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Fisher vaciló antes de contestar:

— Claro que no. Me parece que, si dan señales de ser habitables, deberemos estudiarlos. Necesitamos saber cuanto podamos acerca de un planeta semejante. Quizá tengamos que evacuar pronto la Tierra, y nos hace falta saber a dónde podemos llevar a nuestra gente. Eso quizá no tenga importancia para ti, puesto que los Establecimientos tienen la facultad de trasladarse sin necesidad de evacua…

– ¡Crile! ¡No me trates como a una enemiga! Ni me veas de repente como a una colonizadora. Soy Tessa, ¿recuerdas? Si hay un planeta, lo investigaremos todo lo que podamos, te lo prometo. Pero si lo hay y está ocupado por los rotorianos… Bueno, tú pasaste algunos años en Rotor, Crile, y debes conocer a Janus Pitt.

— Lo conozco. No hablé nunca con él, pero mi es… ex esposa trabajó para él. Según ella, es un hombre muy capaz, inteligente y enérgico

— Muy enérgico. Nosotros supimos también de él en otros Establecimientos. Si su plan fuera encontrar para Rotor un lugar oculto al resto de la Humanidad, no podría hacer mejor elección que ir a la Estrella Vecina, pues se halla muy cerca y su existencia no había sido conocida hasta ahora por nadie excepto por ellos. Y si por alguna razón él quisiera un sistema entero para si mismo, siendo como es Janus Pitt, temería la posibilidad de que le siguieran y le desbarataran su monopolio. Si acertara a encontrar un planeta útil que Rotor pudiese aprovechar, él rechazaría toda intrusi6n con la mayor contundencia.

– ¿A dónde vas a parar? — inquirió Fisher.

Pareciendo turbado, como si ya supiera a dónde iba a parar.

XXIX. ENEMIGO

63

Al igual que todos los habitantes que permanecían un tiempo en la Cúpula, Ranay D'Aubisson visitaba con periodicidad Rotor. Era necesario… Un toque hogareño, un retorno a las raíces, una acumulación de energía renovada.

Esta vez, sin embargo, la D'Aubisson se «trasladó hacia arriba» (la expresión usual para el paso de Erythro a Rotor) un poco antes de lo programado. Lo cierto era que el comisario Pitt la había llamado a su presencia.

La doctora se acomodó en el despacho de Janus Pitt, y sus expertos ojos percibieron las leves señales de envejecimiento que se habían producido en aquel hombre desde que lo vio por última vez hacía años. Pues en el curso ordinario no tenía muchas ocasiones de verlo.

Sin embargo, su voz le pareció tan vigorosa como siempre y sus ojos tan penetrantes. Tampoco observó ninguna disminución del vigor mental.

Pitt dijo:

— He recibido su informe sobre el incidente fuera de la Cúpula y apruebo la cautela con que usted expuso su diagnosis de la situación. Pero ahora dígame de forma extraoficial ¿qué le sucedió, exactamente, a Genarr?. Esta habitación está escudada así que puede hablar con plena libertad.

La D'Aubisson dijo con sequedad:

— Temo que mi informe, aun siendo cauteloso, refleje la verdad absoluta. De verdad no sabemos lo que le sucedió al comandante Genarr. La exploración del cerebro reveló cambios, pero éstos fueron minúsculos y no respondieron a nada de lo que conocemos por nuestra experiencia. Además, remitieron en seguida.

– ¿Pero no le sucedió algo?

– ¡Ah, sí! Sin embargo, ésa es la cuestión. No nos podemos referir a nada más que a «algo».

– ¿Quizás alguna variedad de la plaga?

— En este caso no encontramos ninguno de los síntomas que hemos detectado durante el pasado.

— Pero, en tiempos de la plaga, la exploración de cerebro era todavía un procedimiento relativamente primitivo. En el pasado usted no habría podido detectar los síntomas que detecta ahora, así que podría ser una variedad benigna de la plaga, ¿no es cierto?

