Llevó la lámpara portátil al pequeño cuarto de baño y se lavó la cara. Como Dean se había marchado con todas sus cosas, tuvo que cepillarse los dientes con un dedo. Se sacó el sujetador por la sisa de la camiseta y se quitó las botas, pero se dejó puesto todo lo demás por si tenía que salir pitando de la casa. No era una persona que se pusiera nerviosa con el coco, pero ahora estaba fuera de su elemento, y dejó a su lado la lámpara portátil cuando se metió en la cama. Sólo después de haberse acomodado la apagó y la metió bajo las sábanas donde podía acceder a ella con más rapidez.
Una rama rozó una de las ventanas. Se oyó un susurro en la chimenea. Ella se imaginó a un montón de murciélagos preparándose para entrar por la boca de la chimenea. «¿Dónde estaba Dean? ¿Y por qué no había puertas en ese lugar?»
Deseó haberse ido a la casita de invitados con April, pero no la había invitado. Quizá Blue había sido un poco brusca con ella, pero le había proporcionado a la madre de Dean algo de tiempo, que era más de lo que April habría logrado para sí misma. Era una belleza débil, después de todo.
Blue intentó sentir autocompasión, pero no podía mentirse a sí misma. Se había metido donde no la llamaban. Por otro lado, ocuparse de los problemas de los demás la había hecho olvidarse de sus propias preocupaciones.
Una tabla del. suelo rechinó. Gimió la chimenea. Agarró el mango de la lámpara portátil y clavó la vista en el marco sin puerta.
Pasaron los minutos.
Poco a poco, fue relajándose y se sumergió en un sueño inquieto.
La despertó el ominoso rechinar de una tabla del suelo. Abrió los ojos y vio que una sombra amenazadora se cernía sobre ella. Agarró la lámpara portátil, la sacó con rapidez de debajo de las mantas y atizó a la sombra con ella.
– ¡Joder! -Un rugido familiar resonó en la quietud de la noche.
Blue encontró el interruptor con los dedos. De puro milagro no te había roto la bombilla protegida por la rejilla de plástico, y la luz mundo la habitación. Un millonario quarterback muy enfadado se cernía sobre ella. Estaba sin camisa, furioso y se restregaba el brazo por encima del codo.
– ¿Qué demonios crees que estás haciendo?
Ella se incorporó con rapidez sobre las almohadas, agarrando la lámpara con fuerza.
– ¿Yo? Eres tú el que entraste a hurtadillas…
– Es mi casa. Te lo juro por Dios, como me hayas lastimado el brazo de lanzar…
– ¡Bloqueé la puerta! ¿Cómo has podido entrar con la escalera delante?
– ¿Que cómo he podido entrar? Has iluminado este lugar como un jodido árbol de Navidad.
Ella no era tan estúpida como para mencionar las sombras amenazadoras y las ventanas que la miraban fijamente.
– Solo dos lucecitas en el cuarto de baño.
– Y en la cocina. -Le arrebató la lámpara portátil de las manos-. Dame eso y deja de comportarte como una gallina.
– Para ti es fácil decirlo. No te han atacado mientras dormías como un tronco.
– Yo no te he atacado. -Apagó la lámpara portátil, dejando la habitación sumida en la oscuridad. Ese imbécil insensible incluso había apagado la luz del cuarto de baño.
Oyó el frufrú de la tela al deslizarse cuando él se quitó los vaqueros. Blue se puso de rodillas.
– ¿No estarás pensando en dormir aquí?
– Ésta es mi habitación, y ésta es la única cama con sábanas.
– Una cama que estoy usando yo.
– Ahora tienes compañía. -Se subió a la cama y se metió entre las sábanas.
Ella aspiró profundamente y se recordó a sí misma que él era demasiado engreído para atacarla. Si buscaba otro lugar para dormir la haría parecer débil. No podía demostrar debilidad.
