— ¿Qué quieres decir? — exclamó, encolerizada a su vez.
¿Pretendía acusarla de infidelidad?
— Ese… ese político. Ambiciona el Comisariato a cualquier precio. Todo el mundo lo sabe. Y tú te propones ascender con él. La lealtad política te llevará a alguna parte, ¿verdad?
— ¿Adónde me llevará? No hay ninguna parte a la que yo quiera llegar. Soy astrónomo, no político.
— Has sido promocionada, ¿no es cierto? Te han permitido saltar por encima de otras personas más maduras y experimentadas.
— A costa de mucho trabajo, creo yo.
¿Cómo podría ella defenderse ahora sin tener que contarle la verdad?
— Estoy seguro de que te gusta creerlo así. Pero fue por mediación de Pitt.
Insigna hizo una profunda inspiración.
— ¿A qué nos conduce todo esto?
— ¡Escucha! — la voz de él fue moderada, como lo había sido desde que ella le recordó que Marlene estaba durmiendo-. Me es imposible creer que todo un Establecimiento de gente quiera arriesgarse a viajar mediante la hiperasistencia. ¿Cómo puedes saber lo que sucederá? ¿Cómo puedes estar segura de que eso dará buen resultado? Nos podría matar a todos.
— La Sonda Lejana funcionó bien.
— ¿Había cosas vivientes en esa Sonda Lejana? Y, si no las había, ¿acaso puedes saber cómo reaccionarán las cosas vivientes con la hiperasistencia? ¿Qué sabes tú acerca de la hiperasistencia?
— Ni palabra.
— ¿Y por qué no? Estás trabajando allí, en el laboratorio. No en las granjas, como yo.
Tiene envidia, pensó Insigna. Y dijo:
— Cuando dices laboratorio pareces insinuar que todos nosotros estamos apiñados en una habitación. Ya te lo he explicado. Yo soy astrónomo y no sé nada de hiperasistencia.
— ¿Quieres decir que Pitt no te comenta nada al respecto?
— ¿Sobre hiperasistencia? Ni él mismo lo sabe.
— ¿Pretendes decirme que nadie lo sabe?
— No pretendo decirte eso, claro está. Los expertos del espacio lo saben. Vamos, Crile, lo saben los que tienen que saberlo. Los demás no.
— Así pues, es un secreto para todos excepto para unos cuantos especialistas.
— Exacto.
— Entonces tú ignoras por completo si la hiperasistencia es segura. Sólo lo saben los hiperespecialistas del espacio. ¿Y qué te hace pensar que ellos lo saben?
— Supongo que lo han experimentado.
— ¡Lo supones!
— Es una suposición razonable. Ellos nos aseguran que no hay duda alguna.
— Y ellos no mienten jamás, imagino.
— Es que ellos viajarán también, y además estoy segura de que tienen experiencia.
Crile la miró entornando los ojos.
— Ahora estás segura. La Sonda Lejana era tu juguete. ¿Pusieron ellos formas vivientes a bordo?
— Yo no intervine en ese proceso. Sólo trabajé con los datos astronómicos que obtuvimos.
— No estás respondiendo a mi pregunta sobre las formas vivientes.
,Insigna perdió la paciencia.
— Mira, no me agrada que se me someta a un interrogatorio inacabable, y el bebé está empezando a inquietarse. Por mi parte, tengo también una pregunta o dos. ¿Qué te propones hacer? ¿Piensas acompañarnos?
— No estoy obligado. Las condiciones de la votación son que si alguien no quiere viajar, no tiene por qué hacerlo..
— Sé que no tienes por qué hacerlo. Pero… ¿lo harás? Seguramente no querrás destruir la familia.
Insigna intentó sonreír al decir eso; pero no pareció muy convincente.
Fisher dijo despacio y algo sombrío.
— Pero tampoco quiero abandonar el Sistema Solar.
— ¿Prefieres abandonarme a mí? ¿Y a Marlene?
— ¿Por qué habría de abandonar a Marlene? En el caso de que tú quieras arriesgarte en ese experimento disparatado, ¿por qué arriesgar también a la niña?
