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— Hazlo sin objetar, por favor. Será preferible.

– ¿Por que preferible? — Eugenia habló con infinito desprecia

— Porque Marlene, tu hija, se halla muy interesada en que lo hagas así.

Eugenia pareció perpleja.

– ¿Marlene?

— La semana pasada vino a mí llena de sugerencias para que yo embaucara al comisario y le indujera a ordenar que vosotras dos permanezcáis aquí, en Erythro.

Insigna medio se levantó de su asiento con enorme irritación.

– ¿Y le seguiste la corriente?

Genarr negó enérgico con la cabeza.

— No. Ahora escúchame. Todo cuanto hice fue notificar a Pitt que tu trabajo aquí ha terminado y que yo no sabía a ciencia cierta si él tenía el propósito de hacerte volver a Rotor con Marlene o dejarte aquí. Fue un comunicado absolutamente neutral, Eugenia. Se lo enseñé a Marlene antes de expedirlo y ella quedó satisfecha. Dijo, y cito, «si le das a elegir, él optará por dejarnos aquí». Y, al parecer, así lo ha hecho.

Insigna se echó hacia atrás.

— Vamos a ver, Siever, ¿es que sigues de verdad los consejos de una chica de quince años?

— Yo no veo a Marlene tan sólo como una chica de quince años. Pero dime, ¿por qué te interesa tanto regresar a Rotor?

— Mi trabajo…

— No hay ninguno. No habrá trabajo ninguno si Pitt no te quiere allí. Aun suponiendo que él te permita regresar, te encontrarás con que alguien te ha remplazado. Por otra parte, aquí tendrás instrumentos que puedes usar… que has usado. Después de todo, viniste aquí para hacer lo que no podía hacerse en Rotor.

– ¡Mi trabajo no importa! — gritó Insigna con demoledora inconsistencia —. ¿No ves que quiero volver por la misma razón que él desea dejarme aquí? Busca la destrucción de Marlene. Si yo hubiese sabido lo de la plaga de Erythro antes de partir, no habríamos venido jamás. No quiero arriesgar la mente de Marlene.

— Su mente es lo último que yo quisiera arriesgar — declaró Genarr —. Antes me arriesgaría yo mismo.

— Pero si nos quedamos aquí, correrá peligro.

— Marlene no lo cree así.

— ¡Marlene! ¡Marlene! Pareces creerla una diosa. ¿Qué sabe ella?

— Escúchame, Eugenia. Tratémoslo de una forma racional. Si me pareciera de verdad que Marlene estuviese en peligro, os haría volver a Rotor de la manera que fuese; pero primero escúchame. No hay ninguna megalomanía en Marlene ¿verdad?

Insigna empezó a temblar. Su apasionamiento no remitió.

— No sé qué quieres decir.

– ¿Acaso tiende ella a presentar grandiosas reivindicaciones fantásticas, que sean ridículas a todas luces?

— Claro que no. Ella es muy razonable… ¿Por qué haces esas preguntas? Sabes que ella no presenta reivindicaciones que…

— Que no sean justificadas. Lo sé. Ella no ha alardeado nunca de su facultad perceptiva. Las circunstancias se la impusieron más o menos.

— Sí. ¿Pero cuál es la finalidad de todo esto?

Genarr continuó impertérrito:

– ¿Se ha jactado alguna vez de poseer extraños poderes intuitivos? ¿Se ha expresado en alguna ocasión como si estuviera segura de que algo muy particular iba a suceder o no iba a suceder por la sencilla razón de que ella estaba segura?

— No, claro que no. Ella se aferra a las pruebas. No hace declaraciones extravagantes sin poderlo probar.

— No obstante, en cierto aspecto, sólo en cierto aspecto ella lo hace. Está segura de que la plaga no puede afectarla. Asevera que experimentó ya esa confianza suprema, esa certidumbre de que Erythro no puede dañarla, ya en Rotor, y que su convicción aumentó cuando llegó a la Cúpula. Ella está decidida, absolutamente decidida, a permanecer aquí.

