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— Pero sigo sin entender. No necesitabas explicarle que está fastidiado conmigo. Él lo sabe de sobra. Siendo así, ¿por qué no me ha enviado antes a Erythro cuando se lo he pedido tantas veces?

— Porque le repugna tener nada que ver con Erythro, y librarse de ti no le parecía suficiente para vencer su desagrado respecto a ese mundo. Sólo que esta vez no eres únicamente tú. Somos tú y yo Ambas.

Insigna se inclinó hacia delante y plantó las manos sobre la mesa.

— No, Molly… Marlene, Erythro no es el lugar adecuado para ti. Yo no permaneceré allí toda la vida. Haré mis mediciones y volveré, y tú estarás aquí esperándome.

— Me temo que no, madre. Está claro que él está dispuesto a dejarte marchar porque es el único medio de desembarazarse de mí. Por eso se prestó a enviarte allí cuando le pedí que fuéramos ambas, y no dio su conformidad cuando le pediste ir sola. ¿Lo ves?

Insigna frunció el ceño.

— No, no lo veo. De verdad. ¿Qué tienes que ver tú con eso?

— Cuando estábamos hablando y le aseguré saber que le gustaría desembarazarse de nosotras dos, su rostro se quedó de piedra. Ya sabes, él puede borrar toda expresión de él. Supo que yo podía interpretar expresiones y hacer pequeñeces parecidas, y no quiso que le adivinara los sentimientos, supongo. Pero eso es también una revelación involuntaria y me dice muchas cosas, ¿comprendes? Además, uno no puede disimular todo. Por ejemplo, los ojos parpadean, incluso sin que te enteres.

— Así que tú sabías que él quería desembarazarse también de ti.

— Peor que eso. Le asusto.

—¿Por qué habrías de asustarle?

— Porque, según supongo, le revienta que yo sepa lo que él no quiere dejarme saber — y añadió con un suspiro de resignación—: Muchas personas se enfadan por eso conmigo.

Insigna asintió.

— Me es fácil comprenderlo. Tú haces que la gente se sienta desnuda, mentalmente desnuda, quiero decir, como si un viento frío soplase a través de su mente.

Luego, miró con fijeza a su hija.

— A veces yo misma me siento así. Mirando al pasado creo que tú me has perturbado desde que eras muy pequeña. Me dije repetidas veces que eras, sencillamente, de una inteligencia desu…

— Y creo serlo — la interrumpió Marlene.

— Eso también, sí; pero fue a todas luces algo más que tu inteligencia; aunque yo no lo viera con claridad. Dime, ¿te molesta hablar de ello?

— Contigo no, madre — contestó Marlene. Pero hubo una nota de cautela en su voz.

— Bien; entonces, cuando eras más joven y descubriste que tú podías hacer eso y otros niños no e incluso otros adultos, ¿por qué no viniste a mí y me lo contaste?

— A decir verdad lo intenté una vez pero tú te mostraste impaciente. Quiero decir que no abriste la boca, pero pude deducir que estabas muy atareada y no podías ocuparte de tonterías infantiles.

Insigna abrió mucho los ojos.

—¿Dije tonterías infantiles?

— No lo expresaste así, pero lo dejaste ver con tu forma de mirarme y entrelazar las manos.

— Debieras haber insistido en contármelo.

— Yo era sólo una niña pequeña. Y tú te sentías desgraciada casi todo el tiempo acerca del comisario Pitt y acerca de padre.

— Deja en paz eso. ¿Hay algo más que quieras contarme ahora?

— Sólo una cosa — pidió Marlene—. Cuando el comisario Pitt dijo que podríamos marchar, su forma de decirlo me hizo pensar que se dejaba algo en el tintero, algo que no quería decir.

—¿Y qué era, Marlene?

— Ahí está el quid, madre. No sé leer el pensamiento y por tanto lo ignoro. Sólo puedo basarme en cosas externas, y eso deja a veces las cosas entre penumbras. Sin embargo…

—¿Dime?

— Tengo la impresión de que la cosa que él callaba era más bien desagradable tal vez incluso maligna.

