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– Sí, Kate, eso creo.

4

Se habían metido de nuevo en el ruido y el denso tráfico de Marland Way. El viaje no estaba resultando fácil, y Kate no habló, salvo para indicar el camino a Dalgliesh, hasta que hubieron tomado el desvío adecuado en el segundo semáforo y se encontraron en una calle más tranquila.

– Señor, ¿cree que el padre Curtis habrá telefoneado para avisarle de que vamos hacia allá?

– Sí, es un hombre inteligente. Desde que nos hemos ido, habrá juntado varios hechos desconcertantes, la implicación de la Met, nuestro rango, ¿por qué un comandante y una inspectora si se trata de una investigación rutinaria?, la hora temprana de la devolución del coche y el silencio de su amigo.

– Pero evidentemente él aún no sabe nada sobre el asesinato.

– Lo sabrá cuando mañana lea el periódico o escuche las noticias. Incluso entonces dudo de que vaya a sospechar de Collinsby, pero sabe que su amigo puede verse en un aprieto. Por eso estaba decidido a dar toda esa información sobre cómo el otro ha transformado la escuela. Ha sido un homenaje digno de admiración.

Kate vaciló antes de la pregunta siguiente. Sabía que Dalgliesh la respetaba, y creía que la apreciaba. Con los años, ella había aprendido a dominar sus emociones; pero aunque la esencia de lo que ella siempre había considerado un amor imposible permanecía y permanecería siempre, esto no le daba plena propiedad sobre la mente de él. Había preguntas que era mejor no formular. ¿Era ésta una de ellas?

Tras un rato de silencio en el que Kate mantuvo los ojos fijos en las indicaciones del padre Curtis, dijo:

– Usted sabía que él avisaría a su amigo y no le dijo que no lo hiciera.

– Tendrá cinco minutos malos de forcejeo espiritual sin que yo se lo haya puesto peor. Nuestro hombre no va a huir.

Otro giro. El padre Curtis había pecado de optimista al decir que la escuela estaba «muy cerca». ¿Por qué se le hacía tan largo el viaje? ¿Eran las bocacalles, la reticencia de su compañero o la aprensión ante el inminente interrogatorio?

Una valla publicitaria. Alguien había pintado «El diablo está en internet» con trazos de pintura negra. Debajo, escrito con más cuidado, «No existe ni Dios ni el diablo». En el panel siguiente, esta vez con pintura roja, «Dios vive, véase el Libro de Job». Esto conducía a la exhortación finaclass="underline" «A la mierda.»

– Un final bastante corriente en las disputas teológicas, pero rara vez expresado tan groseramente. Esto debe de ser la escuela.

Kate vio un edificio Victoriano de ladrillo recubierto de piedra, al fondo de un gran patio de recreo rodeado por una reja alta. Con gran sorpresa suya, la puerta del patio no estaba cerrada con llave. Una versión más pequeña y más ornamentada del edificio principal, obviamente realizada por el mismo arquitecto, estaba unida al mismo por un pasillo que parecía más reciente. Aquí se había hecho un intento para compensar el tamaño mediante los adornos. Hileras de ventanas y cuatro peldaños de piedra tallada conducían a una puerta intimidatoria que, después de que llamaran, se abrió tan rápido que Kate sospechó que el director les estaba esperando. Vio a un hombre de gafas en la madurez temprana, casi tan alto como Dalgliesh, que vestía unos pantalones viejos y un jersey con parches de cuero en los codos.

– Si se esperan un momento, cerraré la puerta del patio -dijo él-. Aquí no hay timbre, pero ya suponía que conseguirían entrar. -Al cabo de un minuto estaba otra vez con ellos.

Aguardó mientras Dalgliesh le enseñaba la orden judicial y presentaba a Kate.

– Les estaba esperando -dijo lacónico-. Hablaremos en mi estudio.

Mientras le seguían por el vestíbulo escasamente amueblado y por el pasillo con suelo de terrazo, Kate regresó mentalmente a su escuela; ahí estaba el ligero olor, casi ilusorio, a papel, cuerpos, pintura y productos de limpieza. No olía a tiza. ¿Se seguía utilizando? Las pizarras habían sido sustituidas en buena medida por los ordenadores, incluso en las escuelas de primaria. Pero al mirar por las pocas puertas abiertas, no vio aulas. Quizá la casa oficial del director estaba ahora dedicada principalmente a su estudio y a salas de seminarios o a la administración. Estaba claro que él no vivía en el edificio.

