Si no recordaba mal estaban subiendo esa cuesta cuando llamó el padre de Sal, aunque no estaba demasiado segura. Recogió la mochila y echó a andar porque no podía quedarse allí parada. La noche no era tan silenciosa como había pensado. Escuchó el ulular de un búho, que le pareció espeluznante, el viento susurró entre los árboles, y oyó ruidos serpenteantes que esperaba que no fueran serpientes porque le daban pánico. No importaba cuánto lo intentara, simplemente no podía evitar gemir de miedo.
Comenzó a pensar en su madre. Riley había vomitado cuando Ava le dio las noticias. Al principio, sólo podía pensar en sí misma y lo que le ocurriría. Pero luego recordó las canciones absurdas que su madre le solía cantar. Había sido cuando Riley era una dulce niñita, antes de engordar y dejar de gustarle. Durante el funeral, Riley intentó imaginar qué había sentido su madre cuando se le llenaron los pulmones de agua, y se había puesto a llorar de tal manera que Ava la había tenido que sacar de la iglesia. Luego, su padre le prohibió ir al cementerio para el entierro, y tuvo una gran discusión con la tía Gayle al respecto, pero a su padre no le asustaba la tía Gayle como a todos los demás, así que Ava se llevó a Riley a casa y la dejó comer todas las palomitas que quiso antes de meterse en la cama.
La brisa alborotó el pelo de Riley, que era tan oscuro como las ramas, no era rubio como el de su madre, su tía y Trinity.
«Es un bonito color, Riley. Negro como la noche.»
Eso es lo que Riley suponía que le diría su hermano mayor de su pelo. Sería su mejor amigo.
Cuanto más subía la cuesta, más le costaba respirar y apenas podía mantener el ritmo por el viento que le daba en la espalda. Se preguntó si su madre estaría allí arriba con Dios vigilándola y buscando la mejor manera de ayudarla. Pero si en verdad su madre estaba en el Cielo, lo más seguro es que estuviera hablando con sus amigos por teléfono y fumando.
A Riley le ardían las piernas donde se rozaban y le dolía el pecho. Si estaba yendo en la dirección correcta, ¿por qué aún no había visto ninguna indicación? La mochila le pesaba tanto que la arrastraba. Si moría allí, los lobos se comerían su cara antes de que alguien la encontrara y entonces nadie sabría que ella era Riley Patriot, la hija de Jack Patriot.
Todavía no había llegado a lo alto de la cuesta cuando vio un letrero metálico doblado. La granja Callaway. Esa carretera también era cuesta arriba. El asfalto estaba agrietado en los laterales, y tropezó. Se le desgarraron los pantalones y se echó a llorar, pero se obligó a levantarse. Esta carretera no era recta como la otra, y tenía curvas que la asustaban porque no sabía qué encontraría en el otro lado.
En ese momento, casi no le importaba morir, pero no quería que un lobo le comiera la cara, así que continuó. Por fin, llegó al final de la cuesta. Intentó visualizar la granja abajo, pero estaba demasiado oscuro. Los dedos del pie se le clavaron en las punteras de las deportivas cuando comenzó a bajar. Finalmente, el bosque se despejó dejando a la vista una alambrada. El viento frío le helaba las mejillas, pero sudaba bajo el plumífero rosa. Le parecía que ya había caminado doscientos kilómetros, ¿y si hubiera pasado por delante de la granja sin verla?
Al final de la cuesta, vio una forma. ¡Un lobo! El corazón se le subió a la garganta. Se detuvo. A esas alturas debería de estar amaneciendo, pero no lo estaba. La forma no se movió. Dio un paso, luego otro, acercándose cada vez más y más, hasta que se percató de que se trataba de un viejo buzón. Allí ponía algo, pero estaba demasiado oscuro para verlo, y lo más probable era que ni siquiera fuera el nombre de su hermano ya que las personas como su padre y su hermano no dejaban que la gente supiera dónde vivían. Bueno, ésa tenía que ser su granja, así que continuó.
A partir de ahí la carretera era todavía peor; era grava sin asfalto y los grandes árboles lo oscurecían todo aún más. Se volvió a caer, haciéndose daño en la palma de las manos. Al final, dobló una curva donde se interrumpían los árboles y vio una casa, pero no tenía luz. Ni siquiera una en el porche delantero. Su casa de Nashville tenía detectores de movimiento, y si se acercaba un ladrón se encendía todo. Ojala esa casa también los tuviera, pero sabía que no había cosas así en el campo.
