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– ¿Qué quieres decir, Susanne?

– No actúa solo. Puede que él ni siquiera participe. ¿Te acuerdas de Charles Manson en Estados Unidos, de los asesinatos en masa en las casas de Tate y LaBianca? Manson ni siquiera estuvo presente en la casa de Sharon Tate, y de la residencia de LaBianca se marchó después de ordenar a sus seguidores que mataran a las víctimas, pero antes de que se llevaran a cabo los asesinatos. Así que Manson no cometió los crímenes personalmente. Sin embargo, eran sus crímenes. Manipuló a otras personas para que los cometieran por él. Fue el artífice de un ámbito de participación que no sólo incluía a su «familia», sino que lo excluía a él.

Fabel reflexionó sobre lo que decía Susanne. Había estudiado en profundidad los asesinatos de Manson: Manson fortaleció los vínculos en su «familia» acostándose con todas las «chicas de Charlie», las integrantes femeninas de su grupo. Era el mismo truco que había utilizado Svensson para ganarse la lealtad de sus acólitas, como Marlies Menzel y Gisela Frohm, a la que Fabel se vio obligado a matar hacía tantos años en un muelle del puerto. Se dio cuenta de que él y Gisela no estuvieron solos en ese muelle. Svensson también estuvo allí. Invisible, insidioso. Su presencia sólo fue evidente para Gisela. Fabel soltó un suspiro sonoro, como si quisiera expulsar de su cabeza aquellos fantasmas.

– No lo sé, Susanne. Veo a Vitrenko como un carnicero práctico. Y si tengo razón, él se considera el heredero natural de Blot Sven, el maestro del sacrificio…

Fabel la oyó respirar al otro lado del teléfono.

– Tú ten cuidado, Jan. Ten mucho cuidado.

Werner entró en el despacho de Fabel justo antes de mediodía. Los agentes de delitos económicos y empresariales aún estaban con Wolfgang y Norbert Eitel; dos detectives les interrogaban por separado.

– Markmann, de delitos empresariales, opina que hay algo en este negocio inmobiliario, pero que aún no tenemos pruebas sólidas -dijo Werner desanimado-. Está formando equipos para hacer una redada en las oficinas de Gallatia Trading y del Grupo Eitel, pero la fiscalía no ve claro lo de tramitar una orden con unas pruebas tan endebles.

Fabel asintió. Ya había recibido una llamada de Heiner Goetz, el fiscal general del estado, quien le dejó clara su preocupación por poner bajo sospecha a unos personajes tan destacados. Fabel conocía a Goetz desde hacía años, y ambos se tenían un respeto mutuo, pero sabía que era un fiscal prudente y metódico a quien no le gustaba echar por el atajo. También sabía que Goetz pillaría cualquier mentira, así que tuvo que admitir que se estaba arriesgando mucho con los Eitel. Todo se reducía a una decisión de juicio, y Goetz estaba dispuesto a dar cierta flexibilidad a Fabel. Él, sin embargo, decidió no contarle a Goetz, en aquel momento, su plan de llamar a MacSwain para interrogarle: Fabel esperaba que MacSwain querría fingir que estaba dispuesto a colaborar.

– Los de delitos empresariales dicen que están jodidos si la fiscalía no acepta que han establecido motivos razonables para proceder a la detención -dijo Werner-. Y sin papeles que demuestren que han cometido un delito, no pueden presentar cargos.

Fabel endureció el rostro, cogió con rabia el teléfono y marcó el número de móvil que le había dado el ucraniano.

– No esperaba que me llamara tan pronto, Herr Fabel -dijo Vitrenko padre, en su alemán perfecto pero con mucho acento.

Fabel le explicó la situación con la fiscalía.

– Necesito algo concreto, lo que sea, que nos dé un motivo para retener o los Eitel más tiempo y meter mano a sus archivos. Los Eitel son la única posible conexión que tenemos con la organización de su hijo.

Hubo un silencio al otro lado del teléfono. Luego, el ucraniano dijo:

– No sé si puedo ayudarle. Ahora mismo no puedo darle nada. Pero quedemos esta noche a las ocho en el almacén de Speicherstadt.

