– Lo único que puedo decir -dijo Chandler-Powell- es que tengo absoluta confianza en todos los que trabajan en la Mansión. Y me parece sumamente rebuscado insinuar que Rhoda Gradwyn fue asesinada para perjudicarme a mí. Es una idea extravagante.
Dalgliesh reprimió la contestación lógica: la muerte de la señorita Gradwyn había sido extravagante. Chandler-Powell confirmó que había estado con la enfermera Holland en el apartamento de ésta desde poco después de las once hasta la una. Ninguno de los dos había visto ni oído nada extraño. Tenía que discutir unas cuestiones médicas con la enfermera Holland, pero eran confidenciales y no tenían nada que ver con la señorita Gradwyn. Su declaración había sido confirmada por la enfermera Holland, y era evidente que, de momento, ni uno ni otro tenían intención de decir más. La confidencialidad médica era una excusa fácil para guardar silencio, pero en todo caso era válida.
Dalgliesh y Kate interrogaron a los Westhall en la Casa de Piedra. El comandante vio poco parecido familiar entre ellos; y las diferencias quedaban resaltadas si uno comparaba los juveniles y armoniosos -aunque convencionales- rasgos de Marcus Westhall y su aire de vulnerabilidad con el cuerpo fuerte y robusto de su hermana, una mujer de rasgos marcados y expresión preocupada. Marcus no dijo mucho; sólo confirmó que había cenado en la casa de Chelsea de un cirujano, Matthew Greenfield, que lo incluiría en el equipo que iría a trabajar durante un año en África. Le habían invitado a pasar la noche y a hacer algunas compras de Navidad al día siguiente en Londres, pero su coche le estaba causando algunos problemas y consideró más atinado marcharse tras una cena temprana, a las ocho y cuarto, para poder así llevarlo a primera hora de la mañana al garaje local. Aún no lo había hecho porque debido al asesinato se había olvidado de todo. No había encontrado mucho tráfico, pero había conducido despacio, con lo que ya eran alrededor de las doce y media cuando llegó. En la carretera no había visto a nadie, y en la Mansión no había luces encendidas. La Casa de Piedra también estaba a oscuras, y pensó que su hermana estaría dormida, pero cuando aparcó el coche se encendió la luz de la habitación de Candace, por lo que llamó a su puerta, asomó la cabeza y le dio las buenas noches antes de irse a su dormitorio. Su hermana parecía estar perfectamente normal aunque adormilada y dijo que por la mañana ya hablarían de la cena y de los planes para el viaje a África. La coartada sería difícil de poner en entredicho a menos que Robin Boyton, cuando fuera interrogado, dijera que había oído llegar el coche a la puerta de al lado y pudiera confirmar la hora. Cabría la posibilidad de revisar el coche, pero aunque ahora funcionara bien, Westhall podía aducir que no le gustaban ciertos ruidos del motor y que consideró más seguro no arriesgarse a quedarse atascado en Londres.
Candace Westhall dijo que efectivamente la despertó el ruido del coche y que habló con su hermano, pero no podía precisar la hora porque no había mirado el reloj de la mesilla, y se había dormido enseguida. Dalgliesh no tuvo ninguna dificultad en recordar lo que ella había dicho al final del interrogatorio. Siempre guardaba un recuerdo casi completo de una conversación, y un vistazo a sus anotaciones le permitió evocar claramente las palabras de Candace.
«Seguramente soy la única persona de la Mansión que expresó su antipatía hacia Rhoda Gradwyn. Le dejé claro al señor Chandler-Powell que consideraba desaconsejable que en la Mansión se atendiera a una periodista de su reputación. La gente que viene aquí espera no sólo intimidad sino discreción absoluta. Las personas como Gradwyn andan siempre a la caza de historias, preferiblemente escándalos, y no me cabe ninguna duda de que habría utilizado su experiencia aquí de alguna mañera, quizá para arremeter contra la medicina privada o el desaprovechamiento de un cirujano brillante en procedimientos puramente estéticos. Con una mujer como ésta, ninguna experiencia cae en saco roto. Seguramente esperaba recuperar lo pagado por su tratamiento. No creo que le hubiera preocupado la incoherencia de que ella misma fuera una paciente privada. Supongo que yo estaba influida por la repugnancia que siento ante buena parte de lo que aparece en la prensa popular y transferí mi repulsión a Gradwyn. De todos modos, no la maté y no tengo ni idea de quién lo hizo. Difícilmente expresaría mi aversión hacia todo lo que ella representaba tan a las claras si contemplara la posibilidad de asesinarla. No siento pena por ella; sería ridículo fingir que sí. Al fin y al cabo, era una desconocida. Pero sí siento un fuerte resentimiento hacia el asesino por el daño que causará al trabajo que hacemos aquí. Supongo que la muerte de Gradwyn justifica a posteriori mi advertencia. Cuando apareció como paciente fue un día aciago para todos los de la Mansión.»
