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— Tampoco tiene respuesta eso — dijo Wu.

— Es una cúpula muy pequeña — murmuró Blankowitz-. Rotor debe de tener miles de personas.

— Sesenta mil — concretó Fisher.

— No pueden caber todas dentro de esa cúpula.

— Por lo pronto puede haber otras cúpulas — sugirió Fisher-. Podríamos volar mil veces alrededor del mundo sin apercibimos de múltiples objetos.

— Pero en este lugar es donde cambia el tipo de plexona. Si hubiese otras cúpulas similares, yo habría localizado unas cuantas, estoy segura — explicó la Blankowitz.

— Otra posibilidad — continuó Fisher- es que lo que vemos sea sólo una porción mínima de toda una estructura que tal vez mida varios kilómetros bajo la superficie.

— Los rotorianos llegaron en un Establecimiento — dijo Wu-. Quizás ese Establecimiento exista todavía. Y tal vez haya muchos. Esta cúpula puede ser sólo una mera avanzadilla.

— No hemos visto Establecimiento alguno — recordó Jarlow.

— Tampoco hemos mirado — replicó Wu-. Nos hemos concentrado por completo en este mundo.

— No he localizado inteligencia en ninguna otra parte de este mundo declaró Blankowitz.

— ¿Te has preocupado por hallarla? — insistió Wu-. Sería necesario explorar los cielos para localizar un Establecimiento o dos; pero tú, una vez detectadas las plexonas de este mundo, no miraste en ninguna otra parte.

— Lo haré si lo crees necesario.

— Si hay Establecimientos, ¿por qué no los hemos localizado? Nosotros no hemos hecho nada para ocultar nuestras emisiones de energía. Después de todo, creíamos a ciencia cierta que este sistema de estrellas estaba vacío.

— Ellos pueden haber tenido también un exceso de confianza, capitana — objetó Wu-. Y como tampoco nos han buscado, les hemos pasado inadvertidos. O, si nos han detectado, se preguntarán quiénes…o qué… somos y dudarán acerca de las medidas que deben tomar, al igual que nosotros. Ahora bien, yo digo que conocemos un lugar en la superficie de este gran satélite donde debe de haber seres humanos, y creo que hemos de descender para establecer contacto con ellos.

— ¿Crees que sería seguro hacer eso? — inquirió Merry Blankowitz.

— A mi juicio, sí — contestó con firmeza Wu-. Ellos no nos dispararán en cuanto nos vean. Querrán saber más sobre nosotros antes de hacerlo. Por otra parte, si no nos atrevemos a hacer otra cosa que permanecer aquí en la incertidumbre, no habremos conseguido nada, de modo que lo mejor será volver a casa y contar lo que hemos descubierto. La Tierra enviará toda una flota de naves superlumínicas; pero no nos agradecerá que hayamos vuelto con una información tan escasa. Pasaremos a la historia como la expedición que se acoquinó — les dirigió una sonrisa maliciosa-. Ya ves, capitana, que he aprendido unas cuantas lecciones de Fisher.

— ¿Crees, entonces, que deberíamos descender y establecer contacto? — preguntó la Wendel.

— Exacto

— ¿Y tú, Blankowitz?

— Siento curiosidad. No por la cúpula sino por la posible vida alienígena. También quisiera averiguar algo acerca de ella.

— ¿Jarlow?

— Me gustaría que tuviéramos armas adecuadas o hipercomunicación. Si nos borran del mapa, la Tierra no habrá obtenido nada en absoluto de nuestro viaje. Entonces, puede ser que alguien más venga aquí tan poco preparado como nosotros y no menos inseguro. Ahora bien, si sobrevivimos al contacto, podremos regresar con conocimientos importantes. Supongo que deberíamos aventurarnos.

— ¿No piensas pedir mi opinión, capitana? — murmuró muy sumiso Fisher.

— Me figuro que tú querrás el descenso para ver a los rotorianos.

