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Sin embargo, lo más desesperanzador acerca de Erythro era la aridez de la tierra. Rotor, aunque en muy pequeña escala, tenía campos verdes, grano amarillo, frutos de diversos colores, animales que producían murmullos, todos los colores y sonidos de la morada y las estructuras humanas.

Aquí había sólo silencio e inanimación.

Marlene frunció el entrecejo.

— En Erythro hay vida, tío Siever.

Genarr no pudo saber si Marlene había hecho una aseveración, formulado una pregunta o adivinado su pensamiento mediante el lenguaje del cuerpo. ¿Deseaba saber algo o buscaba confirmación?

— Cierto — respondió —. Muchísima vida. La vida lo impregna todo. No sólo el agua. También hay prokaryotes viviendo en las películas de agua alrededor de las partículas de tierra.

Pasado un rato, el océano hizo su aparición frente a ellos, en el horizonte. Primero como una sencilla línea oscura; luego, una banda que se agrandó a medida que el vehículo aéreo se le aproximaba.

Genarr, con disimulo, miró de reojo a Marlene para estudiar su reacción. Ella había leído cosas sobre los mares de la Tierra, por supuesto, y debía de haber visto imágenes en la holovisión; pero nada de eso podía preparar a nadie para la experiencia real. Genarr, que había estado una vez(¡una vez!) en la Tierra como turista, había visto el borde de un océano. Sin embargo, no había sobrevolado uno jamás sin la presencia de tierra alrededor, y no estaba seguro de sus propias reacciones.

La masa líquida pasó rauda bajo ellos, y ahora la tierra firme fue la que se encogió hasta ser sólo una fina línea y acabar desapareciendo. Genarr miró hacia abajo con una extraña sensación en la boca del estómago. Recordó un verso de un poema épico arcaico: «El mar color vino tinto» Debajo, el océano pareció, ciertamente, una masa ondulante de vino tinto, con reflejos rojizos acá y allá. No hubo puntos de referencia identificables en aquella vasta masa de agua, y ningún lugar donde tomar tierra. La esencia misma de la «localización» se esfumó. No obstante, él sabía que, cuando quisiera regresar, le bastaría dar instrucciones a la nave para que los hiciese volver a tierra firme. La computadora del avión seguía la pista de la posición con un cálculo exacto de la velocidad y la dirección, y sabría dónde estaba la Tierra…, e incluso la Cúpula.

Pasaron por debajo de unas nubes densas, y el océano se tornó negro. A una palabra de Genarr, el aparato se elevó sobre las nubes.

Némesis brilló otra vez y la vista del océano desapareció. En su lugar, hubo un mar de gotas de agua rojizas saltando alrededor, algunos jirones de niebla desfilaron ante la ventanilla.

Luego, las nubes parecieron abrirse y dejaron ver otra vez retazos de mar color vino tinto.

Marlene contempló todo con la boca entreabierta, casi sin aliento. Por fin dijo en un susurro:

— Todo eso es agua, ¿verdad, tío Siever?

— Miles de kilómetros en todas las direcciones, Marlene… y con diez kilómetros de profundidad en algunos lugares.

— Si uno se cae ahí supongo que se ahogará.

— No te inquietes por eso. Este vehículo no caerá en el océano.

— Sé que no — contestó Marlene muy segura de sí misma.

Le podría ofrecer otra vista a Marlene, pensó Genarr.

La chica le interrumpió en su cavilación.

— Te estás poniendo nervioso otra vez, tío Siever.

A Genarr le divirtió la manera en que estaba aprendiendo a dar por supuesta la penetración de Marlene.

— No has visto nunca Megas — dijo —, y me preguntaba si convendría que te lo mostrara. Fíjate, sólo una cara de Erythro mira a Megas, y la Cúpula está construida en la cara de Erythro que no lo mira, de modo que Megas no está nunca en nuestro cielo. Ahora bien, si continuamos volando en esta dirección entraremos en el hemisferio cis-Megas y aparecerá alzándose sobre el horizonte.

— Me gustaría verlo.

