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— Así que no puedes decir, de un modo exacto, lo cerca que pasará Némesis del Sistema Solar.

— Resulta casi imposible calcularlo Es preciso tener presente el campo gravitatorio de cada estrella cercana a menos de doce años luz. Al fin y al cabo, el menor efecto no calculado puede ocasionar tal desviación en unos dos años luz, que el paso calculado ya como una colisión, o poco menos, sea un fallo total. O viceversa.

— El comisario Pitt dice que todas las personas que se hallan en el Sistema Solar podrán abandonarlo, si lo desean, cuando llegue Némesis. ¿Es cierto?

— Podría serlo. Pero ¿cómo puede vaticinar nadie lo que sucederá dentro de cinco mil años? ¿Qué giros históricos tendrán lugar y cómo afectarán a la cuestión? Sólo cabe esperar que todo el mundo salga y se ponga a salvo.

— Aunque no se les advierta, lo averiguarán por sí mismos — opinó Marlene sin la necesaria confianza en sí misma para hacer notar a su madre el truismo astronómico-. Tienen que hacerlo. Némesis se acercará cada vez más y, al cabo de algún tiempo, se hará inconfundible, y ellos podrán calcular su trayectoria con mucha más exactitud cuando esté más cerca.

— Pero dispondrán de mucho menos tiempo para preparar su escape… si fuere necesario.

Marlene se miró la punta de los pies y dijo:

— No te enfades conmigo, madre. Pero me parece que sigues descontenta, e incluso en el caso de que todos salgan del Sistema Solar y se pongan a salvo. Hay otra cosa que no te gusta. Por favor, dímela.

— No me gusta que todo el mundo abandone la Tierra. La idea no me agrada aunque lo hagan de forma ordenada con suficiente antelación y sin bajas. No quiero que se abandone a la Tierra.

— Supón que sea necesario.

— Entonces se hará. Me inclino ante lo inevitable. Pero no por eso ha de gustarme.

— ¿Te sientes sentimental acerca de la Tierra? Estudiaste allí, ¿verdad?

— Me licencié en Astronomía allí. No me gustó la Tierra; pero eso no importa. Es lugar donde se han originado los seres humanos. ¿Sabes lo que quiero significar, Marlene? Aunque no me gustara mucho cuando estaba allí sigue siendo el mundo en el que la vida se desarrolló a lo largo de los eones. Para mí no es solo un mundo sino también una idea, una abstracción. Quiero que siga existiendo por amor al pasado. No sé si puedo aclararlo más.

— Padre era terrícola — recordó Marlene.

Insigna apretó un poco los labios.

— Y volvió a la Tierra.

— Así lo dijo el registro. Supongo que lo haría.

— Entonces yo soy terrícola a medias. ¿No es así?

Insigna frunció el ceño.

— Todos nosotros somos personas de la Tierra, Marlene. Mis tatarabuelos vivieron en la Tierra toda su vida. Mi bisabuela nació en la Tierra. Todos, sin excepción, descendemos de gente de la Tierra. Y no sólo los seres humanos. Cada partícula de vida, desde un virus hasta un árbol, procede de la vida terrestre.

Marlene dijo:

— Pero sólo lo saben los seres humanos. Y algunos están más cercanos que otros. ¿Piensas a veces en padre incluso ahora? — Marlene levantó la vista por un instante y al ver el rostro de su madre dio un respingo-. No es asunto mío. Eso es lo que ibas a decirme.

— Así lo había sentido; pero no he de dejarme guiar por mis sentimientos. Después de todo, tú eres su hija. Si, pienso en él algunas veces.

Hizo un leve encogimiento de hombros.

Tras una pausa Insigna añadió.

— ¿Y tú, piensas en él, Marlene?

— No tengo nada en lo que pueda pensar. No lo recuerdo. Nunca he visto un holograma ni nada.

— No, no tiene sentido…

— Pero cuando yo era más pequeña solía preguntarme por que algunos padres permanecían con sus hijos cuando tuvo lugar la Partida, y otros no. Pensé que los que no se marchaban quizá no tenían cariño a sus hijos y que padre no me lo tenía a mí.

