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La casa grande y deteriorada por el tiempo hablaba de las raíces de América; de sembrar y cosechar, del pavo del Día de Acción de Gracias y de la limonada del Cuatro de Julio, de campesinas desgranando guisantes en cacerolas blancas, y de hombres sacudiéndose las botas llenas de barro en la puerta trasera antes de entrar. La parte más antigua y extensa de la casa estaba construida en piedra con un amplio porche delantero y ventanas de guillotina. Había un añadido posterior de madera a la derecha. El tejado bajo tenía aleros, chimeneas y tejas. No había sido una granja pobre, sino una muy próspera.

Blue dirigió la mirada a los enormes árboles y al patio con la hierba crecida, al granero, a los campos y los pastos. No podía imaginar a una estrella de la gran ciudad como Dean viviendo allí. Lo observó dirigirse al granero con largas zancadas, con la gracia de un hombre a gusto con su cuerpo, luego volvió a centrar la atención en la casa.

Le hubiera gustado llegar allí en unas circunstancias diferentes para poder disfrutar de ese lugar, pero el aislamiento de la granja hacía la situación más difícil. Quizá podría encontrar trabajo en una de las cuadrillas de la casa. O buscar algo en el pueblo cercano, aunque aquel lugar no era más que un punto en el mapa. Bueno, sólo necesitaba unos cientos de dólares. En cuanto los tuviera, se dirigiría a Nashville, buscaría una habitación barata, imprimiría unos cuantos folletos y empezaría una vez más. Pero lo primero y más importante era conseguir que Dean la dejara quedarse allí mientras volvía a reconstruir su vida.

No se hacía ilusiones sobre por qué la había llevado a la granja. Suponía que al no lograr quitarle la ropa la primera noche, ella se había convertido en un reto para él…, un reto que olvidaría en cuanto una de las bellezas locales llamara su atención. En definitiva, tenía que encontrar la manera de ser útil para él.

Justo en ese momento, se abrió la puerta principal y salió una de las más asombrosas criaturas que Blue hubiera visto nunca. Una amazona alta y delgada, con una cara llamativa, cuadrada y alargada, y una larga melena rubia con un corte en capas. A Blue le recordó las fotos de las grandes modelos del pasado, mujeres que estaban de moda en los años sesenta y setenta como Verushka, Jean Shrimpton o Fleur Savagar. Esta mujer tenía una presencia similar. Los ojos azules humo llamaban la atención en esa cara con la mandíbula cuadrada, casi masculina. Cuando la mujer llegó al escalón superior, Blue vio las débiles líneas que rodeaban esa boca ancha y sensual, y se dio cuenta de que no era tan joven como había pensado al principio, aparentaba algo más de cuarenta años.

Los ceñidos vaqueros dejaban a la vista los huesos de las caderas, afilados como cuchillas. Los estratégicos rasgones de los muslos y las rodillas no eran fruto del desgaste, sino del ojo calculador de un diseñador. Unos hilos plateados ribeteaban los tirantes de ante de un suéter de ganchillo en color melón. Las sandalias de cuero tenían adornos de flores. Su apariencia era a la vez descuidada y elegante. ¿Sería modelo?, ¿actriz? Era probable que fuera una de las novias de Dean. Con esa espectacular belleza, la diferencia de edad era poco significativa. Aunque a Blue no le intereresaba la moda, en ese momento fue muy consciente de sus abolsados vaqueros y su enorme camiseta, y de su cabello despeinado que necesitaba con urgencia un buen corte.

La mujer miró al Vanquish y curvó su amplia boca pintada de carmín en una sonrisa.

– ¿Está perdida?

Blue intentó ganar tiempo.

– Bueno, sé donde me encuentro desde el punto de vista geográfico, pero, francamente, mi vida ahora mismo es un desastre.

La mujer se rió, fue un sonido bajo y ronco. Había algo familiar en ella.

– Sé lo que quiere decir. -Bajó las escaleras y la sensación de familiaridad se incrementó-. Soy Susan O'Hara.