Con la mochila en la mano se acercó aún más. Vio más edificios. La forma de un granero. Debería haber pensado qué haría si no había nadie despierto. Su madre odiaba que la despertaran muy temprano. Tal vez a su hermano también le molestara, o peor aún, ¿y si su hermano no estaba allí? ¿Y si todavía estaba en Chicago? Eso era lo único en lo que no había querido pensar.
Necesitaba un lugar para descansar hasta que amaneciera. Le asustaba ir al granero, así que lentamente se encaminó hacia la casa.
8
Unos débiles rayos de luz se filtraban a través de las cortinas de encaje de la diminuta ventana que había sobre la cabeza de Blue. Era demasiado temprano para levantarse, pero se había bebido un vaso grande de agua antes de dormir, y la caravana gitana, a pesar de todas sus comodidades, no tenía cuarto de baño. Blue nunca había pasado la noche en un lugar tan maravilloso. Había sido como dormirse en medio de un cuento de hadas para reencontrarse con un apasionado príncipe gitano de pelo rubio con quien había bailado toda la noche alrededor del fuego de campamento.
No se podía creer que hubiera soñado con él. Lo cierto es que Dean era exactamente el tipo de hombre que inspiraría escandalosas fantasías en cualquier mujer, pero no en una tan realista como ella. Desde la mañana anterior había sido demasiado consciente de él en todos los sentidos, y necesitaba expulsarlo de su mente.
El suelo de madera del carromato estaba frío. Había pasado la noche con una camiseta naranja que decía: Mi CUERPO POR UNA CERVEZA y unos pantalones flojos de yoga que no habían visto jamás una clase de yoga, pero que eran supercómodos. Tras ponerse las chanclas, salió al frío aire matutino. Sólo las aves quebraban la quietud de la mañana, ni cubos de basura, ni sirenas ni cláxones de camiones dando marcha atrás. Se dirigió a la casa y entró por la puerta lateral. Con la luz matutina, los muebles blancos de la cocina y los tiradores rojos brillaban contra las encimeras nuevas de esteatita.
Don 't sit under the apple tree…
La noche anterior, Dean había cubierto con plástico negro todos los huecos de las puertas de los cuartos de baño antes de irse, y tuvo que ir al aseo que había debajo de las escaleras. Como todos los demás, ese cuarto de baño estaba diseñado especialmente para él; el lavabo era alto y el techo inclinado estaba a suficiente altura para que Dean no se golpeara la cabeza. Blue se preguntó si él se había dado cuenta de cómo lo había personalizado todo su madre. O tal vez April se había limitado a seguir las órdenes de Dean.
Mientras se hacía el café, encontró algunas tazas en las cajas con enseres de cocina que se desempacarían cuando la cocina estuviera pintada. Los platos sucios le recordaron la cena que había compartido con April. Dean se había disculpado, diciendo que tenía cosas que hacer. Blue se apostaba lo que fuera a que esas cosas incluían una rubia, una morena y una pelirroja. Abrió la puerta de la nevera para sacar la leche y observó que Dean había dado buena cuenta de las sobras de camarones al estilo criollo. A juzgar por lo poco que quedaba en el plato, el sexo le despertaba el apetito.
El agua cayó en el fregadero cuando se puso a lavar algunos platos para el desayuno. Las tazas blancas tenían franjas rojas en el borde y los tazones tenían impresas cerezas de color rojo. Se sirvió café, añadió un chorrito de leche y se dirigió a la parte delantera de la casa. Al llegar al comedor, se detuvo en la puerta. La noche anterior April le había dicho que estaba considerando la idea de que pintaran allí unos murales de paisajes, y le había preguntado si ella hacía ese tipo de cosas. Blue le había dicho que no, pero no era cierto del todo. Había hecho bastantes murales -mascotas para clínicas veterinarias, logotipos comerciales para oficinas, algún verso de la Biblia en la pared de la cocina- pero se negaba a pintar paisajes. Los profesores de la universidad habían criticado con demasiada rudeza los únicos que había pintado en clase, y ella odiaba sentirse incompetente.