El señor Collinsby se hizo a un lado para franquearles la entrada a una estancia del final del pasillo. Era una mezcla de sala de reuniones, estudio y sala de estar. Frente a la ventana había una mesa rectangular con seis sillas, estantes casi hasta el techo en la pared de la izquierda, y a la derecha el escritorio del director, con su silla y otras dos delante. Una pared estaba llena de fotografías de la escuela: el club de ajedrez, una hilera de rostros sonrientes con el tablero delante, el capitán sosteniendo el pequeño trofeo de plata; los equipos de fútbol y de natación; la orquesta; el elenco de la comedia musical navideña; y una escena de lo que parecía Macbeth…, siempre era Macbeth, ¿no?: corta, apropiadamente sangrienta, no muy difícil de aprender. Una puerta abierta permitía vislumbrar lo que a todas luces era una cocina pequeña. Olía a café.

Collinsby retiró dos sillas de la mesa y dijo:

– Entiendo que se trata de una visita formal. ¿Nos sentamos aquí?

Él tomó asiento en la cabeza de la mesa, Dalgliesh a su derecha y Kate a su izquierda. Ahora ella pudo verle fugazmente pero más de cerca. Vio una cara atractiva, con una mandíbula firme y delicada, una cara que se veía en los anuncios televisivos dedicados a inspirar confianza en la perorata del actor sobre la superioridad de su banco respecto a la competencia, o a convencer a los espectadores de que un coche de precio prohibitivo podía provocar envidia entre los vecinos. Parecía más joven de lo que Kate había previsto, quizá debido al carácter informal de su atuendo de fin de semana, y se dijo que el hombre podría haber mostrado algo más de la despreocupación segura de sí misma típica de la juventud si no hubiera parecido tan cansado. Los ojos grises, que se cruzaron brevemente con los de ella y luego pasaron a Dalgliesh, estaban apagados por el agotamiento. Sin embargo, cuando habló, su voz sonó sorprendentemente juvenil.

– Estamos investigando la sospechosa muerte de una mujer en una casa de Stoke Cheverell, en Dorset -dijo Dalgliesh-. Alguien vio un Ford Focus, matrícula W341 UDG, aparcado cerca de la casa entre las once treinta y cinco y las once cuarenta de la noche del crimen. Esto fue el viernes pasado, el 14 de diciembre. Según parece, en esa fecha usted pidió prestado ese coche. ¿Condujo usted hasta allí? ¿Estaba usted allí?

– Sí. Estaba allí.

– ¿En qué circunstancias, señor Collinsby?

Y ahora Collinsby se animó.

– Quiero hacer una declaración -dijo dirigiéndose a Dalgliesh-. No una declaración oficial en este momento, aunque comprendo que esto llegará. Quiero explicarle a usted por qué estaba yo allí, y hacerlo ahora tal como los hechos me vienen a la cabeza, sin preocuparme siquiera de cómo suenen o del efecto que puedan tener. Sé que usted tendrá preguntas que hacerme y yo intentaré responder a ellas, pero sería mejor que yo pudiera de entrada contar la verdad sin interrupciones. Iba a decir «contar lo sucedido con mis propias palabras», pero ¿es que cuento con otras?

– Quizá sería el mejor modo de empezar -dijo Dalgliesh.

– Trataré de no alargarme demasiado. La historia se ha complicado, pero básicamente es muy simple. No entraré en detalles sobre mi vida anterior, mis padres o mi educación. Sólo diré que, desde la infancia, supe que quería dedicarme a la enseñanza. Me concedieron una beca para un instituto tic secundaria y luego otra del condado para ir a Oxford. Estudié historia. Después de graduarme conseguí plaza en la Universidad de Londres para hacer un curso de formación pedagógica que me permitiera sacar una diplomatura en educación. Esto me ocupó un año. Una vez titulado, decidí tomarme un año sabático antes de buscar empleo. Sentía que había estado respirando aire académico demasiado tiempo y necesitaba viajar, experimentar algo del mundo, conocer gente de otras profesiones y condiciones sociales antes de empezar a enseñar. Lo siento, me he adelantado demasiado. Hemos de volver al momento en que ingresé en la Universidad de Londres.