— Entre — dijo en voz baja pero lo bastante alta para activar el dispositivo de apertura.
Garand Wyler entró (Fisher había adivinado que sería él) y lo miró con una expresión divertida.
—¿Te has movido de ahí desde que me fui, Crile?
— He ido de acá para allá. He comido. He pasado bastante tiempo en el baño.
— Me alegro por ti. Eso significa que estás vivo aunque no lo parezcas.
Hizo una amplia mueca. Piel tersa y bronceada, ojos oscuros, dientes blancos, pelo espeso y crespo.
—¿Cavilando acerca de Rotor? — inquirió.
— Pienso en él alguna vez que otra.
— Siempre me estoy proponiendo preguntar pero nunca me decido a hacerlo. Fue Blancanieves sin los siete enanos ¿verdad?
— Blancanieves — dijo Fisher—. Nunca vi una persona negra allí.
— En tal caso que tengan buen viaje. ¿Sabes que ellos se fueron? Fisher tensó los músculos y casi saltó de su asiento, pero resistió el impulso. Asintió.
— Dijeron que lo iban a hacer.
— Y dijeron la verdad. Se esfumaron. Les estuvimos observando mientras pudimos; captamos su radiación. Luego, cobraron velocidad con esa hiperasistencia suya y, en una fracción de segundo, cuando aún podíamos detectarlos con claridad, desaparecieron. Todo se cortó.
—¿Los captaste cuando retornaron al espacio?
— En varias ocasiones. Cada vez más débilmente. Viajaron a la velocidad de la luz, y después de tres destellos en el radar, al hiperespacio y vuelta al espacio, se encontraron demasiado lejos para que los captáramos.
— Así lo eligieron — dijo con amargura Fisher—. Echaron a patadas los votos negativos… como yo.
— Siento que no estuvieses allí. Debieras haberlo visto. Fue interesante contemplarlo. Como sabes, hubo algunos obstinados que insistieron hasta el último instante en que la hiperasistencia era un fraude, dijeron que todo estaba amañado por alguna razón.
— Rotor tenía la Sonda Lejana. Ellos no podrían haberla enviado tan lejos como lo hicieron sin la hiperasistencia.
—¡Amañado! Eso fue lo que dijeron los obstinados.
— Fue genuino.
— Sí, ahora lo reconocen. Todos ellos. Cuando Rotor se desvaneció en los instrumentos, no hubo ya ninguna explicación. Cada Establecimiento estuvo observando. Ningún error. Se desvaneció en todos los equipos de instrumentos al mismo tiempo. Lo más irritante es que no podamos saber a donde ha ido.
— A Alpha Centauri, supongo. ¿Qué otro sitio si no?
— La Oficina sigue pensando que tal vez no sea Alpha Centauri y que tú pudieras saber algo al respecto. Fisher pareció molesto.
— Se me desproveyó de información durante todo el camino hacia la Luna y regreso. No he retenido nada.
— Claro. Estamos enterados de eso. No es nada acerca de lo que sepas. Ellos quieren que hable contigo, de amigo a amigo, y compruebe si sabes alguna cosa que no creas saber. Puede surgir algo sobre lo que no hayas reflexionado. Estuviste cuatro años allí, casado, tuviste un hijo. No pudo haberte pasado inadvertido todo.
—¿Cómo que no? Si hubiesen tenido la más leve noción de que yo perseguía algo, me habrían dado la patada. El mero hecho de tener procedencia terrestre me convertía ya en terrible sospechoso. Si no me hubiese casado, probando así que me proponía ser rotoriano, me habrían despachado. Y en realidad, se me mantuvo a distancia de todo cuanto fuera susceptible de crítica o afectara a la sensibilidad.
Fisher miró a lo lejos.
— Y dio resultado. Mi mujer era sólo astrónomo. No pude elegir, compréndelo. No pude poner un anuncio en holovisión proclamando mi deseo de entablar relaciones con una señorita que fuese hiperespacialista. Si hubiese conocido a alguna, habría hecho todo lo posible para engancharla bien aunque hubiera parecido una hiena; pero no conocí a ninguna durante mi estancia allí. La tecnología estaba tan protegida que, según creo, mantenían en un aislamiento completo a todas las personas clave. Me imagino que todas ellas llevarían máscara y usarían nombres codificados en los laboratorios. Cuatro años… sin detectar el menor indicio ni descubrir jamás nada. Y supe que ello significaría el fin de mi relaciones con la Oficina.
