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Pero mi abuela llevaba muerta más de un año, y ya no podría preguntarle nunca al respecto. Su marido había muerto años antes. Niall me dijo que mi abuelo biológico Fintan también había muerto. Se me ocurrió revisar las cosas de mi abuela en busca de alguna pista que apuntase hacia sus pensamientos, su reacción ante ese extraordinario evento de su vida, pero luego pensé: ¿para qué molestarse?

Tenía que lidiar con las consecuencias, tal y como me había tocado.

El rasgo de sangre feérica que recorría mis venas me hacía más atractiva para los seres sobrenaturales, al menos para algunos vampiros. No todos podían detectar ese rastro en mis genes, pero al menos solían interesarse en mí, por mucho que eso pudiera acarrear consecuencias negativas. O quizá todo eso de la sangre de hada fuese una tontería y los vampiros se sintieran atraídos por una joven razonablemente atractiva que los trataba con respeto y tolerancia.

Y en cuanto a la relación entre la telepatía y la sangre de hada, ¿quién sabe? No es que hubiera mucha gente a la que preguntar ni mucha literatura que consultar, ni siquiera la posibilidad de pedir que un laboratorio me hiciera unos análisis de este tipo. Quizá el pequeño Hunter y yo habíamos desarrollado ese rasgo por pura coincidencia… Sí, claro. Puede que el rasgo fuese genético, pero independiente de los genes feéricos.

Quizá sólo fuese que había tenido suerte.

Capítulo 2

Fui al Merlotte's por la mañana temprano (para mí, eso son las ocho y media) para comprobar la situación del bar, y me quedé para cubrir el turno de Arlene. Tendría que trabajar el doble. Afortunadamente, la clientela a la hora del almuerzo no fue muy numerosa. No sabía si se debía al anuncio de Sam o al natural devenir de los acontecimientos. Al menos pude hacer algunas llamadas mientras Terry Bellefleur (que iba empalmando distintos trabajos a tiempo parcial) se encargaba de la barra. Terry estaba de buen humor, o lo que podría identificarse como tal en él; era un veterano de Vietnam que lo había pasado muy mal en la guerra. En el fondo era un buen tipo, y siempre nos habíamos llevado bien. Estaba realmente fascinado con la revelación de los cambiantes; desde la guerra, Terry se llevaba mejor con los animales que con la gente.

– Apuesto a que por eso siempre me ha gustado trabajar con Sam -dijo Terry, y le sonreí.

– A mí también me gusta trabajar con él -admití. Mientras Terry se encargaba de que las cervezas siguieran fluyendo y no le quitaba un ojo a Jane Bodehouse, una de nuestras alcohólicas particulares, empecé a hacer llamadas para encontrar a una camarera sustituta. Amelia me dijo que trataría de ayudar un poco, pero sólo de noche, porque ahora tenía un trabajo diurno en una agencia de seguros cubriendo la baja por maternidad de una administrativa.

Llamé primero a Charlsie Tooten. Aunque se mostró muy comprensiva, me explicó que tenía que cuidar de su nieto mientras su hija trabajaba, así que estaba demasiado cansada como para echar un cable. Llamé a otra antigua empleada del Merlotte's, pero resultó que estaba trabajando en otro bar. Holly dijo que podría doblar el turno una vez, pero no más, ya que tenía que cuidar de su crío. Danielle, la otra camarera a jornada completa, se disculpó con lo mismo (en su caso, tenía una excusa doble, ya que eran dos los hijos que tenía).

Así que, finalmente, con un profundo suspiro que delataba al despacho vacío de Sam lo implicada que estaba, llamé a una de las candidatas a las que menos apreciaba: Tanya Grissom, mujer zorro y ex saboteadora. Me llevó un rato localizarla, pero tras contactar con un par de personas en Hotshot, pude encontrarla en la casa de Calvin. Tanya llevaba tiempo saliendo con él. El hombre me caía bien, pero cuando pensaba en esas casas arracimadas en el cruce, no podía evitar el escalofrío.

– Tanya, ¿cómo estás? Soy Sookie Stackhouse.

