— Así es. ¿Cómo sigue tu hija?
— De ella vengo a hablar. ¿Estamos escudados?
Pitt enarcó las cejas.
— ¿Escudados? ¿Qué hay que escudar y de quién?
Sus propias preguntas le hicieron recordar la extraña posición en que se encontraba Rotor. Solo en el Universo para todo propósito práctico. El Sistema Solar distaba más de dos años luz, y tal vez no existiera ningún otro mundo portador de inteligencia en un radio de centenares de años luz o, según todo lo que se sabía, millones de años luz.
Quizá los rotorianos tuvieran accesos de soledad e incertidumbre, pero se veían libres de todo temor acerca de una interferencia exterior. Bueno, pensó Pitt, de casi todo temor.
— Sabes bien lo que se necesita escudar — dijo Insigna-. Fuiste tú quien insistió siempre en el secreto.
Pitt activó el escudo y dijo:
— ¿Es preciso que volvamos a eso? Por favor, Eugenia, todo quedó acordado. Lo convinimos cuando partimos hace catorce años. Sé que cavilas acerca de ello de cuando en cuando…
— ¿Cavilo acerca de ello? ¿Y por qué no? Es mi estrella — alzó un brazo como si apuntara hacia Némesis-. Es mi responsabilidad.
Pitt apretó las mandíbulas y pensó: ¿Tendremos que pasar por esto otra vez?
— Estamos escudados — dijo-. Explícame ahora lo que te inquieta.
— Marlene. Mi hija. Por una razón o por otra, ella lo sabe.
— ¿Qué sabe?
— Lo de Némesis y el Sistema Solar.
— ¿Cómo puede saberlo ella… a menos que se lo hayas contado?
Insigna abrió los brazos en actitud defensiva.
— No le he dicho nada, por supuesto; pero no necesito hacerlo. No sé cómo se las arregla, pero Marlene parece oír y ver todo. Y con las pequeñeces que oye y ve, forja sus ideas. Ha tenido siempre la facultad de hacerlo, pero este último año ha sido mucho peor.
— Bueno; en definitiva, ella hace conjeturas y a veces tiene atisbos atinados. Dile que se equivoca y verás cómo no vuelve a hablar de ello.
— Pero se lo ha contado ya a un joven, el cual vino a decírmelo. Aurinel Pampas. Un amigo de la familia.
— ¡Ah, sí! Por alguna razón me he fijado en o él. Pues no tienes más que aconsejarle que no escuche fantasías inventadas por una niña pequeña.
— No es una niña pequeña. Tiene ya quince años.
— Para él es una niña pequeña, te lo aseguro. Te he dicho que estoy al tanto de ese joven. Según mi impresión, el muchacho progresa de forma acelerada hacia la edad adulta, y recuerdo que, cuando yo tenía sus años, las chicas quinceañeras, sobre todo si eran…
— Te comprendo — dijo con amargura Insigna-. Sobre todo si eran bajas, rollizas y vulgares. ¿Acaso importa que ella sea también inteligentísima?
— Para ti y para mí… sin duda. Pero no para Aurinel. Hablaré con el chico. Tú ten una conversación con Marlene. Dile que su idea es ridícula, que no tiene nada de cierta, y que no conviene propalar por ahí cuentos de hadas.
— Pero ¿qué pasará si resulta ser cierto?
— Ésa no es la cuestión. Mira, Eugenia, tú y yo hemos ocultado durante años esa posibilidad, y es mejor que continuemos ocultándola.
Si se corre la voz, todo serán exageraciones y habrá sentimientos desorbitados acerca del asunto, sentimientos inútiles, lo cual sólo servirá para distraernos de un trabajo que ha requerido todo nuestro tiempo desde que abandonamos el Sistema Solar y que quizá continúe requiriéndolo durante generaciones por venir.
Ella lo miró… consternada, incrédula.
— ¿Es que no sientes nada de verdad por el Sistema Solar, por la Tierra. El mundo que fue origen de la Humanidad?