Insigna dijo ceñuda:
— Si yo voy, Marlene irá. Métete eso en la cabeza, Crile. ¿Adónde la llevarías tú? ¿A un Establecimiento asteroidal a medio terminar?
— Claro que no. Yo soy de la Tierra y puedo volver allí si lo deseo
— ¿Volver a un planeta agonizante? ¡Qué gran idea!
— Le quedan aún muchos años de vida, te lo aseguro.
— Entonces, ¿por qué lo dejaste?
— Creí que así mejoraría mi posición. Ignoré que venir a Rotor significaba un pasaje de ida hacia ninguna parte.
— ¡No hacia ninguna parte! — explotó Insigna al límite de su aguante-. Si supieses a dónde vamos no te mostrarías tan dispuesto a regresar.
— ¿ Por qué? ¿Adónde va Rotor?
— A las estrellas.
— A perderse en el olvido.
Se miraron fijamente. Marlene abrió los ojos y dejó escapar un leve maullido de indefensión. Fisher miró al bebé y dijo con tono más suave:
— No tenemos por qué separamos, Eugenia. Desde luego, yo no quiero abandonar a Marlene. Y tú tampoco. Ven conmigo.
— ¿A la Tierra?
— Sí. ¿Por qué no? Allí tengo amigos. Incluso ahora. Como mi esposa, no tendrás ninguna dificultad para introducirte. La Tierra no se preocupa tanto acerca del equilibrio ecológico. Allí viviremos en un planeta gigantesco, no en una pequeña y apestosa burbuja perdida en el espacio.
— No. Allí viviríamos en una burbuja gigantesca, enormemente apestosa. No. Jamás.
— Entonces deja que me lleve a Marlene. Si tú juzgas que el viaje merece el riesgo, porque eres astrónoma y quieres estudiar el Universo, eso es asunto tuyo; pero el bebé debería quedarse aquí, en el Sistema Solar, a salvo.
— ¿A salvo en la Tierra? No seas ridículo. ¿Era ésa toda la finalidad de esta historia? ¿Una artimaña para llevarte a mi bebé?
— Nuestro bebe..
— Mi bebé. Márchate. Quiero que te marches; pero no puedes tocar a mi bebé. Me dices que conozco bien a Pitt, y así es. Lo conozco bien. Eso quiere decir que puedo arreglarlo para enviarte a los asteroides tanto si lo quieres como si no, y allí podrás encontrar tu camino de regreso a esa deleznable Tierra tuya. Ahora, sal de mi alojamiento y busca un lugar para dormir hasta que te enviemos fuera. Cuando me hagas saber dónde estás, te expediré tus efectos personales. Y no creas que podrás volver. Este lugar estará bajo vigilancia.
En el momento de decir eso, Insigna, con el corazón inundado de amargura, fue toda sinceridad. Pudo haberle suplicado, engatusado, exhortado… Pero no lo hizo. Le lanzó una mirada dura, implacable y le mandó salir de allí. Fisher se marchó. Ella le envió sus cosas. Y el se negó a ir con Rotor.
Fue enviado lejos. Y Eugenia supuso que habría vuelto a la Tierra.
Crile se apartó para siempre de ella y de Marlene.
Insigna lo echó y él se fue para siempre.
V. EL DON
Insigna se sentó cavilosa, profundamente sorprendida de su propia actitud. Ella no había contado nunca esa historia a nadie, aunque hubiese vivido con ella presente casi a diario durante catorce años.
No había soñado siquiera con contársela a nadie jamás. Supuso que la llevaría consigo a la tumba.
No era que fuese vergonzosa en modo alguna.. Pero era reservada. Y he aquí que se la había contado, con todo detalle y sin reservas… a su hija adolescente, a alguien que, hasta el momento de iniciar su relato, había considerado una chiquilla… la persona menos adecuada para escucharla.
Y ahora esa chiquilla la miró solemne con sus ojos negros… sin pestañear, con una mirada seria, increíblemente adulta, y por fin dijo:
— Entonces lo echaste, ¿verdad?
— En cierto modo, sí. Pero yo estaba furiosa. Él quería llevarte a la Tierra. — Hizo una pausa y añadió irresoluta-: ¿Lo entiendes?