¿Esa criatura sexy y exótica era la misteriosa ama de llaves de Dean? No se lo podía creer.

– Soy Blue.

– Caramba. Espero que sea algo pasajero.

Blue lo supo en ese mismo momento. Mierda. Esa mandíbula cuadrada, esos ojos gris azulado, esa mente rápida y esa… mierda, mierda.

– Mi nombre es Blue Bailey -acertó a decir-. Tenían un… ah… mal día en Angola el día que nací.

La mujer la miró con interés.

Blue hizo un gesto ambiguo con la mano.

– Y en Sudáfrica.

Se oyó los pasos de unas botas en la grava.

Cuando la mujer se giró, la luz del atardecer hizo brillar los mechones dorados de su cabello. Abrió los labios rojos, y aparecieron unas arruguitas alrededor de los ojos. Los pasos se detuvieron bruscamente, y la silueta de Dean se recortó contra el granero, con las piernas abiertas y los brazos en jarras. La mujer podría haber sido su hermana. Pero no lo era. Ni siquiera era su novia si iba a eso. La mujer que poseía esos afligidos ojos azules como el océano era la madre de la que él había hablado con tanta brusquedad esa misma mañana, cuando Blue le había preguntado por su familia.

Él se detuvo sólo un instante, y luego sus botas perforaron la tierra. Ignorando el camino de adoquines desparejos como dientes rotos, cruzó por la hierba demasiado crecida.

– La jodida señora O'Hara.

Blue se quedó pasmada. No podía imaginarse a sí misma llamando a su madre con esa fea palabra, no importaba lo enfadada que estuviera con ella. Aunque su madre era inmune a los ataques verbales.

Esa mujer no lo era. Se llevó la mano a la garganta y la luz se reflejó en los brazaletes de sus muñecas y en los tres delicados anillos de plata de sus dedos. Pasaron unos segundos. Se dio la vuelta y entró en la casa sin decir nada.

El deslumbrante encanto que Dean desplegaba tan hábilmente había desaparecido. Parecía duro y distante. Sabía que necesitaba privacidad, pero ahora no era momento de eso.

– Si fuera lesbiana -dijo Blue para romper la tensión-, intentaría ligármela.

La mirada atormentada de Dean fue sustituida por el enfado.

– Gracias por nada.

– Sólo estoy siendo sincera. Y yo que creía que mi madre llamaba mucho la atención.

– ¿Cómo sabes que es mi madre? ¿Te lo ha dicho ella?

– No, pero el parecido es tan evidente que es difícil equivocarse, aunque debía de tener unos doce años cuando te tuvo.

– El parecido es sólo superficial, te lo aseguro. -Subió las escaleras y se dirigió a la puerta principal.

– Dean…

Pero ya había desaparecido.

Blue no compartía la intolerancia de su madre contra la violencia -no había más que acordarse del reciente contratiempo con Monty-, pero la idea de que esa exótica criatura de ojos heridos fuera una víctima le molestaba, y lo siguió al interior de la casa.

Las pruebas de la restauración estaban por todas partes. Había una escalera con el pasamanos sin terminar a la derecha, justo al lado de una gran abertura cubierta de plástico que debía de conducir a la sala de la casa. A la izquierda, detrás de unos caballetes, estaba el comedor. El olor a pintura y a madera nueva lo invadía todo, pero Dean estaba demasiado concentrado en encontrar a su madre para notar los cambios.

– Créeme -dijo Blue-, comprendo mejor que nadie lo que significa tener problemas graves con tu madre, pero ahora no creo que sea el mejor momento para tratar el tema. ¿Podríamos hablarlo antes?

– Ni hablar. -Apartando el plástico a un lado, miró con atención la sala al tiempo que se oían unos pasos en el piso de arriba. Se dirigió hacia las escaleras.

Blue sabía que aquello no era asunto suyo, pero en vez de hacerse a un lado y dejar que él resolviera sus problemas a su manera, lo siguió.