Выбрать главу

— A mí no me asusta, Marlene, porque he renunciado a la defensa, ¿comprendes? Me he convencido de que estoy hecho de cristal en lo que se refiere a ti. En verdad, resulta tranquilizador. Mentir es un trabajo complicado cuando te detienes a pensar en ello. Si la gente fuera verdaderamente perezosa, nunca mentiría.

Marlene sonrió otra vez.

– ¿Es ésa la razón por la que te gusto? ¿Porque te hago posible ser perezoso?

– ¿No puedes entreverlo tú?

— No. Yo puedo entrever que te gusto, pero no puedo entrever por qué te gusto. Tu forma de comportarte me demuestra que te gusto; pero el motivo está oculto dentro de tu mente, y todo cuanto me es posible detectar algunas veces son sentimientos vagos. No llego hasta ahí — reflexionó unos instantes.

— A veces deseo poder hacerlo.

— Me alegro de que no puedas. Las mentes son lugares sucios, malsanos, incómodos.

– ¿Por qué dices eso, tío Siever?

— Experiencia. No tengo tu habilidad natural pero he tratado con la gente mucho más tiempo que tú. ¿Te gustan las interioridades de tu mente, Marlene?

La muchacha pareció sorprendida.

— No lo sé. ¿Por qué no habrían de gustarme?

– ¿Te gusta todo cuanto piensas? ¿Todo cuanto imaginas? ¿Todo impulso que te mueve? Ahora sé sincera. Aunque yo no pueda interpretar tus reacciones, sé sincera.

— Bueno, a veces pienso en hacer cosas que no querría hacer de verdad. Pero no a menudo, esto es cierto.

– ¿No a menudo? No olvides que estás acostumbrada a tu propia mente. Apenas la sientes. Es como la ropa que llevas puesta. No percibes su roce porque estás habituada a él. Tu pelo se te eriza por la nuca, pero tú no lo adviertes. Si alguien te tocara el pelo de la nuca, te daría un repeluzno y no lo soportarías. En la mente de cualquier otra persona podría haber pensamientos que no serían peores que los tuyos; pero al tratarse de los pensamientos de otro, no te gustarían. Por ejemplo, a ti podría no gustarte que me gustaras… si supieses por qué me gustas. Es mucho mejor y más plácido aceptar mi inclinación como algo que existe, y no hurgar mi mente en busca de motivos.

A lo que Marlene replicó sin poder evitarlo:

– ¿Por qué? ¿Cuáles son los motivos?

— Bueno, me gustas porque una vez yo fui tú.

– ¿Qué quieres decir?

— No quiero decir que fui una jovencita con hermosos ojos y el don de la percepción. Quiero decir que fui joven y pensé que era vulgar y que mi vulgaridad no gustaba a nadie. Y supe que era inteligente y no pude entender por qué tampoco gustaba a nadie mi inteligencia. Consideraba injusto que se me despreciara por una mala cualidad y no se me estimara por mi cualidad buena.

«Me sentí dolido y furioso, Marlene, y resolví no tratar jamás a otros como la gente me trataba a mí; pero no he tenido muchas oportunidades para poner en práctica esa buena resolución. Entonces te conocí y viniste cerca, No eres ni mucho menos tan vulgar como era yo, y sí mucho más inteligente que yo fui jamás; pero no me importa que me superes — le dirigió una amplia sonrisa —. Es como darme a mí mismo una segunda oportunidad… con ventajas. Pero, vamos, no creo que hayas venido para hablarme de eso. Tal vez no sea perceptivo a tu manera, pero eso sí puedo verlo.

— Bueno… se trata de mi madre.

– ¡Ah! — Genarr frunció el entrecejo expresando un interés súbito, evidente y casi doloroso —. ¿Qué hay de ella?

— Está a punto de terminar aquí su proyecto, ya sabes. Si regresa a Rotor querrá que le acompañe. ¿Debo hacerlo?

— Eso me parece. ¿Es que no quieres?

