– ¿Pero por qué supones eso, Eugenia? Pareces tener alguna idea al respecto. Si yo fuese Marlene, leería tus pensamientos como en un libro y te diría cuál es esa idea; pero, puesto que no lo soy, debes decírmelo tú.
— No creo que sea Marlene quien hace todo eso. Es… el propio planeta.
– ¡¿El planeta?!
– ¡Sí, Erythro! El planeta controla a Marlene. Si no, ¿por qué muestra ella tanto aplomo al decir que es inmune a la plaga y que no sufrirá daño alguno? Y también nos controla al resto de nosotros. Tú resultaste maltrecho cuando intentaste detener a mi hija. Yo también. Y asimismo el centinela. En los primeros días de la Cúpula, muchas personas sufrieron daños porque el planeta temió la invasión, y por tanto desencadenó la Plaga. Entonces, cuando todos os quedasteis dentro de la Cúpula, él aflojó las clavijas y la plaga cesó. ¿Ves cómo encaja todo?
– ¿Crees, entonces, que el planeta quiere a Marlene sobre su superficie?
— Así parece.
– ¿Y por qué?
— No lo sé. Ni pretendo desentrañarlo. Sólo te estoy explicando cómo están las cosas.
La voz de Genarr se suavizó.
— Tú comprendes sin duda, Eugenia, que el planeta no puede hacer nada. Es un bloque de roca y metal. Te estás poniendo mística.
— No, Siever, no tengo la menor intención de hacerme pasar por una mujer boba e indefensa. Soy una científica de primer orden y no hay nada místico en mi forma de pensar. Cuando digo el planeta, no quiero decir roca ni metal. Quiero decir que lo impregna una poderosa forma de vida.
— Entonces tendría que ser invisible, porque éste es un mundo yermo con ningún signo de vida por encima de las prokaryotes, y no hablemos de inteligencia.
– ¿Qué sabes acerca de este mundo yermo, como le llamas? ¿la habéis explorado como es debido? ¿Lo habéis sondeado de punta a cabo?
Genarr negó despacio con la cabeza. Y dijo con tono suplicante:
– ¿Estás cayendo en la histeria, Eugenia?
– ¿Lo estoy? Piénsalo bien y dime si puedes encontrar otra explicación. Te digo que la vida en este planeta, sea la que sea, no nos quiere aquí. Estamos condenados. ¿Qué desea de Marlene? — su voz tembló —. Eso me es imposible imaginarlo.
XXVIII. DESPEGUE
Oficialmente, había sido un nombre muy elaborado; pero las pocas personas terrícolas que tuvieron ocasión de mencionarlo hablaron de una Estación Cuarta. A juzgar por el nombre, se dedujo al instante que antes había habido tres objetos similares… ninguno de los cuales estaba ya en uso. Habían sido víctimas del canibalismo. Existía también una Estación Quinta que no fue terminada jamás y se había convertido en un pecio.
Cabía dudar que la vasta mayoría de la población terrestre hubiese pensado nunca en la existencia de la Estación Cuarta, que derivaba lentamente alrededor de la Tierra en una órbita muy distante de la que seguía la Luna.
Las primeras estaciones habían sido pistas terrestres de lanzamiento para los Establecimientos primitivos. Luego, los propios colonizadores se encargaban de construir Establecimientos, y la Estación Cuarta se usó para los vuelos terrestres a Marte.
Sin embargo, sólo tuvo lugar uno de esos vuelos marcianos, pues resultó que los colonizadores estuvieron mucho mejor dotados, psicológicamente para los vuelos largos (por vivir en mundos que eran enormes naves espaciales cerradas). La Tierra se los cedió con un suspiro de alivio.
Ahora, la Estación Cuarta se utilizaba raras veces para propósitos que no fueran el de mantener un asidero de la Tierra en el espacio, a fin de simbolizar el hecho de que los colonizadores no eran los únicos poseedores de la vastedad más allá de la atmósfera terrestre.
