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De resultas, cualquiera podía pilotar las burdas aeronaves de la Cúpula. Sencillamente, uno decía al avión lo que quería que hiciera y así se hacía. Si el mensaje era confuso o parecía peligroso al cerebro automatizado de la aeronave, éste pedía esclarecimiento.

Genarr observó cómo Marlene se encaramaba a la cabina del avión con cierta inquietud natural aunque no el terror manifiesto de Eugenia Insigna, quien contemplaba la escena desde una distancia respetable.

— No te acerques más — le había ordenado él con mucha seriedad —. Sobre todo si vas a dar la impresión de que estás presenciando el comienzo de una calamidad insoslayable. Asustarás a la chica.

A Insigna le pareció que había buenas razones para sentir pavor. Marlene era demasiado joven y no podía recordar un mundo donde los viajes aéreos eran moneda corriente. Ella había subido con bastante tranquilidad a un cohete para venir a Erythro; pero… ¿cómo reaccionaría ante este viaje inaudito a través del aire?

No obstante, Marlene se encaramó a la cabina y ocupó su asiento con una expresión de serenidad absoluta.

¿Sería posible que no hubiese captado la situación?

— Marlene querida — dijo Genarr —, tú sabes muy bien lo que vamos a hacer, ¿verdad?

— Sí, tío Siever. Vas a enseñarme Erythro.

— Desde el aire, ya sabes. Volaremos a través del aire.

— Sí, ya lo dijiste.

– ¿Te inquieta esa idea?

— No, tío Siever, pero a ti si parece inquietarte, y mucho.

— Sólo por ti, querida.

— Me encuentro perfectamente.

La joven volvió su rostro impávido hacia Genarr, mientras éste se encaramaba y ocupaba su asiento.

— Puedo comprender que madre se preocupe — dijo la muchacha —, pero tú estás más preocupado que ella. Consigues disimularlo mejor dándote aires de imperturbable; pero si pudieras verte lamiéndote los labios te abochornarías. Piensas que, si sucede algo malo, la culpa será tuya, y no puedes soportar ese pensamiento. Pero de todas formas no va a suceder nada.

– ¿Tan segura estás de eso, Marlene?

— Absolutamente segura. Nada me dañará en Erythro.

— Dijiste lo mismo acerca de la plaga, pero ahora no estamos hablando de eso.

— No importa de lo que estamos hablando. Nada me hará daño en Erythro.

Genarr movió la cabeza incrédulo e inseguro, y al instante deseó no haberlo hecho, pues sabía que ella leía eso con tanta facilidad como si apareciese escrito con grandes letras mayúsculas en la pantalla de la computadora. Después de todo, ¿qué más daba? Si se hubiese reprimido y hubiera actuado como si estuviese hecho de bronce fundido, ella se habría dado cuenta del mismo modo.

Así pues, dijo:

— Entraremos en un compartimiento estanco y permaneceremos ahí un rato para poder comprobar la sensibilidad del cerebro de la aeronave. Luego, atravesaremos otra puerta y entonces el avión se remontará. Habrá un efecto de aceleración y te sentirás oprimida hacia atrás. Al poco, nos moveremos en el aire con nada debajo de nosotros. Espero que me hayas entendido, ¿eh?

— No tengo miedo — dijo Marlene tranquila.

50

La aeronave mantuvo su curso a través de un paisaje yermo de ondulantes colinas.

Genarr sabía que Erythro estaba geológicamente vivo, y sabía también que los estudios que se había hecho de aquel mundo denotaban que había habido períodos de su historia en que fue montañoso. Quedaban todavía montañas acá y acullá en el hemisferio cis-Megan, el hemisferio desde donde el círculo abultado del planeta Megas, alrededor del cual Erythro giraba en su órbita, parecía colgar casi inmóvil del cielo.

Sin embargo aquí, en el hemisferio trans-Megan, las llanuras y las colinas eran los principales rasgos de los grandes continentes.

Para Marlene, que no había visto nunca una montaña, las colinas, incluso las más bajas, fueron impresionantes.

Desde luego, había arroyos en Rotor y, desde la altura en que sobrevolaban Erythro, estos otros ríos no parecían diferentes.

Genarr pensó: Marlene se sorprenderá cuando los vea a corta distancia.

Marlene miró curiosa hacia Némesis, que había pasado su marca del mediodía y declinaba hacia el Oeste.

— Se está moviendo, ¿no es verdad, tío Siever? — preguntó.

— Se está moviendo — dijo Genarr —, o por lo menos Erythro está girando en relación con Némesis; pero gira sólo una vez al día mientras que Rotor lo hace una vez cada dos minutos. En comparación, Némesis, vista desde aquí, desde Erythro, se mueve menos de una setentava parte más aprisa de lo que parece estar moviéndose vista desde Rotor. Desde aquí parece hallarse inmóvil, en comparación; pero esa inmovilidad no es completa.

Luego, echando una ojeada a Némesis, dijo:

— Tú no has visto nunca el Sol de la Tierra, ya sabes, el del Sistema Solar; o, si lo has visto, no lo recuerdas porque eras un bebé a la sazón. El Sol era mucho más pequeño visto desde la posición de Rotor en el Sistema Solar.

– ¿Más pequeño? — exclamó sorprendida Marlene —. La computadora me ha dicho que Némesis era más pequeña.

— En realidad, lo es. Sin embargo, Rotor está mucho más cerca de Némesis que jamás lo estuvo del Sol en los viejos tiempos, de modo que Némesis parece mayor.

— Distamos cuatro millones de kilómetros de Némesis, ¿verdad?

— Sí, pero nosotros estamos a ciento cincuenta millones de kilómetros del Sol. Si distáramos eso de Némesis, obtendríamos menos del uno por ciento de la luz y el calor que recibimos ahora. Si estuviéramos tan cerca del Sol como lo estamos de Némesis, nos vaporizaríamos. El Sol es mucho más grande, brillante y caliente que Némesis.

Marlene no miró a Genarr; pero, al parecer, su tono de voz le resultó suficiente:

— Por tu tono de voz, tío Siever, creo que deseas estar otra vez cerca del Sol.

— Nací allí, así que algunas veces siento añoranza.

— Pero si el Sol es tan caliente y brillante, debe resultar peligroso.

— Nosotros no lo mirábamos. Y tú no deberías mirar a Némesis tanto rato. Desvía la mirada, querida.

No obstante, Genarr echó otra ojeada a Némesis, la cual fluctuaba roja y vasta en el cielo occidental, su diámetro aparente, a cuatro grados de arco, ocho veces más que el del Sol visto desde la antigua posición de Rotor, era un sereno circulo, de luz roja; pero Genarr supo que, en ocasiones, comparativamente raras, se inflamaba y durante unos minutos dejaba ver en aquella cara imperturbable una mancha blanca que hacía daño a la vista. Las moderadas manchas solares, de un rojo oscuro, eran más comunes pero no tan perceptibles.

Murmuró una orden al avión y éste viró lo suficiente para dejar atrás Némesis, fuera del campo visual.

Marlene dirigió una última y pensativa mirada a Némesis; luego volvió la vista hacia el panorama de Erythro que se extendía abajo, y dijo:

— Es curioso cómo te habitúas al color rojizo de todo. Al cabo de un rato no te parece tan rojizo.

Genarr había observado ya eso mismo. Sus ojos captaban diferencias de tinte y sombras de modo que el mundo empezaba a parecer menos monocromático. Los ríos y los pequeños lagos eran menos rojizos y oscuros que el suelo, y el cielo era oscuro. La atmósfera de Erythro dispersaba muy poco la luz encarnada de Némesis.