— Entonces lo verás; pero prepárate. Es grande. Grande de verdad. Casi dos veces tan ancho como Némesis y parece casi a punto de caer sobre nosotros. Algunas personas no pueden soportar su vista. Sin embargo, no caerá. Porque no puede. Recuérdalo bien.

Siguieron adelante aumentando la altitud y la velocidad. El océano quedó abajo en rugosa uniformidad, oscurecido a ratos por las nubes.

Algún tiempo después, Genarr dijo:

— Si miras al frente y un poco a la derecha, verás que Megas empieza a mostrarse en el horizonte. Nos dirigiremos hacia él.

Al principio, pareció un pequeño parche de luz a lo largo del horizonte, pero fue creciendo despacio hacia arriba, como si se hinchara. Luego, el arco creciente de un círculo muy rojo se elevó sobre el confín. Era bastante más oscuro que Némesis, la cual se veía todavía detrás del aparato, hacia la derecha y algo baja en el cielo.

Cuando Megas aumentó de tamaño, se vio muy pronto que lo que se revelaba no era un círculo completo de luz sino algo más de un semicírculo.

Marlene dijo interesada:

— Eso es lo que se conoce como las «fases» ¿verdad?

— Exacto. Nosotros vemos sólo la parte iluminada por Némesis. Mientras Erythro gira alrededor de Megas, Némesis parece acercársele, y vemos cada vez menos porción de la mitad iluminada del planeta. Luego, cuando Némesis se desliza casi completamente por encima o por debajo de Megas, aparece sólo una fina curva de luz como límite de Megas; eso es todo cuanto vemos de su hemisferio iluminado. Algunas veces, Némesis se coloca realmente detrás de Megas. Entonces, sobreviene el eclipse de Némesis, y todas las estrellas tenues se dejan ver en la noche, no sólo las brillantes que apreciamos aunque Némesis esté presente en el cielo. Durante el eclipse, ves un gran círculo oscuro carente de estrellas, y eso te indica el lugar donde está Megas. Cuando Némesis empieza a reaparecer por el otro lado, comienzas a ver otra vez una fina curva de luz.

– ¡Qué maravilloso es esto! — exclamó Marlene —. Como un espectáculo en el cielo. Y mira Megas…, con todas esas franjas moviéndose.

Las franjas se extendían a través de la porción iluminada del globo, espesas y broncíneas, salpicadas de tonalidades anaranjadas, y retorciéndose muy despacio.

— Son bandas de tormenta — explicó Genarr —. Con velocidades terroríficas que soplan en todas direcciones. Si te fijas bien, verás manchas que se forman y dilatan, se trasladan aprisa y se diluyen hasta desaparecer.

— Es como un espectáculo de holovisión — dijo embelesada Marlene —. ¿Por qué la gente no se pasa el tiempo contemplando esto?

— Los astrónomos lo hacen. Ellos lo observan mediante instrumentos computadorizados localizados en este hemisferio. Yo mismo lo he visto en nuestro Observatorio. Escucha, nosotros teníamos un planeta como éste allá en el Sistema Solar. Se llamaba Júpiter y era incluso mayor que Megas.

Entre tanto, el planeta se había elevado por completo sobre el horizonte, semejante a un balón hinchado que, por alguna causa, se hubiera desinflado a lo largo de su mitad izquierda.

— Es fascinante — dijo Marlene —. Si la Cúpula estuviera construida en esta cara de Erythro, todo el mundo podría verlo y disfrutar.

— La verdad es que no, Marlene. No parece que sea así. Megas desagrada a casi todas las personas. Como te he dicho, muchas tienen la impresión de que se va a caer, y eso las aterroriza.

— Sólo unas pocas tendrán esa sensación estúpida — replicó impaciente Marlene.

— Sólo unas pocas al principio, pero esas sensaciones estúpidas suelen ser contagiosas. El pavor se generaliza, y ciertas personas que no se asustarían si estuviesen solas, se atemorizan bajo la influencia del vecino. ¿Nunca te has dado cuenta de esa particularidad?

— Sí — dijo ella con cierta amargura — Si un chico cree que algo es bonito, todos le secundan. Y empiezan a competir…