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Casi todos los cuadros de las paredes revestidas con paneles eran retratos de familia, y el parecido de la señorita Cressett con ellos era indiscutible. A Benton ninguno le pareció especialmente bueno -quizás habían sido vendidos por separado-, pero todos tenían una individualidad llamativa y estaban pintados con oficio, algunos más que eso. Un obispo Victoriano, con sus mangas de batista, miraba al pintor con una altivez eclesiástica, desmentida por un atisbo de desazón, como si el libro en el que apoyaba la palma de la mano fuera El origen de las especies. A su lado, un caballero del siglo XVII, espada en mano, posaba con descarada arrogancia mientras que, en la repisa de la chimenea, una familia de la primera época victoriana estaba agrupada frente a la casa, la madre con tirabuzones y sus hijos pequeños alrededor, el chico mayor montado en un poni, el padre a su lado. Y siempre las muy arqueadas cejas sobre los ojos, los dominantes pómulos, la curva carnosa del labio superior.

– Está usted entre sus antepasados, señorita Cressett -dijo Benton-. El parecido es asombroso.

Ni Dalgliesh ni Kate habrían dicho esto; era una torpeza y podía ser desaconsejable comenzar un interrogatorio con un comentario personal, y aunque Kate se quedó callada, Benton notó su sorpresa. Pero enseguida se justificó ante sí mismo por la espontánea observación diciéndose que seguramente resultaría útil. Necesitaban conocer a la mujer con la que estaban, y más concretamente su estatus en la Mansión, hasta qué punto tenía ella el control y qué grado de influencia ejercía en Chandler-Powell y los otros residentes. La respuesta de ella a lo que acaso fuera una impertinencia menor podría ser reveladora.

Mirándole cara a cara, la señorita Cressett dijo fríamente:

– Con el tiempo, mi herencia, / voces, rasgos, miradas…, / desborda toda humana duración. / Pues yo soy lo que hay de eterno en ti; / lo que ignora la muerte. Para detectar esto no hace falta ser detective profesional. ¿Le gusta Thomas Hardy, sargento?

– Más como poeta que como novelista.

– Coincido con usted. Me parece deprimente su empeño en hacer que sus personajes sufran incluso cuando un poco de sentido común por su parte o por la de ellos podría evitarlo. Tess es una de las jóvenes más irritantes de la ficción victoriana. ¿Quieren sentarse?

Fue la actuación de una auténtica anfitriona, que recordaba sus obligaciones pero era incapaz o no estaba dispuesta a controlar el tono de reticencia condescendiente. Indicó el sofá y ella se sentó en un sillón situado enfrente. Kate y Benton tomaron asiento.

Sin preámbulos, Kate tomó la palabra.

– El señor Chandler-Powell la ha descrito a usted como la administradora. ¿En qué consiste exactamente su trabajo?

– ¿Mi trabajo aquí? Es difícil de explicar. Soy gerente, administradora, ama de llaves, secretaria y contable a tiempo parcial. Supongo que lo abarcaríamos todo con la denominación de directora general. Pero cuando habla con los pacientes, el señor Chandler-Powell suele referirse a mí como la administradora.

– ¿Y cuánto tiempo lleva aquí?

– El mes que viene hará seis años.

– No habrá sido fácil para usted -dijo Kate.

– ¿En qué sentido, inspectora?

El tono de la señorita Cressett era de interés distante, pero a Benton no se le pasó por alto la nota de resentimiento reprimido. Ya había advertido esa reacción antes, cuando un sospechoso, normalmente alguien con autoridad, más acostumbrado a formular preguntas que a contestarlas, no tenía intención de hacer enojar al jefe de la investigación pero sí estaba dispuesto a desahogarse con un subalterno. Kate no se dejó intimidar.

– En el sentido de volver a una casa tan hermosa que fue de su familia durante generaciones y ver que está ocupada por otro -dijo-. No todo el mundo sabría afrontar esto.

– No de todo el mundo se exige esto. Quizá debería explicarme. Mi familia poseyó y vivió en la Mansión durante más de cuatrocientos años, pero todo tiene un final. El señor Chandler-Powell siente un gran cariño por la casa; es mejor que esté a su cuidado y no en manos de otros que la vieron y querían comprarla. Yo no maté a un paciente para cerrar la clínica y vengarme así de él por haber comprado mi casa familiar o por haberla conseguido barata. Perdone mi franqueza, inspectora, pero es esto lo que han venido a averiguar, ¿no?

Nunca era prudente rebatir una imputación que aún no se había formulado, sobre todo con esa cruda sinceridad, y evidentemente ella se dio cuenta de su error en cuanto las palabras brotaron de su boca. Así que el resentimiento estaba ahí. Pero contra quién o qué, se preguntó Benton. ¿La policía? ¿La profanación del ala oeste por Chandler-Powell? ¿O Rhoda Gradwyn, quien de forma tan embarazosa e inoportuna había introducido la vulgaridad de una investigación criminal en sus salones ancestrales?

– ¿Cómo consiguió el empleo? -preguntó Kate.

– Mediante una solicitud. Es lo que se suele hacer, ¿no? Salió un anuncio, y pensé que sería interesante regresar a la Mansión y ver los cambios que se habían hecho, aparte del edificio de la clínica. Mi verdadera profesión, si podemos decirlo así, es historiadora del arte, pero difícilmente podía compaginarla con el hecho de vivir aquí. No pretendía quedarme mucho tiempo, pero el trabajo me pareció interesante, y ahora mismo no tengo prisa por irme. Espero que eso sea lo que querían saber. Pero no creo que mi historia personal guarde ninguna relación con la muerte de Rhoda Gradwyn, ¿verdad?

– No sabemos lo que guarda o no relación sin formular preguntas que pueden parecer una intromisión -dijo Kate-. A menudo lo son. Sólo esperamos cooperación y comprensión. La investigación de un asesinato no es un acontecimiento social.

– Pues entonces no lo tratemos como si lo fuera, inspectora.

Un rubor le cubrió rápidamente la pálida y singular cara como un sarpullido agonizante. La pérdida momentánea de compostura la volvió más humana y, sorprendentemente, más atractiva. Mantenía sus emociones controladas, pero estaban ahí. No era, pensó Benton, una mujer poco apasionada, simplemente había aprendido a tener dominadas sus pasiones.

– ¿Cuánto contacto tuvo usted con la señorita Gradwyn, tanto en la primera visita como después? -preguntó Benton.

– Prácticamente ninguno, salvo que en ambas ocasiones formé parte del comité de recepción y la acompañé a su habitación. Apenas hablamos. Mi trabajo no tiene nada que ver con los pacientes. Su tratamiento y su comodidad competen a los dos cirujanos y la enfermera Holland.

– Pero contrata y controla usted al personal doméstico.

– Lo busco cuando se produce una vacante. Estoy habituada a dirigir esta casa. Y, sí, están bajo mi autoridad general, aunque esta palabra suena demasiado fuerte para el tipo de control que ejerzo. Pero cuando, como sucede a veces, los empleados tienen algo que ver con los pacientes, eso es asunto de la enfermera Holland. Supongo que hay cierto solapamiento de obligaciones, pues yo soy responsable del personal de la cocina y la enfermera se ocupa de la clase de comida que toman los pacientes, pero parece que funciona bastante bien.