Insigna abrió mucho los ojos y se llevó una mano a la boca. Dejó escapar un sonido inarticulado y luego dijo:

— En tal caso…

Y se quedó mirándole fijamente.

— Sí — murmuró Genarr alarmado de súbito.

– ¿Es que no lo ves? ¿No es éste el primer el golpe de la plaga? Su personalidad está cambiando. Su mente está resultando afectada.

Genarr quedó petrificado por un instante, pero luego manifestó:

— No, no puede ser. En todos los casos de plaga no se ha detectado nunca nada semejante. Esto no es la plaga.

— Si su mente difiere de todas las demás, resultará afectada de forma diferente.

– ¡No! — exclamó desesperado Genarr —. Me es imposible creerlo. Y no lo creeré. Si Marlene dice que es inmune, creo que es inmune y que su inmunidad nos ayudará a resolver el problema de la plaga.

– ¿Es eso lo que te hace querernos aquí, Siever? ¿Usarla como instrumento contra la plaga?

— No. No os quiero aquí para usarla. Sin embargo, ella quiere quedarse y puede llegar a ser una herramienta tanto si lo deseamos como si no.

– ¿Y sólo porque ella quiere quedarse estás dispuesto a permitírselo? ¿Sólo porque ella quiere quedarse por algún deseo perverso que no puede explicar y en el que ni tú ni yo vemos razón o lógica? ¿Crees en serio que señale debe permitir quedarse aquí por el simple hecho de que lo desea? ¿Cómo te atreves a decirme eso?

Haciendo un esfuerzo Genarr contestó:

— A decir verdad, yo mismo me siento tentado en esa dirección.

— Para ti es fácil sentirse tentado. Ella no es tu hija. Es la mía. Y es lo único…

— Lo sé — concluyó él —. Es lo único que te queda de… Crile. No me mires así. Sé que no te has sobrepuesto nunca a tu pérdida. Comprendo cómo te sientes.

Pronunció con ternura las últimas palabras, y pareció querer acariciar la cabeza abatida de Insigna.

— De todas formas, Eugenia, si Marlene desea de verdad explorar Erythro, creo que nada podrá detenerla en definitiva. Y ella está absolutamente convencida de que la plaga no afectará a su cerebro; quizás esa actitud mental lo impida. La agresiva salud y confianza de Marlene pueden ser su mecanismo de inmunidad mental.

Insigna respingó, sus ojos brillaron enfebrecidos.

— Estás diciendo disparates y no tienes derecho a ceder ante ese súbito arrebato de romanticismo en una niña. Ella es una extraña para ti. Tú no la quieres.

— No es una extraña para nada y si la quiero. Lo que es más importante, la admiro. El amor no me daría esa confianza profunda que tolera el riesgo; pero la admiración sí. Reflexiona sobre ello.

Ambos permanecieron sentados mirándose de hito en hito.

XX. PRUEBA

42

Con su tenacidad habitual, Kattimoro Tanayama sobrevivió al año que se le había asignado, y siguió viviendo durante una buena parte del siguiente, antes de que la batalla terminara. Cuando le llegó la hora, abandonó el campo de batalla sin una palabra ni un signo, de modo que los instrumentos registraron la muerte antes de que ningún espectador pudiera verla venir.

El hecho causó poco revuelo en la Tierra y ninguno en los Establecimientos, pues el Viejo había realizado siempre su trabajo a escondidas del público, lo cual le hizo aún más fuerte. Los que trataban con él fueron quienes conocieron su poder, y aquellos que más dependían de su fortaleza y su política fueron quienes sintieron más alivio al verle marchar.

La noticia llegó enseguida a Tessa Wendel por medio del canal especial establecido entre su cuartel general y la Ciudad del Mundo. Por diversas razones, el hecho de que fuese noticia esperada durante meses no amortiguó el trauma.