– Vaya. Hmmm. Hola.

No podía culparla por ser cauta.

– Una de las camareras de Sam lo ha dejado; ¿te acuerdas de Arlene? No le gustó el asunto de los cambiantes y se ha ido. Me preguntaba si te interesaría encargarte de un par de sus turnos, sólo temporalmente.

– ¿Ahora eres la socia de Sam?

No lo iba a poner fácil.

– No, sólo lo sustituyo. Ha tenido que salir por una urgencia familiar.

– Apuesto a que estaba de las últimas en tu lista.

Mi breve silencio habló por sí solo.

– Creo que podemos trabajar juntas -hablé por no callar.

– Tengo un trabajo ahora, pero podría ayudar un par de noches hasta que encontréis a alguien -dijo Tanya. Resultaba complicado inferir algo por su voz.

– Gracias. -Con ella contaba ya con dos sustitutas temporales, Amelia y Tanya, y yo podría hacerme cargo de las horas que a ellas no les viniesen bien. Nadie tenía por qué pasarlo mal-. ¿Puedes pasarte mañana para el turno de la noche? Si pudieras estar aquí a eso de las cinco, cinco y media, una de nosotras podría ponerte al día y trabajarías hasta el cierre.

Hubo un breve silencio.

– Allí estaré -accedió Tanya-. Tengo unos pantalones negros. ¿Tienes alguna camiseta que me valga?

– Sí, talla mediana.

– Eso bastará.

Y colgó.

Bueno, no podía esperar que se mostrara feliz por saber de mí o por echarme una mano, ya que nunca nos habíamos caído demasiado bien. De hecho, aunque no creía que lo recordase, hice que Amelia y su mentora, Octavia, la hechizaran. Aún temblaba al recordar cómo había alterado la vida de Tanya, pero no creo que hubiese tenido demasiadas alternativas. En ocasiones, hay que lamentarse de las cosas y seguir adelante.

Sam llamó mientras Terry y yo estábamos cerrando el bar. Estaba agotada. Me pesaba la cabeza y los pies me dolían.

– ¿Cómo van las cosas por allí? -preguntó Sam. Se le notaba el cansancio en la voz.

– Sobreviviendo -dije, tratando de parecer alegre y despreocupada-. ¿Qué tal tu madre?

– Sigue viva -contestó-. Habla y respira por su cuenta. El doctor ha dicho que cree que se recuperará bien. Mi padrastro está arrestado.

– Menudo lío -dije, genuinamente molesta por lo que le pasaba a Sam.

– Mi madre dice que debió contárselo antes -continuó-. Pero temía hacerlo.

– Bueno… y con razón, ¿no? Visto lo que ha pasado… Bufó.

– Piensa que si hubiese tenido una larga charla con él y si se hubiera transformado después de que él ya hubiese visto algo así en la televisión podría haber ido mejor.

Había estado tan ocupada en el bar que no había tenido tiempo de asimilar todas las reseñas televisivas sobre las reacciones mundiales ante esta segunda Gran Revelación. Me preguntaba cómo irían las cosas en Montana, Indiana o Florida. Me preguntaba si alguno de los famosos actores de Hollywood habría admitido que era un licántropo. ¿Y si Ryan Seacrest se convertía en un bichito peludo todas las noches de luna llena? ¿Y si les pasaba a Jennifer Love Hewitt o a Russell Crowe (lo que veía bastante probable)? Eso supondría una enorme diferencia en su aceptación pública.

– ¿Has visto a tu padrastro o has hablado con él?

– Todavía no. Me cuesta hacerme a la idea. Mi hermano se ha pasado a verle. Dice que Don se puso a llorar. No fue agradable.

– ¿Ha ido tu hermana?

– Está de camino. Tuvo algún problema para encontrar niñera -sonaba un poco dubitativo.

– Ella sabía lo de tu madre, ¿verdad? -dije tratando de mantener a raya mi incredulidad.

– No -respondió-. En muchos casos, los padres cambiantes no se lo dicen a los hijos que no estén afectados. Mis hermanos no sabían lo mío tampoco, ya que no estaban al corriente de lo de mamá.