Mogworthy, cuya voz y cuya conducta habían alcanzado una cota justo por debajo de lo que con buen tino describiríamos como insolencia estúpida, confirmó que había visto el coche si bien era incapaz de recordar nada más del mismo ni de sus ocupantes; sin embargo, cuando Benton y el agente Warren visitaron a la señora Ada Dentón, una mujer regordeta, atractiva e inesperadamente joven, ésta les dijo que el señor Mogworthy en efecto había compartido con ella una cena de abadejo y patatas fritas, como hacía la mayoría de los viernes por la noche, pero se fue en bicicleta a su casa justo después de las once y media. Ella pensaba que era muy triste que una mujer respetable no pudiera compartir una cena de pescado y patatas fritas con un caballero y amigo sin que apareciera la policía para molestarla, comentario que, para el agente Warren, más que surgir del rencor iba destinado a satisfacer posteriormente a Mogworthy. Su sonrisa final a Benton cuando salían dejaba claro que la crítica no iba dirigida a él.
Era hora de mandar llamar a Kate y Benton. Dalgliesh colocó más troncos en el fuego y cogió el móvil.
15
A las nueve y media, Kate y Benton estaban de nuevo en la Casa de la Glicina, se habían duchado y cambiado y habían tomado la cena servida por la señora Shepherd en el comedor. A los dos les gustaba desprenderse de su ropa de trabajo antes de reunirse con Dalgliesh al final del día, cuando él revisaba el estado de la investigación y explicaba el plan para las siguientes veinticuatro horas. Era una rutina familiar que ambos deseaban que llegara, Kate más segura de sí misma que Benton. Este sabía que AD estaba satisfecho con él, de lo contrario no formaría parte de su equipo, pero reconocía que podía ser excesivamente entusiasta a la hora de dar opiniones que habría modificado si las hubiera pensado mejor; pero sus ansias de refrenar esta tendencia al entusiasmo excesivo inhibían la espontaneidad, de modo que la reunión de la noche, aunque era una parte importante y estimulante de la investigación, siempre comportaba para Benton cierta dosis de inquietud.
Desde su llegada a la Casa de la Glicina, Kate y él habían visto poco a sus anfitriones. Sólo habían tenido tiempo para hacer unas breves presentaciones antes de dejar sus bolsas en el vestíbulo y regresar a la Mansión. Se les había entregado una tarjeta de visita con las iniciales CO, que significaban, como les explicó la señora Shepherd, que la cena de la tarde era opcional pero que les servirían la comida. Esto desencadenó en la mente de Benton una fascinante serie de iniciales esotéricas: BCO, Baños Calientes Opcionales, o Budín Casero Opcional… BACO, Botellas de Agua Caliente Opcionales. Kate dedicó sólo un minuto a reiterar la advertencia ya hecha por el inspector Whetstone en el sentido de que su presencia allí debía mantenerse en secreto. Lo hizo con tacto. A Kate y a Benton no les hizo falta más que una mirada a las inteligentes y serias caras de los Shepherd para saber que éstos no necesitarían ni recibirían de buen grado ningún recordatorio de un aviso ya cursado.
– No tenemos tendencia a ser indiscretos, inspectora -dijo el señor Shepherd-. La gente del pueblo es amable y educada, pero los hay que a veces recelan de los forasteros. Sólo llevamos aquí nueve años, lo que para ellos significa que somos recién llegados, por lo que no hacemos mucha vida social. Nunca vamos a beber al Cresset Arms ni frecuentamos la iglesia. -Hizo la última afirmación con la satisfacción de quien ha resistido a la tentación de caer en un hábito peligroso.