— Sí, Eugenia, tengo todo tipo de sentimientos al respecto. Pero son viscerales y no puedo permitirles que me desequilibren. Abandonamos el Sistema Solar porque pensamos que iba siendo hora de que la Humanidad se diseminara. Otros nos seguirán, estoy seguro: tal vez ya nos hayan seguido. Hemos hecho de la Humanidad un fenómeno galáctico y no debemos seguir pensando en función de un único sistema planetario. Nuestro trabajo está aquí.
Durante un momento, ambos se miraron fijamente; luego, Eugenia dijo con cierto tono de desesperanza:
— Me has hecho callar una vez más. ¡Me estas haciendo callar desde hace tantos años…!
— Sí, pero el año próximo tendré que hacerlo otra vez, y al siguiente. Tú no quieres resignarte, Eugenia, y me cansas. Con la primera vez debiera haber bastado.
Se volvió de nuevo a su computadora.
II. NÉMESIS
La primera vez que él la hizo callar había tenido lugar dieciséis años antes, el 2220, aquel año emocionante en el que se abrieron para ellos las posibilidades de la Galaxia.
Por entonces, el pelo de Janus Pitt tenía un color castaño oscuro y él no era todavía comisario del Rotor, aunque todo el mundo lo veía ya como el hombre del futuro. En esa época, Pitt dirigía el Departamento de Exploración y Comercio. Por otra parte, la Sonda Lejana estaba bajo su responsabilidad y era, en gran medida, el resultado de sus acciones.
Significaba la primera tentativa para proyectar materia a través del espacio mediante un propulsor con hiperasistencia. Que se supiera, sólo el Rotor había desarrollado le hiperasistencia, y Pitt había sido el defensor más acérrimo del secreto.
El mismo había dicho en una asamblea del Consejo:
— El Sistema Solar está abarrotado. Cada vez son más los Establecimientos espaciales para los que no resulta fácil encontrar un lugar. Incluso el cinturón de asteroides es sólo una mejora pasajera. Muy pronto se hallara atestado hasta la incomodidad. Y, lo que es más, cada Establecimiento tiene su equilibrio ecológico propio, y a este respecto estamos divergiendo bastante. Se estrangula el comercio por temor de captar los vestigios de parásitos o elementos patógenos de algún otro. La única solución, compañeros concejales, es abandonar el Sistema Solar… sin fanfarria, sin anuncios. Marchémonos y busquemos un nuevo hogar donde podamos constituir un mundo nuevo con nuestra propia Humanidad, nuestra propia sociedad, nuestro propio modo de vida. No es posible hacerlo sin la hiperasistencia… Lo que poseemos. A su debido tiempo, otros Establecimientos aprenderán esa técnica e iniciarán también la marcha. El Sistema Solar será como un diente de león despepitado, y sus diversos componentes se disgregarán por el espacio. Pero si nosotros nos vamos primero, encontraremos un mundo, quizás, antes de que nos imiten otros. Podremos establecemos con solidez, de modo que cuando los demás nos sigan y quizás encuentren nuestro nuevo mundo, tengamos la fuerza suficiente para enviarlos a otra parte. La Galaxia es inconmensurable y debe de haber sin duda otros lugares.
Se hicieron objeciones, claro está, y algunas feroces. Hubo quienes arguyeron por temor… Les daba miedo abandonar lo familiar. También los hubo que se resistían por sentimiento… Un fuerte sentimiento hacia el planeta natal. Y no faltaron los que se resistían por idealismo… Por el deseo de divulgar esos conocimientos para que otros pudieran también marchar.
Pitt había tenido pocas esperanzas de hacer prevalecer su criterio.
Y si lo consiguió fue porque Eugenia le habla facilitado el argumento decisivo. El hecho de que la doctora Insigna acudiera primero a él, había sido un golpe increíble de La fortuna.
Por aquel entonces, ella era muy joven, sólo veintiséis años, estaba casada, pero no embarazada. La mujer mostraba excitación, agitación, e iba cargada con hojas de computadora.
Pitt recordaba haber fruncido el ceño ante su intrusión. Él era secretario del Departamento y ella… Bueno, ella era un don nadie, si bien, tal como iban a evolucionar los acontecimientos, aquél sería el último instante en que ella fuese un don nadie.