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– ¿Llegó a admitir esto cuando Kimberley y Dean le subieron el té? -dijo Kate.

– Desde luego parecía preferir a Kimberley Bostock antes que a la enfermera Holland -dijo Benton-. Lo cual a mí me parece lógico, señor. La señora Bostock no estaba segura de si la paciente podía tomar té, pues la operaban a la mañana siguiente. Sabía que debía consultarlo a la enfermera Holland. Dejó a Dean frente a la suite de la señora Skeffington, llamó a la puerta de la enfermera y asomó la cabeza.

– Dijo que oyó discutir -señaló Kate-. Chandler-Powell dijo que él y la enfermera estaban hablando. Sea como fuere, Chandler-Powell evidentemente cree que el hecho de admitirlo proporciona una coartada a él y a la enfermera Holland. Como es natural esto dependerá de la hora real de la muerte. El dice no estar del todo seguro de cuándo fue a la suite de la enfermera Holland, y ella también es sorprendentemente imprecisa. Al dejar la hora en unos términos tan inciertos, evitaban el error de fabricar una coartada para la verdadera hora de la muerte, lo que siempre es sospechoso, o de quedarse sin coartada. Es posible que, para cuando estaban juntos, uno de los dos, o ambos, ya hubiera matado a Rhoda Gradwyn.

– ¿No podemos ser un poco más precisos sobre el momento de la muerte? -dijo Benton-. La señora Skeffington dice que oyó bajar el ascensor cuando se despertó y antes de llamar para pedir el té. Dijo que serían alrededor de las once y media. El ascensor está frente a la suite de la enfermera Holland, al final del pasillo, y es moderno y relativamente silencioso. Sin embargo, hemos comprobado que es perfectamente posible oírlo si no hay otro ruido.

– Pero lo había -dijo Kate-. Por lo visto, anoche el viento soplaba con fuerza. Y si ella lo oyó, ¿cómo es que no lo oyó la enfermera Holland? A menos, claro, que ella y Chandler-Powell estuvieran en el dormitorio demasiado ocupados discutiendo para poder oír nada. O haciendo el amor, lo que no excluye la discusión. En cualquier caso, hay pocas esperanzas de que Kimberley se mantenga firme en su declaración.

Sin hacer comentarios, Benton prosiguió:

– Si hubieran estado en la salita, uno de ellos seguro que habría oído a Kimberley llamar a la puerta o la habría visto cuando la abrió un poco. Nadie reconoce haber utilizado el ascensor esa noche en ningún momento a excepción de los Bostock cuando subieron el té. Si el testimonio de la señora Skeffington es exacto, parece razonable situar la hora de la muerte en tomo a las once y media.

Benton miró a Dalgliesh, hizo una pausa y Kate retomó el hilo.

– Lástima que ella no pueda ser más concreta respecto a la hora en que oyó el ascensor y vio las luces. Si hay una diferencia significativa entre las dos cosas, más de lo que se tardaría, por ejemplo, en ir andando desde la puerta del ascensor de la planta baja hasta las piedras, entonces quizás haya dos personas implicadas. El asesino no puede estar bajando en el ascensor y llevando una linterna encendida entre las piedras al mismo tiempo. Dos personas, tal vez dos iniciativas distintas. Y si hubo connivencia, los obvios sospechosos son los Westhall. El otro dato importante es la afirmación de Dean Bostock sobre la puerta de la senda de los limeros, que no tenía el cerrojo echado. La puerta tiene dos cerraduras de seguridad, pero Chandler-Powell insiste en que la cierra cada noche a las once a no ser que algún miembro de la casa esté aún fuera. Está completamente seguro de que corrió el cerrojo como de costumbre, y de que por la mañana lo encontró corrido. Las primeras cosas que hizo tras levantarse a las seis y media fueron desconectar el sistema de alarma y comprobar la puerta.

– Y Dean Bostock verificó el cerrojo cuando se levantó a las seis -interrumpió Benton-. ¿Hay posibilidades de obtener huellas?

– Yo diría que ninguna -dijo Kate-. Chandler-Powell abrió la puerta cuando él y Marcus Westhall salieron a inspeccionar el jardín y el círculo de piedras. Y recordemos aquel trozo de guante. Este asesino no tenía intención de dejar huellas.

