– Si me dice que es la verdad, Herr Volker -dijo Fabel.
Volker guardó todas las fotografías y papeles en la carpeta y se la entregó, empujándola por la mesa.
– Es la versión íntegra, no expurgada. No vaya a perderla.
Cuando Fabel y María regresaron a la Mordkommission, había llegado un mensaje de correo electrónico del FBI, dirigido a Werner. María lo imprimió y lo llevó al despacho de Fabel.
– Escucha esto… -Se sentó a la mesa frente a él-. John Sturchak… ¿El socio de negocios norteamericano de los Eitel?
Fabel asintió con la cabeza.
Maria examinaba el documento e iba informando a Fabel.
– El FBI está muy interesado en cualquier información que podamos tener sobre John Sturchak o los negocios en los que esté involucrado. Al parecer, Sturchak es hijo de Roman Sturchak, un agente de la División Gálata de las SS durante la misma época que Wolfgang Eitel. Sturchak fue uno de los ucranianos que regresaron a Austria para rendirse a los norteamericanos cuando finalizó la guerra. Si el Ejército Rojo lo hubiera capturado, lo habría matado. A Roman le permitieron emigrar a Estados Unidos y crear un negocio de importación. Es posible que este último negocio no sea la primera colaboración entre las familias Eitel y Sturchak. El negocio de Sturchak tiene su sede en Nueva York, y según el FBI, sospecharon que Roman Sturchak tenía relaciones con el crimen organizado, pero nunca fue acusado de ningún delito. John Sturchak asumió el control del imperio empresarial Sturchak cuando su padre murió en 1992. Cuando cayó el muro, hubo una avalancha de inmigrantes ucranianos, legales e ilegales, hacia Estados Unidos. Según esta información, se sospecha que John Struchak ayudó a algunos a entrar sin pasaporte o visado válidos. Los norteamericanos tienen ahora un grave problema con la mafia de Odesa, asentada en Brighton Beach, en Brooklyn, Nueva York. -Maria levantó la vista del documento-. Ya he oído hablar de ellos; la mayoría son ucranianos y rusos. Comparados con ellos, los de la mafia italiana son unos angelitos. -Maria volvió a mirar el documento-. Existe la sospecha de que John Sturchak tiene una relación estrecha con grupos mafiosos rusos y ucranianos.
Fabel esbozó una gran sonrisa.
– O sea que ésa es la conexión que Wolfgang Eitel, defensor de la ley y el orden, no puede permitirse que salga a la luz: que hace negocios con la mafia ucraniana.
Maria siguió leyendo el documento:
– Mierda. Escucha esto. Una de las razones por las que el FBI ha sido incapaz de presentar cargos contra Sturchak es por cómo funciona la mafia de Odesa. Opera de un modo totalmente distinto al de la mafia italiana. Está organizada en células dirigidas por un Pakhan o jefe. Cada célula está integrada por cuatro grupos que operan por separado. Nadie tiene contacto directo con el Pakhan, que los controla a través de un «general». A esto hay que añadir que tiene la costumbre de reclutar equipos de «sicarios» que puede que ni siquiera sean de origen ruso o ucraniano y que hacen un trabajo, cobran, y no tienen ni idea de para quién han trabajado realmente. Así que las probabilidades que tiene el FBI de llegar hasta Sturchak son prácticamente nulas.
– ¿Por eso tienen tanto interés en saber si hemos encontrado algo que lo relacione directamente con actividades criminales?
– Exacto. Pero aún hay más. Al parecer, las mafias rusa y ucraniana no hacen muchos negocios de drogas. Andan metidas en chanchullos financieros y de alta tecnología, pero su actividad principal son las transferencias financieras ilegales: montar negocios de importación-exportación falsos para blanquear el dinero que recaudan con sus actividades mafiosas en Rusia y Ucrania hacia y desde Estados Unidos, normalmente vía bancos europeos o inversiones en negocios inmobiliarios.
– Como éstos de aquí en Hamburgo. -Fabel se permitió un instante de satisfacción. Las piezas empezaban a encajar en una esquina del rompecabezas. Puede que sólo fueran los Eitel, pero al menos existía la posibilidad de encerrar a alguien por su participación en todo aquel caos. Se puso de pie de repente y con decisión, agarrando con fuerza la hoja de rastreo de las cuentas y la clave que la acompañaba.
