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– No lo sabemos con seguridad, señor Coxon -dijo Kate-. Quizá sepamos más cuando tengamos los resultados de la autopsia, que deberían llegar hoy a última hora.

– Bueno, ¿y dónde lo encontraron?

– El cadáver estaba en un congelador en desuso que había en la casa contigua al chalet donde él se alojaba -dijo Kate.

– ¿Un congelador? ¿Se refiere a uno de estos arcones rectangulares para almacenamiento a largo plazo?

– Sí. Un congelador en desuso.

– ¿Estaba abierta la tapa?

– Estaba cerrada. Aún no sabemos cómo acabó ahí dentro su amigo. Pudo ser un accidente.

La mirada de Coxon expresaba puro asombro, que por momentos se fue tornando horror. Hubo una pausa, y luego él dijo:

– ¿Me están diciendo que encontraron el cuerpo de Robin en un congelador cerrado?

– Sí -contestó Kate con paciencia-, sí, señor Coxon, pero todavía no sabemos cómo acabó ahí ni la causa de la muerte.

Boquiabierto, Coxon desplazó su mirada de Kate a Benton, como si estuviera evaluando a quién debía creer, si es que debía creer a alguien. Cuando habló, su voz fue categórica, con un tono de histeria apenas reprimido.

– Entonces les diré una cosa. No fue un accidente. Robin sufría claustrofobia. Nunca viajaba en avión ni cogía el metro. Era incapaz de comer a gusto en un restaurante si no se sentaba cerca de la puerta. Estaba luchando contra eso, pero sin éxito. Nada ni nadie habría podido persuadirle de meterse en un congelador.

– ¿Ni siquiera si la tapa hubiera estado levantada?

– Robin habría creído que la tapa caería y lo atraparía dentro. Lo que ustedes están investigando es un asesinato.

Kate podía haber dicho que quizá Boyton había muerto por accidente o por causas naturales y luego alguien, por razones desconocidas, había metido su cadáver en el congelador, pero no tenía ganas de intercambiar teorías con Coxon. En vez de ello, preguntó:

– ¿Entre sus amigos se sabía en general que era claustrofóbico?

Ahora Coxon estaba más tranquilo, pero seguía paseando la mirada de Kate a Benton, deseando que le creyeran.

– Algunos lo sabrían o lo imaginarían, supongo, pero nunca le oí mencionarlo. Era algo que le daba bastante vergüenza, sobre todo lo de no poder ir en avión. Es por eso por lo que nunca íbamos de vacaciones al extranjero, a menos que fuéramos en tren. No podía meterlo en un avión aunque lo emborrachara. Era un inconveniente de padre y señor mío. Si se lo contó a alguien sería a Rhoda, y Rhoda está muerta. Miren, no puedo demostrárselo. Pero tienen que creerme en una cosa. Robin nunca se habría metido vivo en ese congelador.

– ¿Sus primos o alguien de la Mansión Cheverell sabían que padecía claustrofobia? -preguntó Benton.

– ¿Cómo demonios voy a saberlo? No conozco a ninguno y no he estado nunca allí. Deberá preguntárselo a ellos.

Empezaba a perder la compostura. Parecía a punto de llorar. Murmuró un «lo siento, lo siento» y se quedó callado. Al cabo de un minuto durante el cual estuvo inmóvil respirando hondo y de forma regular como si practicara un ejercicio para recuperar el control, dijo:

– Robin había empezado a ir a la Mansión con más frecuencia. Supongo que ese rasgo suyo pudo salir en las conversaciones, si se hablaba de las vacaciones o del caos del metro de Londres en la hora punta.

– ¿Cuándo se enteró usted de la muerte de Rhoda Gradwyn? -dijo Kate.

– El sábado por la tarde. Robin llamó a eso de las cinco.

– ¿Cómo sonaba él cuando le dio la noticia?

– ¿Y cómo quiere que sonara, inspectora? No me llamaba precisamente para interesarse por mi salud. ¡Dios mío! No quería decir esto, estoy intentando ayudar. Es sólo que aún me cuesta asimilarlo. ¿Cómo sonaba? Al principio era casi incoherente. Tardé unos minutos en tranquilizarlo. Después, bueno, pueden escoger los adjetivos que quieran… conmocionado, horrorizado, sorprendido, asustado. Sobre todo conmocionado y asustado. Una reacción lógica. Le acababan de decir que una amiga íntima había sido asesinada.

– ¿Utilizó esta palabra, «asesinada»?