– Quédate en tu lado -le advirtió-, o no te gustarán las consecuencias.
– ¿Me vas a arrear con el cojín, pastorcilla?
Ella no tenía ni idea de qué hablaba.
Le llegó el olor a dentífrico, a hombre y a tapicería de coche caro. Debería haber olido a alcohol. Un hombre que llega a casa a las dos de la madrugada debería estar bebido. La pierna desnuda de Dean le rozó el muslo. Se puso rígida.
– ¿Por qué tienes los vaqueros puestos? -dijo él.
– Porque mis cosas estaban en tu coche.
– Ah, ya lo entiendo. Te los dejaste puestos por si venía el coco. Qué gallina eres.
– Que te den.
– Venga, ya eres mayorcita.
– Y tú pareces un crío -replicó ella.
– Por lo menos yo no tengo que dormir con las luces encendidas.
– Cambiarás de idea cuando los murciélagos empiecen a entrar por la chimenea.
– ¿Los murciélagos? -El se quedó inmóvil.
– Una colonia entera.
– ¿Eres experta en murciélagos?
– Los he oído susurrar y hacían los ruidos típicos de murciélagos.
– No te creo. -Él estaba acostumbrado a dormir a sus anchas, y cuando se acomodó, le rozó la pantorrilla con la rodilla. Inexplicablemente, ella había comenzado a relajarse.
– Más me valdría dormir con una maldita momia -se quejó él.
– No insistas, no pienso quitarme los vaqueros.
– Si realmente me lo propusiera, no me resultaría difícil quitártelos. Para tu información, me llevaría menos de treinta segundos. Por desgracia para ti, no estoy en plena forma esta noche.
Dean no debería de estar pensando en sexo mientras su madre se moría. La opinión que tenía de él cayó en picado.
– Calla y duérmete.
– Tú te lo pierdes.
El viento soplaba afuera. Una rama golpeó suavemente la ventana. Cuando la respiración de Dean se hizo profunda y regular, los rayos de luna se reflejaron en los viejos suelos de madera y la chimenea; Blue soltó un suspiro de satisfacción. Él se quedó en su lado de la cama. Ella se quedó en el suyo.
Sólo por un rato.
En una casa sin puertas, se oyó cerrar una de golpe. Blue abrió poco a poco los ojos, recreándose en un delicioso sueño erótico. Pálidos rayos de luz entraban en la habitación, y ella cerró los ojos de nuevo intentando recordar la sensación de unos dedos cerrándose sobre sus senos y una mano deslizándose dentro de sus pantalones.
Otra puerta se cerró ruidosamente. Sintió algo duro contra la cadera. Abrió los ojos de golpe. Una voz grave le susurró una obscenidad cerca del oído, una mano que no era suya se ahuecaba su pecho y otra se movía dentro de los vaqueros. Alarmada, se despertó por completo. Eso no era un sueño.
– Ya han llegado los carpinteros -se oyó decir a una mujer no demasiado lejos-. Si no queréis tener compañía será mejor que os levantéis.
Blue empujó el brazo de Dean, pero él se tomó su tiempo para apartar las manos de Blue.
– ¿Qué hora es?
– Las siete-contestó April.
Blue se bajó bruscamente la camiseta y enterró la cara en la almohada. Esto no había formado parte de su plan cuando decidió quedarse con él.
– Aún es temprano -protestó él.
– No en una obra -contestó April-. Buenos días, Blue. Hay café y donuts abajo. -Blue se dio la vuelta y la saludó con desgana. April le devolvió el gesto con la mano y desapareció.
– Qué mierda -masculló él. Luego bostezó. A Blue no le gustó. Lo mínimo que podía hacer él era mostrar un poco de frustración sexual.
Ella se dio cuenta de que aún se encontraba bajo los efectos del sueño.
– Pervertido. -Salió de la cama. No podía permitirse perder la cabeza por ese hombre, ni siquiera en sueños.