Era la interacción de una sinfonía. No exactamente una conversación entre ellos sino más bien un ballet mental que ella no podía describir; algo infinitamente sedante, de variedad inacabable. Apariencia cambiante… voz cambiante… pensamiento cambiante.
Era una conversación de dimensiones tan varias que la posibilidad de retornar a una comunicación consistente sólo en lenguaje la dejaba exhausta, desanimada. Su don de sentir mediante el lenguaje del cuerpo hacía florecer algo que ella no había imaginado nunca. Los pensamientos podían ser objeto de un intercambio mucho más rápido y profundo que mediante la crudeza burda del lenguaje.
Erythro se lo explicaba, más bien la llenaba, mediante el sobresalto de los encuentros con otras mentes. ¡Mentes! Plural. Una más podría haber sido captada sin dificultad. Otro mundo. Otra mente.
Pero el encuentro con muchas mentes, atropellándose unas a otras, cada una de ellas diferente, superponiéndose en un espacio reducido… Inconcebible.
Los pensamientos que penetraban la mente de Marlene cuando Erythro se manifestaba, podían ser expresados con palabras sólo de una forma distante y nada satisfactoria. Detrás de esas palabras, desbordándolas y asfixiándolas, estaban las emociones, los sentimientos, las vibraciones neurónicas que estremecían a Erythro y le hacían reorganizar los conceptos.
Él había experimentado con las mentes… Las sentía. No como un ser humano interpretaría lo que era «sentir», sino como algo totalmente distinto que podía ser abordado desde gran distancia mediante la palabra y el concepto humanos. Si algunas de las mentes ajadas, decadentes, se tornaban desagradables, entonces Erythro cesaba de explorar al azar las mentes y buscaba otras que ofrecieran resistencia al contacto.
¿Y me encontraste a mí? preguntó Marlene.
— Te encontré.
— ¿Por qué? ¿Por qué me buscaste? — inquirió ansiosa.
La figura osciló y se tornó más difusa.
— Sólo para encontrarte.
Eso no era una respuesta.
— ¿Por qué quieres que esté contigo?
La figura empezó a extinguirse y el pensamiento fue fugaz.
— Sólo para estar conmigo.
Y después desapareció.
Sólo desapareció su imagen. Marlene sintió todavía su protección, su envoltura cálida. ¿Por qué había desaparecido? ¿La habría disgustado con sus preguntas?
Entonces oyó un sonido.
En un mundo vacío es posible catalogar al instante los sonidos, pues no son muchos. Hay el sonido del agua corriente y el gemido, más delicado, de la brisa. Están los ruidos previsibles que uno mismo hace, ya sea una pisada, el roce de la ropa o el leve silbido del aliento.
Marlene oyó algo que no era nada de eso, y se volvió en aquella dirección. Por encima de las peñas, a su izquierda, apareció la cabeza de un hombre.
Su primer pensamiento fue, por supuesto, que alguien había venido de la Cúpula para recogerla, lo que provocó un arrebato de cólera. ¿Por qué se empeñarían en seguir buscándola? En adelante, se negaría a llevar un emisor de ondas, y entonces ellos no podrían localizarla a menos que emprendieran la búsqueda a ciegas.
Pero no reconoció el rostro y estuvo segura de que, a esas alturas, conocía ya a todos los ocupantes de la Cúpula. Tal vez no los distinguiera por sus nombres o sus particularidades personales, pero sus rostros le resultaban familiares.
Ella no había visto nunca aquella cara en la Cúpula.
Los ojos la miraban con fijeza. La boca estaba un poco entreabierta, como si la persona jadeara. Y entonces, quienquiera que fuese, descendió de la altura y corrió hacia ella.
Marlene se quedó mirándole. La protección que sentía en torno suyo era sólida. No tuvo miedo alguno.
El hombre se detuvo a una distancia de tres metros, sin dejar de mirarla, inclinándose hacia delante como si hubiera alcanzado una barrera que no pudiera atravesar, que le impidiera seguir adelante.
Por fin exclamó con voz ahogada:
— ¡Roseanne!
