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¿Qué ocurriría ahora? ¿Quién sucedería a Tanayama y cuáles serían los consecuentes cambios? Ella había estado largo tiempo haciendo conjeturas sobre esa cuestión; pero hasta ese momento el asunto no pareció tener verdadero significado. Evidentemente y a pesar de todo, la Wendel (y quizá cuantos estaban comprometidos) no había esperado de verdad la muerte del Viejo.

Ella buscó consuelo en Crile Fisher. Era lo bastante realista para saber que no era su cuerpo, claramente de mediana edad (dentro de dos meses alcanzaría la increíble cincuentena) lo que retenía a Fisher, el cual tenía ahora cuarenta y tres años. El esplendor de la juventud había menguado también algo en su caso, pero esto no se evidenciaba tanto en un hombre. Como quiera que fuese, él quedó retenido y la Wendel pudo hacerse todavía ilusiones de que era ella quien le retenía en la teoría y en la práctica, sobre todo cuando se daban esas ocasiones en que lo retenía de verdad.

— Bueno. ¿Y ahora qué? — planteó a Fisher.

— No representa sorpresa alguna, Tessa — respondió Fisher —. Debería haber ocurrido mucho antes.

— De acuerdo; pero es ahora cuando ha sucedido. Su determinación ciega fue lo que mantuvo en marcha este proyecto. Ahora estás preocupada. Pero no creo que tengas motivo para ello. El proyecto seguirá adelante. Una cosa de esta magnitud adquiere vida propia y no es posible detenerlo.

– ¿Te has detenido a calcular cuánto cuesta esto, Crile? Habrá un nuevo director de la Junta Terrestre de Indagación, y el Congreso Global elegirá sin duda a alguien a quien pueda controlar. No habrá un nuevo Tanayama ante cuya presencia se acobarden… Al menos en un futuro previsible. Luego, echarán un vistazo a su presupuesto, y como no lo cubrirá la mano nudosa de Tanayama, verán que hay metros en tinta roja y querrán recortarlo.

– ¿Como pueden hacerlo? Ellos han gastado ya mucho. ¿Van a cortarlo sin poder presentar resultado alguno? Eso sería un verdadero error.

— Pueden echarle la culpa a Tanayama. Dirán que era un loco, un ególatra impulsado por su obsesión. Lo cual será cierto en considerable medida, como nosotros dos sabemos. Y ahora ellos, que no son responsables de nada, harán que la Tierra recobre la cordura y abandone algo que el planeta no puede permitirse.

Fisher sonrió.

— Tessa, amor mío, tu agudeza para penetrar el pensamiento político es, probablemente, inferior a tu genio excepcional de hiperespacialista. El director de la Oficina es, en teoría y para el público, un funcionario con poderes limitados que, presuntamente, se halla bajo el control absoluto del Presidente General y del Congreso Global. Estos funcionarios, supuestamente poderosos y designados por elección, no pueden entrever que Tanayama los gobernaba a todos y los acobardaba hasta el punto de hacerles temer que el corazón les latiera sin su permiso. Si lo hicieran, revelarían que son unos cobardes, unos pusilánimes incapaces, y se arriesgarían a perder sus cargos en la siguiente elección. Ellos tendrán que continuar el proyecto. Sólo harán cortes cosméticos.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro? — masculló la Wendel.

— Porque me he pasado la vida observando a la burocracia y tengo larga experiencia, Tessa. Además, detenernos sería como invitar a todos los Establecimientos a que se nos adelanten…, para profundizar en el espacio y dejarnos atrás como lo hizo Rotor.

– ¡Ah! ¿Y cómo harán eso?

— Considerando tu conocimiento de la hiperasistencia ¿no crees inevitable su avance hacia el vuelo superlumínico?

La Wendel miró sardónica a Fisher.

