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– De todos modos, esta vez el señor Boyton dijo que había venido a ver a la señorita Gradwyn -señaló Kate.

– Pero no la vio, ¿verdad? Ni esta vez ni cuando ella estuvo aquí un par de semanas atrás. Se ocuparon de ella el señor Chandler-Powell y la enfermera Holland. No creo que el señor Boyton y la señorita Gradwyn fueran amigos. Seguramente así él se daba importancia. Pero lo del congelador es extraño. Ni siquiera está en su chalet, pero parecía fascinado por él. Dean, ¿recuerdas todas aquellas preguntas que hizo la última vez que estuvo aquí para pedirnos un poco de mantequilla? Que nunca devolvió, por cierto.

Disimulando su interés y procurando evitar los ojos de Benton, Kate dijo:

– ¿Cuándo fue eso?

Dean echó una mirada a su esposa.

– La noche que llegó la señorita Gradwyn. Martes veintisiete, ¿no? Los huéspedes han de traer su propia comida y luego comprar en tiendas de la localidad o comer fuera. Yo siempre dejo leche en la nevera, y té, café y azúcar, pero nada más a no ser que ellos pidan con antelación provisiones, que Mog se encarga de traer. El señor Boyton telefoneó para decir que se había olvidado de comprar mantequilla y que si le podíamos prestar un poco. Dijo que vendría por ella, pero no me hizo gracia la idea de que estuviera husmeando por la cocina y dije que se la llevaría yo. Eran las seis y media, y todo parecía indicar que había llegado hacía poco. Su ropa estaba tirada por el suelo de la cocina. Preguntó si había llegado la señorita Gradwyn y cuándo podría verla, pero yo le dije que no podía hablar de nada que tuviera que ver con los pacientes y que eso debía preguntárselo a la enfermera o al señor Chandler-Powell. Y de pronto, como por azar, comenzó a hacer preguntas sobre el congelador, cuánto tiempo llevaba en la casa de al lado, si aún funcionaba, si la señorita Westhall lo usaba. Le dije que era viejo y estaba inservible, y que nadie lo utilizaba. Le expliqué que la señorita Westhall le había pedido a Mog que se deshiciera de él, pero éste le dijo que no era cometido suyo. Era el ayuntamiento quien tenía que llevárselo, y la señorita Cresset o la señorita Westhall tenían que llamar. Pero creo que no llamó nadie. De repente dejó de hacer preguntas. Me ofreció una cerveza, pero yo no quería beber con él, en todo caso no tenía tiempo, así que me fui y regresé a la Mansión.

– Pero el congelador estaba al lado, en la Casa de Piedra -dijo Kate-. ¿Cómo lo sabía? Cuando llegó ya habría oscurecido.

– Lo vería en una visita anterior -dijo Dean-. En algún momento habría estado en la Casa de Piedra, al menos desde que murió el viejo. Repetía mucho que los Westhall eran primos suyos. O a lo mejor curioseó por ahí cuando la señorita Westhall no estaba. Por aquí la gente no suele molestarse en cerrar las puertas.

– Además hay una puerta que permite ir desde la vieja despensa hasta el jardín atravesando el cobertizo-invernadero -dijo Kim-. Quizás estuviera abierta. O acaso viera el congelador desde la ventana. Es curioso que tuviera interés en esto. Es sólo un congelador viejo. Ni siquiera funciona. Se estropeó en agosto. ¿Te acuerdas, Dean? Querías utilizarlo para guardar esa anca de venado durante el día festivo y te encontraste con que estaba averiado.

Al menos se había logrado algo. Benton echó una mirada rápida a Kate, cuyo rostro era inexpresivo, pero él sabía que los pensamientos de ambos iban acompasados.

– ¿Cuándo se utilizó por última vez como congelador? -preguntó ella.

– No lo recuerdo -dijo Dean-. Nadie informó de que ya no funcionaba. Sólo lo necesitábamos en los días festivos, y cuando el señor Chandler-Powell tenía invitados, entonces podía llegar a ser útil si la Casa de Piedra estaba vacía. Normalmente, con el congelador de aquí hay más que suficiente.