— Podríamos considerarlo así; pero no existen pruebas evidentes y, sea como sea, ahora Genarr es una persona normal.

— Parece normal, supongo, pero no sabemos si podría haber una recaída.

— Tampoco hay ninguna razón para suponer que la haya.

Una sombra de impaciencia cruzó por el rostro del comisario

— Está usted contradiciéndome, D'Aubisson. Sabe muy bien que el puesto de Genarr tiene considerable importancia. La situación en la Cúpula es siempre precaria, puesto que no sabemos nunca cómo ni cuándo puede presentarse otra vez la plaga. La valía de Genarr estribaba en su aparente inmunidad a ella; pero ahora da la impresión de que ya no se le puede considerar inmune. Ha sucedido algo, y debemos estar preparados para remplazarlo.

— Esa decisión le corresponde a usted, comisario. Yo no puedo sugerir, como médico, que haya necesidad de sustituirlo.

— No obstante, espero que usted lo mantenga bajo estrecha observación y tenga presente la posibilidad de que eso ocurra.

— Lo consideraré como una parte de mis obligaciones.

— Bien. Y, si ha de haber una sustitución, la considero especialmente a usted como posible sustituta.

– ¿A mí?

Un leve destello de emoción animó el rostro de la doctora antes de que pudiera reprimirlo.

— Sí. ¿Por qué no? Se sabe de sobra que no me ha entusiasmado nunca el proyecto de Colonizar Erythro. Siempre he creído necesario conservar la movilidad de la Humanidad y no dejarnos atrapar otra vez por el sometimiento a un gran planeta. No obstante, sería aconsejable colonizar el planeta, no como un lugar elegido fundamentalmente para poblarlo, sino más bien considerándolo una vasta fuente de recursos… Como tratamos a la Luna en el antiguo Sistema Solar. Pero será imposible hacerlo si la plaga pende sobre nuestras cabezas, ¿no le parece?

— No, no podremos, comisario.

— Así pues, nuestra verdadera tarea, para empezar, es solventar ese problema. La plaga se extinguió hace poco, y así lo aceptamos… Pero este último incidente nos demuestra que el peligro no ha pasado. Tanto si Genarr sufrió un ataque de la plaga como si no, le afectó sin duda algo, y quiero que ahora se dé absoluta prioridad al asunto. Usted sería la persona idónea para dirigir tal proyecto.

— Acepto con sumo gusto esa responsabilidad. Significará sólo seguir haciendo lo que intento hacer pero con mayor autoridad. Sin embargo, me cuesta suponer que yo sea comandante de la Cúpula de Erythro.

— Como dice usted, esa decisión me corresponde. Imagino que usted no rechazaría el puesto si se le ofreciera ¿eh?

— No, comisario. Me sentiría muy honrada.

— Sí, estoy seguro — dijo con sequedad Pitt —. ¿Y qué le sucedió a la chica?

Por unos instantes la D'Aubisson pareció turbada ante el cambio súbito del tema. Le faltó poco para tartamudear, al repetir:

– ¿La chica?

— Sí, la chica que salió con Genarr de la Cúpula, la que se quitó el traje protector.

– ¿Marlene Fisher?

— Sí, así se llama. ¿Qué le sucedió?

La D'Aubisson titubeó.

– ¡Pues nada, comisario!

— Ya lo dice en el informe. Pero ahora se lo pregunto. ¿Nada?

— Nada detectable por la exploración de cerebro o cualquier otro reconocimiento.

— Es decir, mientras que Genarr, con el traje «E» era víctima de un mal misterioso, la chica, esa Marlene Fisher, sin traje «E» no sufría daño alguno. ¿Es eso?

La D'Aubisson se encogió de hombros.

— Así es. No fue afectada lo más mínimo, que yo sepa.

– ¿No lo considera extraño?

— Ella es una joven extraña. Su exploración de cerebro…

— Conozco su exploración de cerebro. Y conozco también sus peculiares facultades. ¿Las ha percibido usted?