Insigna la miró fijamente.

— Nunca me contaste eso.

— Fue un pensamiento privado cuando yo era pequeña. Pero, al hacerme mayor supe que eso era más complicado de lo que parecía.

— No deberías haber pensado así nunca. No es cierto. Yo te lo habría demostrado si hubiese tenido la más mínima idea de…

— A ti no te gusta hablar sobre esos tiempos, madre. Y lo entiendo.

— Lo habría hecho de todas formas si hubiese conocido esas ideas tuyas; si hubiese podido leer en tu cara como tú lo haces en la mía. El te quería. Y te habría llevado consigo si se lo hubiese permitido. La culpa de que vosotros dos estéis separados es mía, de verdad.

— Suya también. Él debiera haberse quedado con nosotras.

— Bueno, debiera, pero ahora que los años han pasado puedo ver y entender sus problemas un poco mejor que entonces. Después de todo, yo no estaba abandonando mi casa; mi mundo venía conmigo.

Tal vez esté a dos años luz de la Tierra, pero estoy todavía en casa, en Rotor, donde nací. Para tu padre era diferente; él nació en la Tierra, no en Rotor, y supongo que no pudo soportar la idea de abandonarla por completo y para siempre. También pienso en ello algunas veces. Aborrezco la idea de que la Tierra quede desierta. Hay billones de personas a las que se les rompería el corazón si la abandonaran.

Por un momento, hubo silencio entre ambas. Luego, Marlene dijo:

— Me pregunto ¿qué estará haciendo padre ahora mismo allá en la Tierra?

— ¿Cómo podría decírtelo, Marlene? Veinte trillones de kilómetros es un camino largo, muy largo, y catorce años es un período también larguísimo.

— ¿Supones que vivirá todavía?

— No podemos saber ni eso siquiera — repuso Insigna-. La vida puede ser muy corta en la Tierra — y como si se diera cuenta de que no estaba hablando para sí, agregó-. Estoy segura de que vive, Marlene. Tenía una salud excelente cuando se marchó. Ahora se estará aproximando a los cincuenta tan sólo — y murmuró enternecida-: ¿Le echas de menos, Marlene?

Marlene negó con la cabeza. No puedes echar de menos lo que no has tenido nunca.

Pero tú lo viste, madre, pensó. Y lo echas de menos.

VIII. AGENTE

15

Aunque parezca extraño, Crile Fisher tuvo necesidad de habituarse a la Tierra… o volverse a habituar. No se le ocurrió que Rotor había llegado a ser una parte de él en cuestión de cuatro años escasos. Había sido su ausencia más larga de la Tierra pero no lo bastante para olvidarse de ella.

Estaban el mero tamaño de la Tierra, el horizonte distante recortándose en el cielo y no volviéndose hacia arriba entre brumas. Estaban las multitudes, la gravedad inalterable, la sensación de una atmósfera abrumadora y desbocada, de temperatura ascendente y descendente, de naturaleza sin control.

No era que él necesitase experimentar todo eso para sentirlo. Incluso cuando se encontraba en su alojamiento, sabía que aquello estaba ahí fuera, y la idea de los peligros que representaba impregnaba su espíritu, lo invadía por así decirlo. O podría ser que la habitación fuese demasiado pequeña, que estuviese demasiado abarrotada, y que el empuje del sonido resultara demasiado inconfundible, como si lo inyectaran a presión una multitud y un mundo decadentes.

Era extraño que él hubiese añorado tanto la Tierra durante aquellos años en Rotor y que ahora, de vuelta a ella, echara de menos a Rotor con idéntica intensidad. ¿Se pasaría la vida queriendo estar donde no estaba?

La luz de aviso destelló y el zumbido se dejó oír. Parpadeó… Las cosas en la Tierra tendían a parpadear; mientras que en Rotor todo era constante, de una eficacia casi agresiva.