Kate y Benton se levantaron para marcharse.

– ¿Han contado a alguien el interés del señor Boyton por el congelador? -preguntó Kate. Los Bostock se miraron uno a otro y luego menearon enérgicamente la cabeza-. En este caso, por favor, que esto no salga de aquí. No hablen del congelador con nadie más de la Mansión.

– ¿Tan importante es? -preguntó Kimberley boquiabierta.

– Probablemente no, pero aún no sabemos qué es o qué podría ser importante. Por eso quiero que no digan nada.

– No diremos nada -dijo Kim-. Que me muera si miento. En todo caso, al señor Chandler-Powell no le gusta que contemos chismes y nunca lo hacemos.

Apenas puestos en pie, Kate y Benton estaban dando las gracias a Dean y Kimberley por el té y las galletas cuando sonó el móvil de Kate. Escuchó, acusó recibo de la llamada y no dijo nada hasta que estuvieron fuera.

– Era AD -dijo-. Hemos de ir enseguida a la Vieja Casa de la Policía. Candace Westhall quiere hacer una declaración. Estará ahí en quince minutos. Parece que por fin hay algún avance.

11

Llegaron a la Vieja Casa de la Policía justo antes de que Candace saliera por la verja de la Mansión, y desde la ventana Kate alcanzó a ver su robusta figura haciendo una pausa para mirar a un lado y otro de la carretera, y luego cruzando con confianza, balanceando los fuertes hombros. Dalgliesh la recibió en la puerta y la condujo a un asiento de la mesa, y luego se sentó enfrente junto a Kate. Benton cogió la cuarta silla y, libreta en mano, se colocó a la derecha de la puerta. Con su atuendo campesino y sus zapatos gruesos, Candace, pensó Benton, mostraba la seguridad en sí misma de la esposa de un párroco rural que visitara a un feligrés pecador reincidente. Sin embargo, desde su silla Dalgliesh podía vislumbrar el único signo de nerviosismo, las manos unidas en el regazo que se tensaban por momentos. Lo que hubiera venido a decirles le había llevado su tiempo, pero él no tuvo ninguna duda de que ella sabía con precisión lo que estaba dispuesta a revelar y cómo lo expresaría. Sin esperar a que hablara Dalgliesh, comenzó su relato.

– Tengo una explicación de lo que puede haber pasado, lo que a mí me parece posible, incluso probable. De ahí no salgo bien parada, pero creo que ustedes deben saberlo aunque decidan no tenerlo en cuenta por considerarlo una fantasía. Robin pudo haber estado experimentando o ensayando algún juego ridículo que acabó en desastre. Tengo que dar una explicación, pero esto supondrá desvelar asuntos familiares que, en sí mismos, no guardan ninguna relación con el asesinato de Rhoda Gradwyn. Parto de la base de que lo que les cuente será tratado de manera confidencial si quedan convencidos de que no tiene nada que ver con aquella muerte.

Las palabras de Dalgliesh, una declaración más que una advertencia, carecieron de énfasis, pero fueron directas.

– Me corresponderá a mí decidir lo que guarda relación o no y cómo serán protegidos los secretos de la familia. Pero sepa que no puedo garantizarle nada de antemano.

– Así que en cuanto a esto, como en otras cosas, hemos de confiar en la policía. Ya me perdonará, pero no resulta fácil en una época en que la información de interés periodístico es dinero.

– Mis agentes no venden información a los periódicos -dijo Dalgliesh con calma-. Señorita Westhall, no perdamos el tiempo. Usted tiene la responsabilidad de colaborar con mi investigación revelando cualquier información que pueda venir al caso. No queremos causar ninguna aflicción innecesaria; además ya tenemos suficientes problemas en el procesamiento de la información pertinente para perder tiempo en asuntos que no son pertinentes. Si usted sabe cómo acabó el cadáver de Robin Boyton en el congelador, o sabe algo que pueda ayudarnos a responder a esta pregunta, será mejor que empecemos.

Si la reprimenda escoció a Candace, no lo dio a entender.

– Quizá ya sepan algo de eso si Robin habló con ustedes sobre su relación con la familia -dijo.