La determinación seria del rostro de Fabel no se diluyó al colgar el teléfono.

– Werner, ve a buscar a Maria. Vamos a hacer una visita al BAO.

Maria hablaba mientras el trío caminaba enérgicamente por el pasillo que iba del ascensor al despacho de Volker. Le entregó a Fabel tres o cuatro hojas de papel grapadas.

– He hecho algunas averiguaciones sobre Vitrenko. No creo que consigamos más información sobre él. Por los datos que tengo, el Berkut se está convirtiendo en una unidad importante de lucha contra el terrorismo y el crimen organizado, aunque su función principal hasta ahora ha sido básicamente actuar como policía antidisturbios. Como unidad de operaciones, se parece al GSG9 de Alemania. Están muy bien adiestrados, de eso no hay duda. Me he puesto en contacto con su sede central en Kiev; se han mostrado dispuestos a colaborar, pero no han estado muy comunicativos respecto a Vitrenko. Parece que fue uno de sus expertos en terrorismo islámico más destacados, sobre todo por el tiempo que pasó en Afganistán y Chechenia. Lo único que les he sacado ha sido el currículo de Vitrenko. Entre todos los datos había esto… -Maria dio la vuelta a un par de páginas que sostenía Fabel. Había una hoja encabezada con lo que supuso que sería el emblema del Ministerio del Interior ucraniano en la parte superior de un texto escrito en cirílico. La siguiente página era la traducción al alemán-. Mira esto: dos semanas de entrenamiento en una unidad de perfiles de asesinos en serie en Odesa.

Fabel se detuvo.

– ¿Y dijiste que mi trabajo para la Europol sobre los asesinaros de Helmut Schmied circulaba por Ucrania?

– Exacto. Aún no me han respondido, pero me juego lo que quieras a que formaba parte del programa del curso o estaba disponible.

Fabel sintió el ansia del cazador cuando está cerca de su presa.

– Por eso estamos tratando con un caso clásico de asesino en serie psicótico; porque se basa en casos de manual. Y me ha elegido a mí porque resulta que leyó el trabajo que publiqué sobre asesinos en serie.

Werner soltó una risa amarga.

– Y pensó que podría mover todos los hilos para despistarte.

– Sólo que no lo ha conseguido -añadió Maria.

Fabel le devolvió el expediente a Maria.

– Vamos -dijo, y Maria y Werner lo siguieron.

La secretaria hizo lo que pudo para detener el tren formado por Fabel, Maria y Werner que pasó a toda velocidad delante de ella y entró en el despacho de Volker. Éste estaba sentado a su mesa y hablaba en inglés con dos hombres en mangas de camisa sentados frente a él. Fabel supuso que los dos norteamericanos eran miembros del equipo de seis agentes del FBI que habían trasladado a la policía de Hamburgo tras los atentados del 11 de septiembre al World Trade Centre. Volker ocultó tras una sonrisa la irritación que le produjo que le molestaran.

– ¿Supongo que se tratará de un asunto importante, Herr Hauptkommissar?

Fabel no respondió, sino que se quedó mirando con toda la intención a los dos norteamericanos.

– Lo siento, caballeros -dijo Volker en un inglés que a Fabel le pareció excelente-. ¿Les importa que concluyamos la reunión más tarde?

Al salir, los norteamericanos lanzaron una mirada a Fabel que estaba a medio camino entre la curiosidad y el enfado. Volker se recostó en el sillón de piel y extendió la mano, como invitándole a que desembuchara. Era un gesto de tranquilidad arrogante cuya intención, según advirtió Fabel, era hacerle explotar y, por lo tanto, inclinar la balanza de cualquier intercambio de palabras a favor de Volker. Como reconoció la estrategia de Volker, Fabel se quedó callado un momento antes de hablar, se acercó y ocupó una de las sillas que había dejado vacante uno de los estadounidenses.

– Sí, Oberst Volker, se trata de un asunto importante. Y urgente. Tengo intención de convocar una rueda de prensa acerca de los asesinatos que estoy investigando -mintió Fabel-. Debo aclarar unas cosas a la opinión pública. De hecho, tengo intención de hacerle una especie de favor. -Fabel sonrió con frialdad.