— Justo. Por consiguiente, me permito sugerir… que descendamos con el mayor sigilo posible y que yo abandone la nave para hacer un reconocimiento. Si algo sale mal, despegaréis para regresar a la Tierra, dejándome atrás. Yo no soy indispensable. La nave en cambio, debe volver a su base.

Al instante, la Wendel dijo con facciones tensas.

— ¿Por qué tú?

— Porque conozco a los rotorianos — respondió Fisher-. Y porque quiero ir.

— También yo- manifestó Wu-. Deseo ir contigo

— ¿Para qué han de arriesgarse dos? — inquirió Fisher.

— Para mayor seguridad. Porque, en caso de conflicto, uno podría escapar mientras que el otro le cubría la retirada. Y sobre todo, porque, como dices, tú conoces a los rotorianos. Por tanto tu criterio pudiera estar desvirtuado.

— Entonces descenderemos — decidió la Wendel-. Fisher y Wu abandonarán la nave. Si Fisher y Wu estuvieran en desacuerdo por alguna razón, Wu será quien tome las decisiones.

— ¿Por qué? — preguntó indignado Fisher.

— Según ha dicho Wu, conoces a los rotorianos y tus decisiones pudieran estar desvirtuadas — dijo la Wendel mirando con firmeza a Fisher-. Y yo estoy de acuerdo con él.

88

Marlene era feliz. Se sentía como si unos brazos afectuosos la estrecharan, la protegieran y la escudaran. Podía ver la luz rojiza de Némesis y percibir el viento en las mejillas. Podía contemplar las nubes que oscurecían a ratos el gran globo de Némesis o parte de él, de modo que la luz se atenuaba y se tornaba grisácea.

Pero ella podía ver igual de bien con la luz gris que con la roja, y captaba las sombras y medias tintas, las cuales componían unos dibujos fascinantes. Y aunque el viento se hiciera fresco cuando la luz de Némesis se extinguía, ella no sentía nunca frío. Era como si Erythro le agudizara la vista y calentara el aire alrededor de su cuerpo cuando se hacía necesario, como si la cuidara solícito en todo.

Y ella podía hablar con Erythro. Se había propuesto pensar en las células que componían la vida de Erythro como si fuesen el propio Erythro. Como el planeta. ¿Por qué no? ¿Qué otra cosa cabía hacer? Una por una, las células eran sólo células, tan primitivas (quizá mucho más) como las células individuales de su propio cuerpo. Pero todas las células prokaryotes juntas formaban un organismo que envolvía el planeta en incontables trillones de minúsculas piezas conectadas entre sí, las cuales llenaban, penetraban y aferraban el planeta, y podían ser vistas como el planeta propiamente dicho.

¡Qué extraño! pensaba Marlene. Esta forma gigantesca de vida no debe de haber sabido, con anterioridad a la llegada de Rotor, que existiese una cosa viviente aparte de ella. Sus interrogaciones y sensaciones no existían exclusivamente en su mente. Algunas veces Erythro se alzaba ante su vista cual una voluta de humo gris que se solidificaba hasta representar una figura humana espectral de borroso contorno. Entonces se manifestaba siempre una sensación de fluidez. Ella no podía verlo; pero sentía sin lugar a dudas que millones de células invisibles desaparecían cada segundo para ser remplazadas sin pausa por otras. Ninguna célula prokaryote podía existir largo rato fuera de su envoltura liquida, de modo que cada una era sólo una parte evanescente de la figura, pero ésta era todo lo permanente como quisiera, y no perdía jamás su identidad.

Erythro no tomó nunca más la forma de Aurinel. Se percató por intuición de que eso resultaba perturbador. Ahora sus apariciones eran neutrales, variando ligeramente, según las ocurrencias del pensamiento de Marlene. Erythro se adaptaba a los delicados cambios de su trayectoria mental mucho mejor que ella misma, según pudo juzgar Marlene. Y la figura se ajustaba a eso. Entonces, cuando ella intentaba enfocarla e identificarla, se transformaba suavemente en algo distinto. A veces, ella lograba captar algunos trazos: la curva de la mejilla de su madre, la nariz enérgica del tío Siever, rasgos de chicas y chicos que había conocido en el colegio…