– Vamos a hablar con nuestros compañeros de delitos económicos y empresariales.
Sábado, 21 de junio. 13:30 h
Polizeipräsidium (Hamburgo)
Markmann vestía acorde a su cargo: era más contable que policía. Era un hombre bajito y pulcro cuyo traje azul inmaculado parecía buscar unos hombros más robustos en los que asentarse. Estrechó la mano de Fabel con exagerada firmeza.
– He repasado los detalles de las cuentas que me ha suministrado, Herr Fabel. -Markmann ceceaba un poco-. No hay duda de que plantean cuestiones suficientes como para conseguir una orden de incautación de los archivos de todas las empresas y todos los individuos principales implicados. Sin embargo, no creo que podamos retener a los Eitel mucho más tiempo sin, como mínimo, comenzar a hablar de una acusación específica. Empiezan a intensificar las presiones, o mejor dicho, su equipo de caros abogados empieza a ganarse la minuta. A menos que tenga algo…
Fabel sonrió.
– Sólo una sospecha… y un farol. Veamos al menos si puedo picarles un poco. Primero lo intentaremos con el padre.
La escena era la que cabía esperar en una sala de interrogatorios. Cuatro hombres, dos a cada lado de la mesa. Un hombre de pie, con los brazos extendidos y apoyados sobre la mesa, miraba al que tenía delante, quien, a su vez, con aire de desafío, intentaba transmitir que no le intimidaba el acoso del otro. Sin embargo, había algo que no encajaba en la imagen. Eran los policías que estaban sentados a la sombra de Wolfgang Eitel. Fabel advirtió que a lo largo de toda la entrevista, la balanza psicológica se había ido inclinando lenta, hábil y decididamente a favor de Eitel. Se dio cuenta de que tenía que dar un golpecito rápido al platillo.
– ¡Siéntese! -dijo Fabel al entrar en la sala.
Eitel se puso derecho irguiendo toda la longitud considerable de su cuerpo y miró a Fabel alzando la nariz aguileña.
– Deje ya esa pose aristocrática, Eitel. -La voz de Fabel estaba llena de desprecio-. Todos sabemos que es hijo de un campesino bávaro. Es fácil mirar a la gente por encima del hombro cuando te has pasado media infancia metido entre la mierda de los cerdos. ¡He dicho que se siente!
A Fabel le sorprendió que el asesor legal de Eitel fuera Waalkes, el jefe de asuntos jurídicos del Grupo Eitel. El abogado se enfureció y se puso en pie de un salto.
– Usted no puede… No puede… -Las palabras se le encallaron por la indignación-. Esto es intolerable. No voy a permitir que le hable así a mi cliente. Es insultante…
Eitel sonrió de manera cómplice y le indicó a Waalkes que se sentara, y éste le obedeció. Fue como ver a un pastor dirigiendo en silencio a su perro.
– No pasa nada, Wilfried. Creo que Herr Fabel intenta alterarnos a propósito.
Dichas estas palabras, Eitel volvió a ocupar su asiento. Markmann indicó con un movimiento de cabeza a los dos agentes que llevaban el interrogatorio que se marcharan, y él y Fabel ocuparon su lugar.
– Vaya, cambio de equipo -dijo Eitel-. Ahora merezco un interrogador de rango superior.
– Lo cual, Herr Fabel -dijo Waalkes-, sugiere que cada vez está más desesperado por encontrar alguna razón para seguir acosando a mi cliente. -Otro gesto de la mano de Eitel silenció una vez más a Waalkes.
– No me dejo intimidar con facilidad -dijo Eitel, echando de nuevo la cabeza hacia atrás y sacando todo el provecho de su mayor estatura, incluso sentado-. Cuando acabó la guerra, todos probaron sus técnicas. Los norteamericanos eran groseros y directos: también recurrían mucho al insulto y la amenaza. Los británicos eran en general más sutiles y profesionales: indefectiblemente corteses, pero infatigables e implacables. Hacían que te sintieras respetado, incluso admirado, mientras intentaban que les dieras lo suficiente para colgarte. Como puede ver, Fabel, ninguno lo consiguió.