Fisher conservó la serenidad. Él sabía algo que la mujer ignoraba. Lo de la Estrella Vecina, pero ésa era también una enana roja.
— Entonces crees que el vuelo interestelar es imposible ¿no?
— En la práctica, sí, y siempre y cuando que la hiperasistencia sea todo cuanto haya.
— Lo dices como si la hiperasistencia no fuera todo cuanto hay, Tessa.
— Puede ser todo cuanto hay. Pero no hace mucho pensábamos que incluso eso era imposible, y para ir aún más lejos. Ahora bien, al menos podemos soñar con verdaderos vuelos hiperasistenciales y velocidades superlumínicas. Si pudiésemos avanzar tan aprisa como deseamos y durante tanto tiempo como queremos, quizás el Universo se convirtiera en un inmenso sistema solar y todo él podría ser nuestro.
— Es un hermoso sueño. ¿Pero es posible?
— Desde el vuelo del Rotor hemos celebrado conferencias de todos los Establecimientos sobre ese asunto.
– ¿Sólo todos los Establecimientos? ¿Y qué hay de la Tierra?
— Asistieron observadores de la Tierra, pero hoy día la Tierra no es un paraíso para los físicos.
– ¿A qué conclusiones se llegó en esas conferencias?
La Wendel sonrió.
— No eres físico.
— Deja aparte lo más intrincado. Tengo curiosidad.
Ella se limitó a sonreírle.
Fisher apretó el puño sobre la mesa.
— Olvida esa teoría tuya de que soy una especie de agente secreto en busca de tu información. Tengo una hija perdida por ahí, Tessa. Dices que, probablemente, ella esté muerta. Pero ¿y si vive? ¿Hay alguna posibilidad de…?
La sonrisa de Wendel se desvaneció.
— Lo siento. No pensé en eso. Pero sé práctico. Es tarea imposible buscar un Establecimiento en un volumen de espacio representado por una esfera que ahora mismo tiene un radio de seis años luz y crece sin cesar con el tiempo. Se requirió más de un siglo para encontrar el décimo planeta, y éste era mucho más grande que Rotor, y fue preciso peinar un volumen de espacio mucho más reducido.
— La esperanza es lo último que se pierde — objetó Fisher —. ¿Es posible el auténtico vuelo hiperespacial? Te bastará con decir sí o no.
— Muchos dicen que no, si quieres saber la verdad. Puede haber unos pocos que aseguren poder decir sí, pero tienden a susurrarlo.
– ¿Hay alguien que diga que sí en voz alta?
— Sólo una persona, que yo sepa. Yo misma.
– ¿Lo crees posible? — exclamó atónito Fisher, y no tuvo necesidad de fingir —. ¿Lo dices a la luz del día o es algo que murmuras en la oscuridad de la noche?
— Tengo algunas publicaciones sobre el tema. Uno de esos artículos de los que sólo lees el titulo. Nadie osa mostrarse conforme conmigo, claro está; además, me he equivocado antes varias veces. Pero ahora creo estar en lo cierto.
– ¿Por qué suponen los otros que te equivocas?
— Eso es lo peor. Es una cuestión de interpretación. La hiperasistencia según el modelo rotoriano, cuyas técnicas han sido aceptadas y comprendidas en general por los Establecimientos, depende de este hecho: el producto de la relación entre velocidad de la nave y velocidad de la luz multiplicada por el tiempo es una constante donde la relación entre velocidad de la nave y velocidad de la luz es mayor que uno.
– ¿Qué significa eso?
— Significa que, cuando vas más aprisa que la luz, cuanto más aceleres, más breve será el tiempo en que puedas mantener tal velocidad y más largo el tiempo en que debas ir más despacio que la luz antes de recibir un nuevo impulso. En definitiva, resulta que tu velocidad promedio al recorrer una determinada distancia no es mayor que la velocidad de la luz.
– ¿Y qué más?
— Así parece como si interviniera el principio de la incertidumbre y, según sabemos todos, no se debe tontear con el principio de la incertidumbre. Si interviniera el principio de la incertidumbre, el auténtico vuelo hiperespacial sería teóricamente imposible, y casi todos los físicos se han venido abajo en esa parte del argumento mientras que el resto ha seguido perorando. Sin embargo, mi opinión es que lo que interviene ahí «parece» ser el principio de incertidumbre pero no lo es, y que por consiguiente, el auténtico viaje hiperespacial no ha quedado anulado.
– ¿No se puede dar solución al asunto?
— Probablemente no — dijo la Wendel sacudiendo la cabeza —. Los Establecimientos no se hallan interesados ni mucho menos en deambular por ahí con mera hiperasistencia. Nadie está dispuesto a repetir el experimento rotoriano y viajar durante años hasta encontrar la muerte. Por otra parte, no existe tampoco ningún Establecimiento que quiera invertir cantidades increíbles de dinero, recursos y esfuerzos para perfilar una técnica que, según la gran mayoría de expertos en ese terreno, es teóricamente imposible.
Fisher se inclinó hacia delante.
– ¿Y no te molesta eso?
— Claro que me molesta. Soy física y me gustaría probar que mi opinión sobre el Universo es la correcta. Sin embargo, he de aceptar los límites de lo posible. Requerirá sumas enormes, y los Establecimientos no me darán nada.
— Pero, Tessa, aunque los Establecimientos no estén interesados, la Tierra sí lo está, y por cualquier cantidad.
– ¿De verdad? — Tessa sonrió, al parecer divertida, y alargando la mano, acarició con lentitud y sensualidad el pelo de Fisher —. Pienso que algún día podríamos ir a la Tierra.
Fisher le cogió la muñeca y le apartó la mano de su cabeza.
– ¿Me has dicho la verdad acerca de tu criterio sobre el vuelo hiperespacial?
— Por completo.
— Entonces la Tierra te necesita.
– ¿Por qué?
— Porque la Tierra quiere el vuelo hiperespacial y tú eres la única física importante que lo cree factible.
— Si sabes eso, Crile, ¿a qué viene el interrogatorio?
— No lo he sabido hasta que me lo has dicho. La única información que se me ha facilitado acerca de ti es que eres la física más genial entre los que viven hoy día.
– ¡Oh, lo soy, lo soy! — exclamó burlona la Wendel —. Y se te envió aquí para reclutarme.
— Se me envió para persuadirte.
– ¿Persuadirme para hacer qué? ¿Para ir a la Tierra? Un lugar superabarrotado, sucio, empobrecido, arrasado por una atmósfera incontrolable. ¡Qué idea tan tentadora!
— Escúchame, Tessa. La Tierra no está hecha de una pieza. Puede ser que tenga todos esos defectos, pero hay partes muy hermosas y pacíficas que son todo cuanto verías. No sabes, realmente, cómo es la Tierra. No has estado nunca allí, ¿verdad?
— Jamás. Soy adeliana, nacida y educada aquí. He estado en otros Establecimientos; pero nunca allí. Gracias.
, — Entonces no puedes saber cómo es la Tierra. No puedes saber que es un mundo inmenso. Un mundo real. Aquí vives enclaustrada en una caja de juguete, una superficie de varios kilómetros cuadrados con un puñado de personas. Vives en una miniatura que has usado hasta el agotamiento y que no puede ofrecerte nada más. En cambio, la Tierra tiene una superficie de más de seiscientos mil kilómetros cuadrados. Cuenta con ocho billones de seres humanos. Tiene una variedad infinita, gran parte de ella muy mala, pero otra es muy buena.