– Sí. Una suposición razonable, diría yo, teniendo en cuenta que estaba allí la policía y que dijeron que le interrogarían. Y no el Departamento de Investigación Criminal local, sino Scotland Yard. No era una muerte natural, estaba claro.

– ¿Explicó algo sobre cómo murió la señorita Gradwyn?

– No lo sabía. Estaba muy dolido por el hecho de que nadie de la Mansión se hubiera tomado la molestia de ir a darle la noticia. Se enteró de que había pasado algo sólo cuando vio llegar los coches de la policía. Yo aún no sé cómo murió ella y no creo que ustedes vayan a decírmelo.

– Lo que necesitamos de usted, señor Coxon -dijo Kate-, es cualquier detalle sobre la relación de Robin con Rhoda Gradwyn y, desde luego, con usted. Ahora tenemos dos muertes sospechosas que podrían estar relacionadas. ¿Desde cuándo conocía a Robin?

– Hará unos siete años. Nos conocimos en la fiesta que se celebró tras una producción de la escuela de arte dramático en la que Robin no tenía un papel precisamente destacado. Fui con un amigo que da clases de esgrima, y Robin me llamó la atención. Bueno, es lo que solía pasar, que él llamaba la atención. En ese momento no hablamos, pero la fiesta se fue alargando y mi amigo, que tenía otra cita, se fue cuando se acabó la última botella. Era una noche de perros, llovía a cántaros, y vi a Robin, vestido de forma un tanto inadecuada, esperando el autobús. Así que llamé a un taxi y le propuse dejarle en algún sitio. Así comenzamos a tratarnos.

– ¿Y se hicieron amigos? -dijo Benton.

– Primero amigos y luego socios. Nada formal, pero trabajábamos juntos. Él tenía las ideas y yo la experiencia práctica y al menos la esperanza de ganar dinero. Responderé con tacto a la pregunta que ustedes quieren hacerme. Éramos amigos. Ni amantes, ni cómplices, ni colegas, ni compañeros de juergas. Amigos. Él me gustaba, y supongo que cada uno era útil al otro. Le dije que yo había acabado de heredar más de un millón de una tía soltera fallecida hacía poco. La tía era muy buena persona, pero no tenía un penique. La verdad es que me tocó la lotería. No sé muy bien por qué me molesto en contarles todo esto, pues sin duda lo averiguarán tarde o temprano cuando empiecen a pensar si yo tenía algún interés económico en la muerte de Robin. Pues no tenía ninguno. Dudo mucho que él haya dejado algo más que deudas y el revoltijo de cosas, sobre todo ropa, que aún sigue aquí.

– ¿Usted no le dijo nunca que le había tocado la lotería?

– No. Siempre he considerado poco aconsejable decirle a la gente que has ganado un premio gordo. Los demás piensan simplemente que, como no has hecho nada para merecer tu suerte, tienes la obligación de compartirla con el resto de personas igualmente poco meritorias. Robin se tragó la historia de la tía rica. Invertí más de un millón en esta casa, y fue idea suya que organizáramos cursos de etiqueta para nuevos ricos o aspirantes sociales que no quieren pasar apuros cada vez que han de agasajar a un jefe o invitar a una chica a cenar a un restaurante decente.

– Creía que a los ricos les daba igual tener buenos o malos modales -dijo Benton-. ¿No establecen sus propias reglas?

– No esperábamos atraer a multimillonarios, pero a mucha gente no le da igual tener malos modales, créame. Esta es una sociedad de movilidad ascendente. A nadie le gusta ser socialmente inseguro. El negocio nos va bien. Ya tenemos veintiocho clientes que pagan quinientas cincuenta libras por un curso de cuatro semanas. A tiempo parcial. Tirado de precio. Es el único de los planes de Robin que prometía ser rentable. Como hace un par de semanas le echaron del piso, estaba viviendo aquí, en una habitación de la parte de atrás. No es, no era, lo que se dice un huésped considerado, pero básicamente la situación nos venía bien a los dos. Él vigilaba la casa y ya estaba aquí cuando le tocaba dar la clase. Quizá les cueste creerlo, pero era buen profesor y conocía el paño. A los clientes les gustaba. El problema de Robin es que es… era informal y voluble. En un momento pasaba de estar locamente entusiasmado con algo a ir detrás de un nuevo proyecto disparatado. Podía ser exasperante, pero nunca quise dejarle. Ni siquiera se me ocurrió. Si pueden explicarme la química que mantiene juntas a personas tan distintas, tendré interés en escucharles.