumando. Dentro, el aire era más limpio, pero el ambiente seguía crispado. Todo el mundo escuchaba la conversación que tenía lugar en el barco, en algún punto de las aguas negras. La voz de Anna sonaba relajada y segura. Paul Lindemann abrió las manos sobre las rodillas, frotó las palmas en el tejido de los pantalones y soltó el aire despacio antes de levantarse de repente con un gesto decidido.
– Comunica a la lancha de la WSP que se mantenga a la espera. Si Anna quisiera que la sacáramos de allí, nos haría una señal.
Maria levantó el auricular de la radio, pero no comunicó.
– ¿Estás seguro, Paul?
– Diles que se mantengan a la espera. Pero quiero que se aseguren de que tienen contacto visual en todo momento, aunque corran el riesgo de que los vea. No quiero perder de vista a Anna.
– Creo que tomas la decisión correcta, Paul. Lo del barco ha sido una sorpresa desagradable, pero ahora que tenemos a la policía portuaria vigilando, controlamos de nuevo la situación. -Maria hizo una pausa-. Si quieres, también podemos subirnos nosotros a una lancha…
Paul negó con la cabeza.
– No. Volverán a tierra firme… de un modo u otro. Y lo lógico es que regrese a su atracadero. Quiero vigilarlo de cerca cuando vuelva.
MacSwain pulsó un botón en el panel blanco junto al timón del barco. Las luces de navegación y las luces interiores de la cabina de mando volvieron a encenderse. Levantó la botella de Sekt y arqueó una ceja. Anna alzó la copa.
– ¿Tú no quieres? -le preguntó ella, y comprobó, tanto como le fue posible sin que se notara, que era la misma botella que había abierto antes de apagar las luces.
MacSwain sonrió.
– Cuando estoy al timón del barco, sólo tomo una copa…; pero tú bebe, por favor. -Le llenó la copa y volvió a dejar la botella en la cubitera. Anna tomó un sorbo de champán. ¿Había algo en la bebida que antes no estaba? ¿Un regusto? Notó el hormigueo de un sudor frío en la frente y retuvo el líquido en la boca, llevando al límite las capacidades analíticas de su paladar. Anna tragó el champán, mientras repasaba mentalmente su frase de alarma, como si fuera un chaleco salvavidas al que pudiera agarrarse al primer indicio de hundimiento. Sonrió débilmente a MacSwain, cuyo rostro seguía inexpresivo y oscuro. El momento pasó. No se mareó ni sintió confusión.