Se volvió hacia Garand y añadió con apasionamiento súbito:
— Las cosas empeoraron tanto que acabé siendo como un palurdo. La sensación de fracaso fue abrumadora.
Wyler, sentado al otro lado de la mesa frente a Fisher, se balanceó hacia atrás sobre las patas traseras de su silla pero cuidando de sujetarse a la mesa para que el balanceo no fuera excesivo.
— Crile — dijo—, la Oficina no puede permitirse delicadezas, pero tampoco es insensible del todo. Ellos lamentan haberte abordado así; sin embargo, estaban obligados. Yo lamento tener que desempeñar este trabajo. Y también estoy obligado. A todos nos preocupa que hayas fracasado y no nos trajeras nada. Si Rotor no se hubiese marchado, podríamos pensar que no había nada para traer. Sin embargo ellos se marcharon. Y contaron con hiperasistencia. No obstante, tú volviste a nosotros sin nada.
— Lo sé.
— Ahora bien, eso no significa que queramos expulsarte o desembarazarnos de ti. Esperamos poder utilizarte todavía… Así pues, necesito asegurarme de que no hubo malicia en tu fracaso.
—¿Qué significa eso?
— Debo estar en condiciones de decirles que no fracasaste por ninguna debilidad personal. Después de todo te casaste con una mujer rotoriana. Por cierto, ¿era bonita? ¿Le tenías afecto?
Fisher gruñó:
— En verdad, lo que me estás preguntando es si por amor a una mujer rotoriana no estaría yo protegiendo deliberadamente a Rotor y ayudando a guardar su secreto.
— Bien — contestó sin alterarse Wyler—. ¿Lo hiciste así?
—¿Cómo puedes preguntarme tal cosa? Si yo hubiese decidido ser rotoriano me habría marchado con ellos. A estas horas estaría perdido en el espacio y tal vez no me encontraras jamás. Pero no hice eso. Abandoné Rotor y volví a la Tierra a sabiendas de que mi fracaso podría destruir mi carrera.
— Apreciamos tu lealtad.
— Hay en ello más lealtad de la que piensas.
— Reconocemos que, probablemente, amabas a tu esposa y que por sentido del deber, te viste obligado a abandonarla. Ello te favorecería si pudiésemos estar seguros…
— No tanto por mi mujer como por mi hija. Wyler examinó pensativo a Fisher.
— Sabemos que tienes una hija de un año, Crile. Dadas las circunstancias, quizá no debieras haber confiado un rehén tan particular a la fortuna.
— Convengo en ello. Pero yo no puedo comportarme como si fuera un autómata bien engrasado. A veces las cosas suceden contra tu voluntad. Y una vez nació la niña y la tuve durante un año…
— Eso es comprensible. Pero fue sólo un año. En realidad, muy poco tiempo para establecer unas relaciones…
— Tal vez creas comprenderlo, pero no lo comprendes.
— Entonces explícate, y lo intentaré.
— Se trató de mi hermana ¿sabes? Mi hermana menor. Wyler asintió.
— Se la menciona en tu expediente computado. Rose, si mal no recuerdo.
— Roseanne. Murió hace ocho años en las algaradas de San Francisco. Tenía sólo diecisiete años.
— Lo siento.
— Ella no se pronunció por ninguno de los dos bandos. Fue uno de esos espectadores inocentes, más expuestos a sufrir daño que los propios manifestantes o los agentes. Al fin encontramos su cuerpo, y entonces tuve algo para incinerar.
Wyler, un poco violento, guardó silencio
Por fin, Fisher continuó:
— Ella tenía sólo diecisiete. Nuestros padres murieron… — al decir esto movió la mano hacia un lado como indicando que no quería tocar esa cuestión— cuando mi hermana tenía cuatro años y yo catorce. Trabajé después del colegio y procuré que no le faltaran alimento, vestido y comodidad, incluso aunque yo no los tuviera. Aprendí por mi cuenta programación… si bien eso no bastara tampoco para vivir de una forma decente… Y entonces, cuando ella cumplió los diecisiete sin haber hecho daño jamás ni a un alma, sin conocer siquiera la causa de toda aquella lucha y de aquel griterío, se vio atrapada, sencillamente.