Marlene lo miró asombrada, estudiándolo a conciencia. Sus movimientos fueron ansiosos y dejaron entrever un sentido de propiedad: posesión, intimidad, mía, mía, mía…
Ella dio un paso atrás. ¿Cómo era posible semejante cosa? ¿Por qué habría de…?
El recuerdo oscuro de una holoimagen que había visto cierta vez cuando era muy pequeña…
Y por fin no pudo negarlo por más tiempo. Aunque pareciera imposible, inimaginable…
Ella se arrebujó en la manta protectora e invisible y murmuró:
— ¿Padre?
El hombre corrió a su encuentro como si quisiera estrecharla entre sus brazos, y ella retrocedió de nuevo. Él hizo alto, se tambaleó y se llevó la mano a la frente como si luchara contra el vértigo.
— Marlene — rectificó-. Quiero decir Marlene.
Marlene observó que lo pronunciaba mal. Dos sílabas. Pero eso era propio de él. ¿Cómo podía saberlo?
Un segundo hombre apareció y se detuvo junto a él. Tenía pelo negro y lacio, ojos oblicuos, piel cetrina. Marlene no había visto nunca un hombre de semejante apariencia. Le miró boquiabierto y tuvo que hacer un esfuerzo para cerrar la boca.
El segundo hombre dijo al primero con un tono suave de incredulidad:
— ¿Así que ésta es tu hija, Fisher?
Marlene abrió ojos como platos. ¡Fisher! ¡Aquél era su padre!
Crile no miró al otro hombre. Sólo a ella.
— Sí.
El otro dijo con creciente blandura:
— A la primera en el clavo, ¿eh Fisher? Vienes aquí y la primera persona con quien te encuentras es tu hija.
Fisher pareció hacer un esfuerzo para apartar su mirada de la muchacha; pero no lo consiguió.
— Creo que es así, Wu. Escucha, Marlene, tu apellido es Fisher ¿verdad? Tu madre es Eugenia Insigna. ¿Me equivoco? Yo me llamo Crile Fisher y soy tu padre.
Y avanzó con los brazos abiertos.
Marlene tuvo la certeza de que la mirada anhelante en el rostro de su padre era sincera; pero retrocedió otra vez y.preguntó con frialdad:
— ¿Cómo es que estás aquí?
— Vine de la Tierra para buscarte. ¡Para buscarte! Después de tantos años…
— ¿Por qué querías buscarme? Me abandonaste cuando yo era un bebé.
— Hube de hacerlo, pero tuve siempre el propósito de volver por ti.
De pronto otra voz áspera, acerada les interrumpió diciendo:
— ¿Así que volviste por Marlene? Y por nada más.
Apareció Eugenia Insigna, erguida, pálida, los labios casi lívidos, las manos trémulas. Detrás de ella, Siever Genarr, como atónito pero manteniéndose en segundo plano. Ninguno de los dos llevaba traje protector.
Insigna dijo atolondrada, casi histérica:
— Pensé que sería gente de algún Establecimiento, gente del Sistema Solar. Pensé que podrían ser formas de vida alienígena. Barajé todas las posibilidades imaginables. Me asaltaron innumerables pensamientos al enterarme de que se había posado una nave extraña.
— No se me ocurrió, sin embargo, que Crile Fisher volviera. ¡Y para buscar a Marlene!
— Vine con otros en una misi6n importante. Éste es Chao Li Wu, un compañero de viaje. Y… y…
— Y nos hemos encontrado ¿Se te ocurrió por ventura que pudieras encontrarme? ¿O tus pensamientos fueron sólo para Marlene? ¿Cuál es esa misión tuya tan importante? ¿Buscar a Marlene?
— No. Eso no era la misión. Sólo mi deseo.
— ¿Y yo?
Fisher dejó caer los párpados.
— Vine por Marlene.
— ¿Viniste por ella? ¿Para llevártela?
— Pensé qué…
Fisher no pudo seguir.
Wu le observó extrañado. Genarr caviló ceñudo y colérico
Insigna se volvió de repente hacia su hija.