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¿Qué sucedería si algún día la gente se estableciese en Erythro, introduciendo vida, edificando ciudades? ¿Lo estropearía todo? ¿O habrían escarmentado con la Tierra y emprenderían un camino diferente, asimilando este mundo nuevo e intacto y transformándolo en algo compaginable con sus afanes?

¿Los afanes de quién?

Ahí radicaba el problema. Personas diferentes tendrían ideas diferentes. Disputarían entre sí y perseguirían fines irreconciliables. ¿No sería mejor dejar vacío a Erythro?

¿No se debería a un atavismo rememorativo de la Tierra? ¿No alentaría en sus genes una propensión a habitar mundos inmensos e infinitos, una nostalgia que un espacio urbano, pequeño y artificial no podía calmar? ¿Cómo se explicaba eso? Sin duda la Tierra se diferenciaba totalmente de Erythro si se exceptuaba la similitud de tamaño. Y si la Tierra estaba en sus genes, ¿por qué no habría de estarlo en los de todo ser humano?

Pero debía de haber alguna explicación. Marlene meneó la cabeza como si quisiera aclarar los pensamientos, y giró sin cesar sobre sí misma, al igual que si estuviera en medio de un espacio infinito. En Rotor podían verse acres de cereales y huertos de árboles frutales; una bruma verdosa y ambarina; y también la irregularidad de líneas rectas inherente a las estructuras humanas. Sin embargo, aquí, en Erythro, se veía el suelo ondulante salpicado con peñas de todos los tamaños como si las hubiera esparcido una mano gigantesca; formas extrañas y silentes, con hilos de agua acá y allá fluyendo entre ellas. Y ni rastro de vida si no se cortaban las miríadas de minúsculas células similares a gérmenes que mantenían llena de oxígeno la atmósfera gracias al suministro de energía proporcionado por la luz roja de Némesis.

Y Némesis, como cualquier enana roja, continuaría vertiendo su energía dosificada durante doscientos o trescientos billones de años, atesorando su fuerza energética y procurando que Erythro y sus diminutas prokaryotes estuviesen calientes y cómodas a lo largo de todo ese tiempo. Mucho después de que la Tierra y el Sol hubiesen muerto y otras estrellas brillantes, nacidas todavía más tarde, muriesen también, Némesis seguiría brillando sin cambiar, y Erythro giraría alrededor de Megas sin cambiar tampoco, y las prokaryotes vivirían y morirían aunque sin cambiar en esencia.

Desde luego, los humanos no tenían derecho a invadir este mundo inalterable para cambiarlo. Sin embargo, si ella estuviese sola en Erythro, necesitaría alimento… y compañía.

Podría ir de cuando en cuando a la Cúpula para abastecerse, y satisfacer la necesidad de ver a otras personas; no obstante, podría pasar casi todo su tiempo a solas con Erythro. Ahora bien, ¿no la seguirían otros? ¿Cómo podría impedirlo? Y con otros, aunque fuesen muy pocos, ¿no se arruinaría irremediablemente el Edén? ¿Acaso no se estaría arruinando ya porque ella misma lo había invadido… sólo ella?

¡No! gritó.

Dio voces a pleno pulmón en un súbito y afanoso experimento para comprobar si podía hacer temblar la extraña atmósfera y obligarla a transportar las palabras hasta sus oídos.

Marlene oyó su propia voz, pero en el terreno llano no hubo eco. Su grito se extinguió apenas emitido.

Marlene empezó a girar otra vez. La Cúpula fue sólo una sombra tenue en el horizonte. Casi se podía descartar; aunque no del todo. Quiso que no fuera visible en absoluto. No deseaba tener ante la vista, salvo su propia persona y Erythro.

Oyó el leve suspiro del viento, y dedujo que éste había cobrado velocidad. No fue lo bastante fuerte para dejarse sentir, y su temperatura no bajó ni fue desagradable.

Fue sólo un leve ah-h-h-h.

Ella lo emitió regocijada:

¡Ah-h-h-h!

