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– Por eso le pedí que se casara conmigo.

– Tiene los ojos inocentes de una niña, pero además hay algo sexy en ella.

Como un libro de rimas infantiles de Mamá Ganso no apto para menores.

– No es que no sea guapa -continuó April- aunque podría mejorar. No sé. Sea lo que sea, ella no parece consciente de ello.

– Es un desastre. -Demasiado tarde, se acordó que debía mostrarse loco por ella-. Que esté enamorado de ella no quiere decir que esté ciego. Me siento atraído por su personalidad.

– Ya, de eso me he dado cuenta.

Cogió el azadón y se dispuso a arrancar la maleza que rodeaba un rosal. Sabía que era un rosal porque le quedaban un par de rosas.

– ¿Te enteraste de lo de Marli Moffatt? -dijo ella.

El azadón dio contra una piedra.

– Imposible no hacerlo. Sale en todas las noticias.

– Supongo que su hija acabará viviendo con la hermana de Marli. Dios sabe que Jack no hará nada más que enviarle un cheque.

Dean soltó el azadón y cogió la pala otra vez.

Ella se puso a juguetear con las pulseras.

– Espero que te hayas dado cuenta de que echarme de aquí no es una buena idea, no si quieres vivir aquí con comodidad este verano. Desapareceré de tu vida en tres o cuatro semanas.

– Eso fue lo que dijiste en noviembre cuando apareciste en el partido contra los Chargers.

– No volverá a ocurrir.

Él clavó la pala en la tierra, luego la levantó. Ella había estado pendiente de infinidad de cosas durante todo el día. Era difícil reconciliar esa eficiencia con la mujer drogada que perdía a su hijo con regularidad.

– ¿Por qué debería creerte esta vez?

– Porque ya estoy harta de vivir con la culpa. No vas a perdonarme nunca, y no voy a volver a pedirte perdón de nuevo. En cuanto la casa esté terminada, me iré.

– ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Para qué esta jodida charada?

Ella se encogió de hombros, parecía aburrida… como si fuera la última cliente del bar después de que la diversión hubiera acabado.

– Creí que sería una buena idea, eso es todo.

– ¡Oye, Susan! -El electricista salido asomó la cabeza-. ¿Podrías venir un momento?

Dean desenterró otra piedra mientras April se marchaba. Ahora que había visto cómo ella manejaba esas situaciones, sabía que seria el único en salir perjudicado si la obligaba a marcharse. Siempre podía volver a Chicago hasta que la casa quedara terminada, pero no iba a permitir que April lo ahuyentara. Nunca huía de nadie, en especial de su madre. Aunque tampoco podía soportar la idea de estar a solas con ella, ni siquiera en una propiedad de cien acres, ésa era la razón por la que había dejado que Blue se quedara, más por necesidad que por impulso. Era su amortiguador.

Imaginó que un cardo era la cabeza de Blue y lo arrancó con un golpe limpio. La mentira sobre April había traspasado todos los límites. Aunque había conocido a bastantes mujeres manipuladoras, esta se llevaba la palma, pero antes de enfrentarse a ella, tenía intención de darle suficiente cuerda para que se ahorcara sola.

Cuando los carpinteros se fueron, se había deshecho de la peor parte de maleza sin cargarse las peonías. Aquel maldito hombro le dolía como un condenado, pero había estado inactivo demasiado tiempo y no le importó. Le había venido bien un poco de ejercicio físico.

Al salir del cobertizo, le llegó el olor a algo delicioso por la ventana abierta de la cocina. Blue se había puesto a cocinar, pero él no pensaba quedarse para la cena, pues no tenía ninguna duda de que Blue Había invitado a su madre a cenar.

Mientras se dirigía a la casa, sus pensamientos regresaron bruscamente a Marli Moffatt y a la hija de once años que ella había dejado atrás. Su hermanastra. La idea era surrealista. Sabía cómo se sentía uno al ser huérfano, y una cosa era segura: esa pobre niña iba a tener que valerse por sí misma, porque Jack Patriot no se encargaría de ella.