— No, no quiero, tío Siever. Creo importante que yo permanezca aquí. Por tanto, me gustaría que dijeses al comisario Pitt que te agradaría tenernos aquí. Puedes inventarte cualquier excusa que sea admisible. Y el comisario se alegrará de permitirnos permanecer, estoy segura, especialmente si le explicas que madre ha descubierto que Némesis destruirá la Tierra.

– ¿Te lo ha dicho ella, Marlene?

— No, no lo hizo; pero no necesitó hacerlo. Puedes indicarle al comisario que, probablemente, madre le importunará de forma continua con su insistencia de que avise al Sistema Solar.

– ¿No se te ha ocurrido que Pitt podría sentirse inclinado a no hacerme caso? Si se figura que quiero conservaros a Eugenia y a ti aquí, en la Cúpula de Erythro, es capaz de haceros regresar a Rotor sólo para fastidiarme.

Marlene respondió sin alterarse:

— Estoy segura de que el comisario preferirá mucho más complacerse a sí mismo teniéndonos aquí, que desagradarte a ti haciéndonos regresar. Además, tú quieres a madre aquí porque… le tienes afecto.

— Sí, mucho. Me parece que durante toda mi vida. Pero tu madre no me tiene afecto a mí. Tú me dijiste, hace ya algún tiempo, que tu padre ocupa todavía todos sus pensamientos.

— Cada día le gustas más, tío Siever. Le gustas muchísimo.

— Gustar no es amar, Marlene. Estoy seguro de que ya lo has descubierto.

Marlene enrojeció.

— Estoy hablando de personas viejas.

— Como yo.

Genarr echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Luego, dijo:

— Lo siento, Marlene. Es sólo que las personas viejas creen que los jóvenes no saben nada del amor; y las jóvenes creen que las viejas se han olvidado del amor. ¿Y sabes una cosa? Ambas están equivocadas. ¿Por qué crees que es tan importante permanecer en la Cúpula de Erythro, Marlene? ¿No será porque te gusto?

— Claro que me gustas — dijo muy seria Marlene —. Y mucho. Pero quiero quedarme aquí porque me agrada Erythro.

— Ya te he explicado que éste es un mundo peligroso.

— No para mí.

– ¿Tienes todavía la certeza de que la plaga no te afectará?

— Claro que no.

– ¿Pero cómo puedes saberlo?

— Lo sé, eso es todo. Lo he sabido siempre, incluso cuando estaba en Rotor. No he tenido ningún motivo para pensar lo contrario.

— No, no lo tuviste. Pero ¿y después de que te contáramos lo de la plaga?

— Eso no cambió las cosas. Me siento completamente segura aquí.

Incluso más que en Rotor.

Genarr movió despacio la cabeza.

— Debo reconocer que no lo entiendo — escrutó el solemne rostro, los ojos oscuros, casi ocultos por las magnificas pestañas —. Sin embargo, permíteme leer tu lenguaje del cuerpo, Marlene… si me es posible. Tú quieres salirte con la tuya a cualquier precio, es decir, permanecer en Erythro.

— Eso es — respondió sin ambages Marlene —. Y espero que me ayudes.

41

Eugenia Insigna ardió por dentro de cólera. Su voz no fue desmedida pero sí intensa.

– Él no puede hacer esto, Siever.

— Sí que puede, Eugenia — respondió Genarr —. Es el comisario.

— Pero no un gobernante absolutista. Tengo mis derechos de ciudadana, y uno de ellos es la libertad de movimiento

— Si el comisario desea decretar un estado de urgencia, sea con carácter general o individual, los derechos de los ciudadanos quedarán abolidos. Ésa es más o menos la esencia de lo que dice la Ley de Instauración del 24.

— Pero es una burla de todas nuestras leyes y tradiciones, que datan del establecimiento de Rotor.

— Conforme.

— Y si organizo un escándalo por esto, Pitt se encontrará…

— Por favor, Eugenia. Escúchame. Déjalo estar. De momento ¿por qué Marlene y tú no os quedáis aquí, sencillamente? Sabes que se os acoge con sumo gusto.

– ¿Qué está diciendo? Eso equivale al encarcelamiento sin acusación, ni procesamiento ni juicio. Nos vemos obligadas a permanecer por tiempo indefinido en Erythro a causa de un ucase arbitrario…