— Crile, cariño, tu agudeza para penetrar lo hiperespacial es, probablemente, pareja a tu habilidad inigualable para engatusar con secretos. ¿Es eso lo que opinas de mi trabajo? ¿Que es una consecuencia inevitable de la hiperasistencia? ¿No has captado el hecho de que la hiperasistencia es una consecuencia natural del relativismo? No permite todavía viajar más aprisa que la velocidad de la luz. Moverse a velocidades superlumínicas requiere un auténtico salto en el pensamiento y la práctica. No llega de una forma natural, y así se lo he explicado a diversas personas del Gobierno, los cuales se han quejado de la lentitud y del gasto, y he tenido que exponerles las dificultades. Ellas lo recuerdan ahora, y no les importaría nada detenernos en este momento. No puedo azuzarles diciéndoles de repente que alguien podría ganamos la carrera.

Fisher movió la cabeza.

— Desde luego puedes decirles eso, y además ellas te creerían porque sería la verdad. Se nos podría superar con mucha facilidad.

– ¿No has escuchado lo que te he dicho?

— Lo he escuchado, pero te dejaste algo. Tolera un poco de sentido común, sobre todo en alguien a quien acabas de llamar hábil engatusador.

– ¿De qué estás hablando, Crile?

— Ese enorme salto desde las hiperasistencia al vuelo superlumínico es sólo un salto enorme si uno comienza por el principio como hiciste tú. Sin embargo, los Establecimientos no están comenzando por el principio. ¿Crees de verdad que ellos no saben nada sobre nuestro proyecto, sobre la Hiperciudad? ¿Crees que yo, y mis colegas terrestres, somos los únicos engatusadores con secretos en el Sistema Solar? Los colonizadores tienen sus engatusadores, los cuales trabajan tanto como nosotros y con la misma eficacia. Por lo pronto, ellos saben que estás en la Tierra casi desde tu llegada a ella.

– ¿Y qué si lo saben?

— Sólo esto. ¿Crees que ellos no tienen computadoras que les dirán que has escrito y publicado documentos en este campo? ¿Y crees que no tienen acceso a tales documentos? ¿Imaginas que no los han leído con sumo detenimiento y que no han descubierto que, a tu parecer, las velocidades superlumínicas son teóricamente posibles?

La Wendel se mordió el labio y dijo:

— Suena..

— Sí, reflexiona sobre ello. Cuando escribiste tus pensamientos acerca de la velocidad superlumínica, estuviste haciendo conjeturas. Virtualmente representa una minoría de uno al creerlo posible. Nadie lo tomó en serio. Pero ahora vienes a la Tierra y te quedas aquí. Te pierdes de vista de repente y no vuelves a Adelia. Tal vez ellos no conozcan todos los detalles de lo que estás haciendo, pues la seguridad establecida para este proyecto es tan rigurosa como lo ha permitido la paranoia de Tanayama. No obstante, el mero hecho de que hayas desaparecido es sugerente, y no puede haber ninguna duda, a la luz de tus publicaciones, sobre la naturaleza de tu trabajo.

— Algo como la Hiperciudad no puede ser un secreto absoluto. Las increíbles sumas de dinero invertidas dejan un rastro perceptible. Así que cada Establecimiento está rebuscando escurriduras y residuos que puede convertirse muy bien en fracciones de conocimiento. Y cada fracción le procura indicios que le permitirá progresar mucho más aprisa que tú. Diles todo eso, Tessa, si surgiera la cuestión de poner fin al proyecto. Nos superarán en la carrera si dejamos de correr. Ese pensamiento hará que la nueva gente se mantenga tan entusiasmada con el asunto como Tanayama, si no más, pues tiene el mérito de ser la verdad.

La Wendel guardó silencio durante largo rato mientras Fisher la observaba atento.

— Tienes razón, mi querido engatusador — dijo ella al fin —. Cometí el error de conceptuarte, de forma irreflexiva, más como amante que como consejero.

– ¿Por qué han de excluirse mutuamente ambos conceptos? — inquirió Fisher.

— Pero yo sé muy bien — continuó la Wendel — que tú tienes tus motivos particulares.

— Aunque sea verdad, ¿qué importa eso mientras corran paralelos a los tuyos?

43

Una delegación de congresistas llegó a su debido tiempo junto con Igor Koropatsky, el nuevo director de la Junta Terrestre de Indagación, el cual había ocupado durante años cargos subalternos en la Oficina, de modo que no resultaba un completo desconocido para Tessa Wendel.