7

Riley Patriot vivía en Nashville, Tennessee, en una casa con seis columnas blancas, suelos de mármol blanco y un deslumbrante Mercedes blanco en el garaje. En la sala había un piano de cola blanco cerca de unos sofás blancos con una alfombra blanca. A Riley no le habían dejado entrar en la sala desde que lo había manchado todo con zumo de uva cuando tenía seis años.

Aunque Riley tenía ahora once años, su madre nunca había olvidado ni perdonado -no sólo el zumo de uva, sino muchas más cosas- y ahora ya era demasiado tarde. Diez días antes, un montón de gente había sido testigo de cómo su madre, Marli Moffatt, se caía al río Cumberland desde la cubierta del Old Glory. Al parecer se había golpeado la cabeza con algo al caer al agua, era de noche y tardaron en encontrarla. Ava, la enésima au-pair de Riley, la había despertado para darle la noticia.

Y hoy, una semana y media después, Riley acababa de salir en busca de su hermano.

Aunque sólo se había alejado una manzana de su casa, la camiseta se le pegaba al cuerpo, así que se abrió la cremallera del plumífero rosa. Su pantalón de pana de color lavanda era de la talla doce, pero le quedaba muy apretado. Su prima Trinity usaba la talla ocho, pero para que Riley entrara en una talla ocho tendría que ser sólo piel y huesos. Se cambió la pesada mochila de brazo. Pesaría menos si hubiera dejado el álbum en casa, pero no podía hacerlo.

Las casas de la calle por donde iba Riley estaban separadas de la carretera por un jardín delantero y no había aceras, pero sí farolas, y Riley las fue sorteando. Por ahora no la seguía nadie. Comenzaron a picarle las piernas y se intentó rascar a través de la tela de pana, pero fue peor. Cuando llegó al destartalado coche rojo de Sal, aparcado al final de la siguiente manzana, estaba ardiendo.

Sal, el muy tonto, había aparcado el coche bajo una farola, y estaba fumando un cigarrillo con rápidas caladas. Cuando la vio, se puso a mirar hacia todos lados como si pensara que la policía podía aparecer en cualquier momento.

– Dame la pasta -le dijo cuando se acercó al coche.

A Riley no le gustaba estar parados bajo la luz donde cualquiera que pasara podía verlos, pero discutir con él le llevaría más tiempo que darle el dinero. Riley odiaba a Sal. Trabajaba de jardinero para la empresa de su padre cuando no estaba en el instituto, por eso lo conocía, pero no era por eso por lo que lo odiaba. Lo odiaba porque se tocaba cuando pensaba que nadie lo miraba, y escupía y decía cosas sucias. Pero tenía diecisiete años, y como ya tenía el carnet de conducir desde hacía cuatro meses, Riley le había pagado para que la llevara. No era un buen conductor, pero hasta que Riley cumpliera los diecisiete años no tenía otra elección.

Sacó el dinero del bolsillo delantero de la mochila verde.

– Cien dólares ahora. Te daré el resto después de llegar a la granja. -Había visto suficientes películas antiguas para saber que no tenía que entregar el dinero de una vez.

Él la miraba como si quisiera mangarle la mochila, pero no le habría servido de nada, porque había escondido el resto del dinero en el calcetín. Sal contó los billetes, lo que era una grosería ya que ella estaba delante y era como decirle que era una timadora. Al final, se metió el dinero en el bolsillo de los vaqueros.

– Si mi viejo se entera de esto, me dará una paliza.

– Por mí no se va a enterar. Si lo hace será porque tú eres un bocazas.

– ¿Qué le has dicho a Ava?

– Peter se ha quedado a dormir. No se dará cuenta de nada. -La au-pair de Riley había venido de Alemania dos meses antes. Peter era el novio de Ava, y se andaban besando todo el rato. Cuando la madre de Riley estaba viva, Ava no podía meter a Peter en casa, pero su madre ya no estaba y él dormía en su casa todas las noches. Ava no se daría cuenta de que Riley se había fugado hasta la hora del desayuno, y tal vez ni siquiera entonces, porque al día siguiente no tenían clase con motivo del claustro de profesores por el final del curso. Riley había dejado una nota en la puerta de Ava diciendo que le dolía el estómago y que no la molestara.