Luego, levantó la vista y miró curiosa el cielo. Los meteorólogos habían anunciado que haría un día claro. ¿Sería posible que las tormentas se presentaran de repente sobre Erythro? ¿Soplaría el viento hasta hacerse incómodo? ¿Navegarían nubes por el cielo y comenzaría a caer la lluvia antes de que ella regresara a la Cúpula?

Eso era tonto, tan tonto como los meteoritos. Desde luego, en Erythro llovía; pero en ese momento había sólo unas cuantas nubes etéreas y vaporosas allá en lo alto. Se movían con pereza sobre el cielo limpio y oscuro. No parecían anunciar una tormenta.

Ah-h-h-h, susurró el viento, ah-h-h-h ay-y-y-y.

Fue un sonido doble, y Marlene frunció el ceño ¿Qué podría producir semejante sonido? No lo haría el viento, sin duda. Para ello tendría que pasar por alguna obstrucción y silbar al hacerlo. Pero por allí no se veía nada parecido.

Ah-h-h-h ay-y-y-y uh-h-h-h.

Ahora el sonido fue triple, con el acento en la segunda emisión.

Marlene miró a su alrededor, extrañada. No pudo constatar de donde provenía. Para hacer ese sonido, algo tenía que vibrar pero ella no vio nada, no sintió nada.

Erythro parecía vacío y silencioso. No pudo hacer sonido alguno.

Ah-h-h-h ay-y-y-y uh-h-h-h.

Otra vez. Más claro que antes. Fue como si estuviera dentro de su propia cabeza y, al pensarlo, le pareció que el corazón se le encogía y se estremeció. Sintió que se le ponía la carne de gallina en los brazos; no necesitó mirarlos.

No podía haber nada malo en su cabeza. ¡Nada!

Aguardó expectante a oírlo otra vez, y le llegó. Más fuerte. Todavía más claro. De repente, hubo un tono de autoridad en él, como si estuviera practicando y mejorando por momentos.

¿Practicando? ¿Practicando el qué?

Y de manera involuntaria, por completo involuntaria pensó: Parece como si alguien que no puede pronunciar las consonantes, quisiera decir mi nombre.

Como si su pensamiento hubiese sido una señal, o hubiese desencadenado otro espasmo de poder, o hubiera quizás agudizado su imaginación, oyó decir…

Mah-h-h ley-y-y nuh-h-h.

Maquinalmente, sin saber lo que estaba haciendo, alzó ambas manos y se tapó los oídos.

Sin emitir sonido alguno, pensó: Marlene.

Y entonces llegó el sonido, remedándola:

Mah r-ley-nuh.

Luego se repitió, casi con soltura, casi con naturalidad:

Marlene.

Ella se estremeció y reconoció la voz. Era Aurinel, Aurinel de Rotor, a quien no había visto desde aquel día que ella le dijo que la Tierra sería destruida. Desde entonces había pensado pocas veces en él.. pero siempre con dolor cuando lo hacía.

¿Por qué estaba oyendo su voz en un lugar donde él no estaba presente? ¿Por qué oía una voz donde no había nada?

Marlene.

Entonces Marlene se rindió. ¡Era la plaga de Erythro, la que ella dio por seguro que no la tocaría!

Corrió a ciegas hacia la Cúpula sin detenerse a pensar dónde se hallaba.

No supo que estaba gritando.

67

Ellos la llevaron adentro. Percibieron su inesperada llegada a la carrera. Dos centinelas con traje «E» y casco salieron al instante y la localizaron por sus gritos.

Pero los gritos cesaron antes de que la alcanzaran. La carrera se aminoró y cesó también. Y eso ocurrió antes de que ella pareciera darse cuenta de que se le acercaban.

Cuando los dos llegaron a su altura, Marlene los miró y les sorprendió preguntando:

¿Sucede algo?

Ninguno contestó. Una mano se alargó para cogerla del codo, y ella la apartó de un manotazo.

No me toque dijo.. Iré a la Cúpula si es eso lo que quieren; pero puedo caminar.

Y Marlene caminó muy tranquila entre ambos. Se mostró muy segura de sí misma.

68

Eugenia Insigna, con labios resecos y pálidos, se esforzó por no parecer enloquecida.