23

Prepararse para ir a Erythro exigió a Insigna bastante tiempo. Hubo asuntos en Rotor que no pudieron ser abandonados a medio resolver. Fue preciso tomar disposiciones en el departamento de astronomía, dar instrucciones a otros, nombrar astrónomo jefe interino a su jefe asociado y celebrar consultas finales con Pitt quien, cosa extraña, no se mostró nada comunicativo respecto a la cuestión.

Por último, Insigna se lo planteó durante su informe final antes de marchar.

— Mañana me voy a Erythro como ya sabrás — dijo.

— Perdón, no te he escuchado.

El hombre levantó la vista del informe que ella le había entregado y que él había estado mirando fijamente, si bien Insigna estaba segura de que no lo había leído. (¿No estaría contagiándose de los trucos de Marlene aunque sin saber cómo aplicarlos? No empezaría a creer que podía penetrar bajo la superficie cuando, en realidad no era cierto.)

Repitió paciente:

— Mañana me voy a Erythro, como sabrás.

—¿Es ya mañana? Bueno, volverás a su debido tiempo, de manera que esto no es un adiós. Cuídate. Considéralo como unas vacaciones.

— Me propongo trabajar en el movimiento de Némesis a través del espacio.

—¡Ah, eso! Bueno — Pitt hizo un ademán con ambas manos como si apartara algo de poca monta—. Como gustes. Un cambio de ambiente es similar a unas vacaciones aunque continúes trabajando.

— Quiero darte las gracias por permitir esto, Janus.

— Tu hija me lo pidió. ¿Sabías que ella me lo pidió?

— Lo sabía. Me lo dijo el mismo día. Yo le contesté que no tenía derecho a molestarte. Fuiste muy tolerante con ella. Pitt gruñó.

— Es una chica poco común. No me importó complacerla. Esto es sólo temporal. Haz tus cálculos y regresa.

Ella pensó: Ha mencionado dos veces mi regreso. ¿Cómo lo interpretaría Marlene si estuviese aquí? ¿Algo maligno, según dice? Pero ¿el qué?

— Volveremos — dijo impávida ella.

— Espero que con la noticia de que Némesis resultará inofensiva dentro de cinco mil años a partir de hoy.

— Eso lo decidirán los hechos — contestó severa. Y se retiró.

24

Parece extraño, pensó Eugenia Insigna. Ella distaba dos años luz del lugar del espacio en el que había nacido. Sin embargo, había viajado dos veces con naves espaciales y sólo para hacer viajes sencillísimos. Desde Rotor a la Tierra y vuelta a Rotor.

Seguía sin sentir gran deseo de viajar por el espacio. Marlene era la fuerza propulsora de esa travesía. Era ella quien había actuado por su cuenta para ver a Pitt y persuadirle hasta hacerle sucumbir a esa extraña forma de chantaje. Y era ella quien estaba excitada de verdad con ese extraño afán suyo por visitar Erythro. No obstante, cada vez que Insigna se acobardaba ante la idea de abandonar el seguro, pequeño y cómodo Rotor para sumirse en el vasto mundo vacío de Erythro, tan raro y amenazador, a seiscientos cincuenta mil kilómetros de distancia (casi dos veces la que había entre Rotor y la Tierra); el entusiasmo de Marlene era lo que la animaba.

La nave que las llevaría a Erythro no era ni graciosa ni majestuosa. Era funcional. Pertenecía a una pequeña flota de cohetes que servían como transbordadores y salían disparados bajo la consistente atracción gravitatoria de Erythro, o regresaban sin osar ceder a ella lo más mínimo, y en ambas direcciones se abrían paso por una indómita atmósfera, acolchada, ventosa e imprevisible.

Insigna no creía que el viaje fuera placentero. Durante su mayor parte, todos serían ingrávidos, y dos días seguidos de ingravidez resultarían sin duda tediosos.

La voz de Marlene la sacó de sus elucubraciones.

— Vamos, madre. Nos están esperando. El equipaje, y todo lo demás, ha sido ya embarcado.