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– ¿Para morir? ¿Es ésa su conclusión, director?

— No. Renunciarían a la empresa y volverían a casa. Reconocerían su fracaso y se pondrían a salvo. Sin embargo, no lo han hecho así. ¿Y sabe usted lo que he estado pensando? He estado pensando que ellos han encontrado un planeta habitable en la Estrella Vecina.

— Pero no puede haber ningún planeta habitable alrededor de una estrella enana roja, director. Hay escasez de energía, o bien es tanta la proximidad que el efecto de las mareas resulta excesivo — Fisher hizo una pausa y masculló avergonzado —: Me lo ha explicado la doctora Wendel.

— Sí, también me lo han explicado los astrónomos; pero…

— Koropatsky meneó la cabeza dubitativo — la experiencia me ha enseñado que, por muy seguros que se sientan los científicos, la Naturaleza tiene siempre medios para sorprenderlos. Sea como sea, ¿sabe usted por qué le permitimos ir en este viaje?

— Sí, director. Su predecesor prometió que se me daría autorización para recompensar los servicios prestados.

— Yo tengo una razón mejor. Mi predecesor, que por cierto era un gran hombre, un hombre admirable, fue también al final un hombre enfermo. Sus enemigos pensaron que se había vuelto paranoico. Según él, Rotor había descubierto el peligro que corría la Tierra y se había largado sin advertírnoslo porque quería la destrucción de la Tierra. Por tanto debía ser castigado. Ahora bien, él se ha ido y yo estoy aquí. No soy viejo, ni enfermizo ni paranoico. Suponiendo que Rotor esté a salvo y se halle en la Estrella Vecina, no tengo la menor intención de hacerle daño.

— Lo celebro. ¿Pero eso no es algo que debería discutir usted con la doctora Wendel, director? Ella será quien capitanee la nave.

— La doctora Wendel es una colonizadora. Usted, un terrícola leal.

— La doctora Wendel ha trabajado con lealtad durante años en el proyecto superlumínico.

— El hecho de que sea leal al proyecto está fuera de duda. Pero ¿es leal a la Tierra? ¿Podemos contar con ella para que interprete fielmente las intenciones de la Tierra respecto a Rotor?

– ¿Me permite preguntar, director, cuáles son las intenciones de la Tierra respecto a Rotor? Doy por supuesto que no se tiene ya la intención de castigar al Establecimiento por haberse olvidado de advertirnos.

— Exacto. Lo que queremos ahora es asociación, fraternidad, sólo nos guía el más entrañable de los sentimientos. Una vez establecida la amistad, debe de haber un regreso rápido con toda la informaci6n que sea posible sobre Rotor y su planeta.

— No cabe duda de que si se le dice eso a la doctora Wendel, si se le explica todo con detalle, ella lo llevará a cabo.

Koropatsky rió entre dientes.

— Cabría suponerlo así; pero ya sabe usted cómo son las cosas. Ella es una mujer que no está en el florecer de la juventud. Una mujer hermosa… no le encuentro el menor defecto… pero avanzando ya en la cincuentena.

– ¿Y qué?

(Fisher se creyó ofendido.)

— Ella sabe que cuando regrese con la experiencia vital de un vuelo superlumínico superado, será más valiosa que nunca para nosotros; que se la necesitará para diseñar nuevos vehículos que superen la velocidad de la luz, mejores, más perfectos. Sabe que deberá entrenar a personas jóvenes como pilotos de esas naves. Ella está segura de que, cuando llegue ese momento, no le permitiremos nunca más aventurarse otra vez en el hiperespacio, porque será demasiado valiosa para correr riesgos, sencillamente. Por consiguiente, antes de regresar la doctora caerá en la tentación de continuar explorando. Tal vez desee no renunciar a la emoción de ver nuevas estrellas, penetrar nuevos horizontes. Pero no podemos dejarla correr más riesgos, aparte del que entraña descubrir a Rotor, obtener información y regresar. Tampoco podemos permitirnos la pérdida de tiempo. ¿No lo comprende usted? — Y su voz se endureció.

Fisher tragó saliva.

— Sin duda usted no tiene ninguna razón para…

— Tengo todas las razones del mundo. La doctora Wendel ha ocupado siempre una posición muy delicada aquí… como colonizadora. Espero que lo entienda usted. Entre todas las personas de la Tierra, ella es la única de la que dependemos, y es una colonizadora. Ha sido objeto de un minucioso perfil psicológico. Se la ha estudiado de forma exhaustiva, con su conocimiento y sin él, y tenemos la certeza de que, si se le ofrece la oportunidad, seguirá explorando. Y no tendrá comunicación con nosotros. No sabremos dónde se hallará ni lo que estará haciendo. No sabremos siquiera si está viva.

– ¿Y por que me cuenta todo eso a mí, director?

— Porque sabemos que usted ejerce gran influencia sobre ella. La doctora se dejará guiar por usted… si usted se muestra firme.

— Quizás exagere usted mi influencia, director.

— Estoy seguro de que no es así. También se le ha estudiado mucho a usted, y sabemos muy bien cuánto le estima la buena de la doctora… Quizá más de lo que usted imagine. Asimismo sabemos que usted es un hijo leal de la Tierra. Usted podría haberse marchado con Rotor, haberse quedado con su esposa y con su hija; pero prefirió la Tierra a riesgo de perderlas. Por añadidura, actuó así a sabiendas de que mi predecesor podría considerarle un fracasado por no traer información referente a la hiperasistencia, y de que su carrera podría muy bien venirse abajo. Eso me dice que puedo contar con usted para tener bajo control firme a la doctora Wendel, hacer que vuelva a nosotros lo antes posible y traernos esta vez… esta vez… la información que necesitamos.

— Lo intentaré, director.

— Lo dice con poca convicción — observó Koropatsky —. Por favor, entienda usted la importancia de lo que le estoy pidiendo. Necesitamos saber qué están haciendo ellos, cuánta es su fuerza y cuál el aspecto del planeta. Una vez sepamos todo eso, sabremos lo que debemos hacer, cuánta fuerza nos hace falta y para qué tipo de vida debemos prepararnos. Porque, escuche Fisher, necesitamos un planeta y lo necesitamos ahora. No tenemos más solución que ocupar el planeta de Rotor.

— Suponiendo que exista — dijo con voz ronca Fisher.

— Mejor será que exista — murmuró Koropatsky —. La supervivencia de la Tierra depende de ello.

XXVII. VIDA

59

Siever Genarr abrió despacio los ojos y parpadeó a la luz. Le costó un poco enfocar las imágenes y no pudo percibir con nitidez lo que llenaba su campo visual.

La imagen se perfiló poco a poco, y Genarr reconoció pronto a Ranay D'Aubisson, la neuróloga jefe de la Cúpula.

– ¿Marlene…? — inquirió Genarr con voz débil.

La D'Aubisson pareció sombría.

— Ella se encuentra bien al parecer. Eres tú quien me preocupa ahora mismo.

Una punzada de aprensión estremeció los órganos vitales de Genarr. Intentó mitigarla con su sentido del humor negro y dijo:

— Entonces debo de haber salido más malparado de lo que pensaba si el Ángel de la Plaga está aquí.

Y como la D'Aubisson no respondió nada, Genarr preguntó acuciante:

– ¿Es así?

Ella pareció despertar a la vida. Alta y angulosa, se inclinó sobre él; las finas arrugas que rodeaban sus penetrantes ojos azules se hicieron más profundas cuando le miró entre guiños.

– ¿Cómo te sientes? — inquirió sin responder a su pregunta.

— Fatigado. Muy fatigado. Aparte de eso, bien. ¿No?