Pero ahora la Estación Cuarta tenía una aplicación.
Una inmensa nave de carga había partido abarrotada en su dirección, llevando consigo el rumor (entre los Establecimientos) de que se hacía otra tentativa, la primera en el siglo XXIII, para asentar un equipo terrestre en Marte. Según unos, una mera explosión; según otros, el asentamiento de una colonia terrestre en Marte con el fin de desviar a los pocos Establecimientos en órbita alrededor del planeta. Y, según unos terceros, el designio de establecer una avanzada en un asteroide importante no reclamado todavía por ningún Establecimiento.
Lo que la nave transportaba de verdad en su bodega era la Superlumínica y la tripulación que la dirigía hacia las estrellas.
Aunque Tessa Wendel hubiese estado ligada al planeta durante ocho años, asumía con mucha calma la experiencia espacial, como lo haría cualquier colonizador de nacimiento. En principio, las naves espaciales se asemejaban mucho más a un Establecimiento que al planeta Tierra. Por esa razón Crile Fisher se hallaba algo más intranquilo de lo que había estado en muchos otros vuelos espaciales precedentes.
Esta vez, algo más que lo antinatural del espacio contribuyó a acrecentar la tensión a bordo de la nave.
— No puedo soportar la espera, Tessa — dijo Fisher —. Nos ha costado años alcanzar este punto, la Superlumínica está lista y, no obstante, seguimos esperando.
La Wendel lo miró cavilosa. Ella no había pretendido nunca comprometerse hasta tal punto con Crile. Había deseado tener momentos de reposo a fin de dar descanso a su mente asediada por la complejidad del proyecto y poder así volver al trabajo con más frescura e intuición. Era lo que había intentado; pero había terminado con mucho más que eso.
Ahora se encontraba ligada sin remedio a Crile, de modo que los problemas de él eran también los suyos. Los años de espera se disolverían en la nada, y le inquietaba la desesperación que seguiría a la inevitable decepción. Ella había intentado, con muy buen juicio, arrojar un jarro de agua fría sobre sus sueños, había intentado enfriar su recalentada esperanza de una reunión con su hija. Pero sin éxito. Más bien lo contrario, pues durante el pasado año él había visto con acrecentado optimismo esa posibilidad sin ninguna razón aparente… o al menos ninguna que quisiera explicarle.
Por último Tessa comprobó (aliviada) que Crile no esperaba ver a su esposa sino sólo a su hija. Lo que ella no había entendido nunca era esa añoranza por una hija que había dejado de ver de bebé. Pero Crile no se mostró nunca dispuesto a explicar nada y ella no había querido sondear en el asunto. ¿Para qué? Estaba segura de que la niña no se encontraba viva, de que nadie se hallaba vivo en Rotor. Si Rotor estaba cerca de la Estrella Vecina, sería una tumba gigantesca vagando para siempre por el espacio… Jamás podría ser encontrado salvo por alguna coincidencia increíble. Iba a ser preciso esforzarse para que Crile se mantuviera firme y activo tan pronto como la inevitable perspectiva se hiciese una realidad patente.
— Queda sólo una espera de dos meses… a lo sumo — dijo Tessa intentando engatusarle —. Puesto que hemos esperado años, no te costará tanto hacerlo durante dos meses más.
— La espera de años es lo que hace insoportable la de dos meses— masculló Fisher.
— Plantéatelo de otra forma — le aconsejó la Wendel —. Aprende a doblegarte ante la necesidad. El Congreso Global no nos autorizará a ir antes. Los Establecimientos han puesto los ojos en nosotros, y no podemos estar seguros de que todos ellos se conformen con la idea de que nos encaminamos hacia Marte. Sería extraño que lo hicieran considerando los pobres resultados de la Tierra en el espacio. Si no hacemos nada durante dos meses, ellos supondrán que tenemos dificultades… algo que están muy dispuestos a creer con gran complacencia… Entonces, cesarán de prestarnos atención.