– Si damos por supuesto que ni Chandler-Powell ni Bostock mentían -dijo Dalgliesh-, y no creo que Bostock mienta, entonces alguien de la casa descorrió el cerrojo de esa puerta después de las once, para salir de la Mansión o para permitir la entrada de otro. O ambas cosas, claro. Esto nos lleva a la afirmación de Mogworthy de haber visto presuntamente un coche aparcado cerca de las piedras poco después de medianoche. La señorita Gradwyn fue asesinada por alguien que ya estaba en la casa aquella noche, un miembro del personal u otra persona que hubiera logrado entrar, o por alguien venido de fuera. Y aunque esta persona tuviera las dos llaves de seguridad, no pudo entrar hasta que el cerrojo estuvo quitado. Pero no podemos seguir hablando de una persona sin más. El asesino necesita un nombre.

En el equipo siempre se daba un nombre al asesino, pues a Dalgliesh le desagradaban muchísimo los habituales sobrenombres, y por lo común era Benton quien lo facilitaba. Ahora dijo:

– Normalmente decimos «él», señor, ¿por qué no una mujer para variar? O un nombre andrógino que valiera para los dos sexos. El asesino apareció de noche. ¿Qué tal Noctis… por o desde la noche?

– Parece adecuado. Noctis está muy bien -dijo Dalgliesh.

– Y volvemos al problema del móvil -dijo Kate-. Sabemos que Candace Westhall intentó convencer a Chandler-Powell de que no permitiera el ingreso de Rhoda Gradwyn en la Mansión. Si Westhall hubiera tenido intención de asesinar, ¿por qué disuadir a Chandler-Powell de admitir a la víctima? A menos, naturalmente, que se tratara de un farol doble. ¿Y no es posible que fuera una muerte sin premeditación, que cuando Noctis entró en esa habitación no hubiera pensado en el asesinato?

– En contra de esto, desde luego, está el uso de los guantes y su posterior destrucción -señaló Dalgliesh.

– Pero si fue premeditado -dijo Benton-, ¿por qué ahora? Al haber sólo otra paciente y estando ausentes todos los no residentes, el círculo de sospechosos es forzosamente más pequeño.

– Tenía que ser ahora -dijo Kate con tono impaciente-. Gradwyn no pensaba regresar. Fue asesinada porque se encontraba en la Mansión y relativamente indefensa. La cuestión es sólo si el asesino se aprovechó de este hecho afortunado o realmente actuó en connivencia con alguien para asegurar que Gradwyn elegía no sólo a ese cirujano concreto sino que optaba por la Mansión en vez de por una cama en Londres, lo cual a primera vista le habría resultado más conveniente. Londres era su ciudad. Su vida tenía su base en Londres. ¿Por qué aquí? Y esto nos conduce al motivo por el que su supuesto amigo, Robín Boyton, hizo la reserva al mismo tiempo. Aún no le hemos interrogado, pero desde luego habrá de responder a algunas preguntas. ¿Cuál era exactamente su relación? Y encima está su mensaje urgente en el móvil de Gradwyn. Estaba a todas luces desesperado por verla. Parecía realmente afectado por su muerte, pero ¿hasta qué punto hacía teatro? Es primo de los Westhall y por lo visto se aloja en el chalet con cierta regularidad. En alguna de sus visitas anteriores pudo tener acceso a las llaves y sacar una copia. O quizá se las dio Rhoda Gradwyn. Tal vez ella se llevó las llaves a casa adrede con la intención de obtener un duplicado. Tampoco estamos seguros de si Boyton entró en la Mansión antes ese mismo día y se escondió en la suite del final del pasillo. Por el trocito de látex, sabemos que Noctis estuvo ahí. Pudo ser tanto antes como después del asesinato. No era probable que nadie mirara ahí dentro.

– Al margen de quién la matara -dijo Benton-, dudo que muchos la echen de menos, aquí o en otra parte. Parece que a lo largo de su vida hizo bastante daño. El arquetipo del periodista de investigación… suele conseguir su historia exclusiva y coger el dinero sin preocuparse del perjuicio que pueda causar.

– Nuestro trabajo consiste en determinar quién la mató, no en hacer juicios morales. No sigamos por este camino, sargento.

– Pero siempre hacemos juicios morales, señor -dijo Benton-, aunque no los expresemos en voz alta. ¿No es importante saber cuanto más mejor sobre la víctima, sea bueno o malo? Las personas mueren porque son lo que son. ¿No forma esto parte de las pruebas? Si se tratara de la muerte de un niño, un joven o un inocente, me sentiría de otra manera.