Salió por la puerta principal. Tomando unos sorbos de café se acercó a las escaleras para observar la niebla matutina. Al girarse para mirar un grupo de aves que estaba posado en el techo del granero, se sobresaltó y se salpicó la muñeca de café. Una niña yacía profundamente dormida en la esquina del porche.
Debía tener unos trece años más o menos, aunque no había perdido la grasa infantil, así que podía ser menor. Llevaba un sucio plumífero rosa de marca y pantalones color lavanda llenos de lodo que tenían un roto con forma de V en la rodilla. Blue se lamió el café de la muñeca. El pelo alborotado y rizado de la niña cubría una mejilla redonda y sucia. Se había quedado dormida en una posición incómoda, con la espalda pegada a la mochila verde oscuro que había colocado contra la esquina del porche. Tenía la piel aceitunada, las cejas oscuras y la nariz recta, y se mordía las uñas. Pero a pesar de la suciedad, su ropa parecía cara, igual que las deportivas. Esa niña llevaba la palabra «ciudad» escrita en la frente; otra nómada había llegado a la granja de Dean.
Blue dejó la taza y se acercó a la niña. Se acuclilló a su lado y le tocó con suavidad en un brazo.
– Oye, tú… -susurró.
La chica se incorporó de golpe y abrió los ojos con brusquedad. Eran de color miel.
– No pasa nada -dijo Blue, intentando calmar el miedo que vio en su mirada-. Buenos días.
La niña hizo un esfuerzo por levantarse y la ronquera matutina profundizó su suave acento sureño.
– Yo… no he roto nada.
– No hay mucho que romper.
Riley se apartó el pelo de los ojos.
– No quería quedarme dormida.
– No escogiste una cama demasiado confortable. -Parecía demasiado nerviosa para que Blue la interrogara-. ¿Quieres desayunar?
La niña se mordió el labio inferior. Tenía rectos los dientes delanteros, pero se veían demasiado grandes para su cara.
– Sí, señora. ¿No le importa?
– Estaba esperando que alguien me hiciera compañía. Me llamo Blue.
La niña se levantó con dificultad y cogió su mochila.
– Me llamo Riley. ¿Sirves aquí?
Estaba claro que esa niña pertenecía a la clase privilegiada.
– Pues si sirvo o no sirvo -contestó Blue- depende de mi estado de ánimo.
Riley era demasiado joven para captar la broma de un adulto.
– ¿Vive alguien aquí?
– Yo. -Blue abrió la puerta principal y le hizo un gesto a Rileypara que entrara.
Riley miró con atención el interior. Su voz temblaba de desilusión.
– No hay nada. No hay muebles.
– Alguno sí. La cocina está casi acabada.
– ¿Pero ahora no vive nadie aquí?
Blue decidió pasar por alto la pregunta hasta descubrir lo que buscaba la niña.
– Tengo hambre. ¿Y tú? ¿Prefieres huevos o cereales?
– Cereales, por favor. -Arrastrando los pies, Riley la siguió por el vestíbulo hasta la cocina.
– El cuarto de baño está allí. Aún no tiene puerta, pero los pintores tardarán un poco en llegar, así que si quieres lavarte, nadie te molestará.
La chica miró alrededor, se fijó en el comedor y luego en las escaleras antes de dirigirse al cuarto de baño con la mochila.
Blue había dejado algunos alimentos imperecederos en las bolsas hasta que los pintores terminaran. Entró en la despensa y cogió unas cajas de cereales. Cuando Riley regresó con la mochila y el plumífero en la mano, Blue colocó todo sobre la mesa, incluyendo una jarrita llena de leche.
– Elige.
Riley se llenó el tazón de Honey Nut Cheerios y añadió tres cucharillas de azúcar. Se había lavado las manos y la cara, y algunos rizos se le pegaban a la frente. Los pantalones le quedaban demasiado ajustados, igual que la camiseta blanca con la palabra SEXY estampada en brillantes letras púrpura. Blue no podía imaginar una palabra menos apropiada para describir a esa niña tan seria.
Se frió un huevo para ella, se hizo una tostada y llevó su plato a la mesa. Esperó a que la niña hubiera acabado antes de comenzar a hablar.
– Tengo treinta años. ¿Cuántos años tienes tú?
– Once.
– Eres muy joven para andar sola por el mundo.
Riley dejó la cuchara en el tazón.
– Estoy buscando a… alguien. Una especie de familiar. No… no un hermano ni nada así -añadió rápidamente-. Algo como un primo. Creí… que podría estar aquí.
En ese momento, se abrió la puerta trasera y se oyó el tintineo de unas pulseras. April apareció al instante.
– Tenemos compañía -dijo Blue-. La encontré dormida en el porche. Te presento a mi amiga Riley.
April giró la cabeza y un aro plateado asomó entre su pelo.
– ¿En el porche?
Blue dejó la tostada.
– Esta buscando a un familiar.
– Los carpinteros llegarán pronto. -April le dedicó a Riley una sonrisa-. ¿O tu pariente es uno de los pintores?
– Mi… mi pariente no trabaja aquí-balbuceó Riley-. Se… se supone que vive aquí.
La rodilla de Blue chocó ruidosamente contra la pata de la mesa. La sonrisa de April desapareció.
– ¿Que vive aquí?
La chica asintió con la cabeza.
– ¿Riley? -April se agarró al borde de la mesa-. ¿Cómo te apellidas?
Riley inclinó la cabeza sobre el tazón de cereales.
– No quiero decírtelo.
April palideció.
– Eres la hija de Jack, ¿verdad? La hija de Jack y Marli.
Blue casi se atragantó. Una cosa era sospechar el parentesco entre Dean y Jack Patriot, y otra confirmarlo. Riley era hija de Jack Patriot, y a pesar de su torpe intento por ocultarlo, el familiar que estaba buscando sólo podía ser Dean.
Riley se apartó un mechón de pelo de la cara mientras seguía mirando el tazón.
– ¿Me conoces?
– Yo…, sí-dijo April-. ¿Cómo has llegado hasta aquí? Vives en Nashville.
– Estoy de paso. Con una amiga de mi madre. Tiene treinta años.
April no señaló la obviedad de la mentira.
– Siento lo de tu madre. ¿Tu padre sabe dónde estás? -El semblante de April se endureció-. Por supuesto que no lo sabe. No tiene ni idea, ¿verdad?
– La mayor parte del tiempo no sabe por dónde ando. Pero es muy simpático.
– Simpático… -April se frotó la frente-. ¿Y quién se encarga de ti?
– Tengo una au-pair.
April cogió el bloc de notas que había dejado sobre la encimera la noche anterior.
– Dame su número para llamarla.
– No creo que se haya levantado aún.
April cerró los ojos.
– Te aseguro que no le importará que la despierte.
Riley apartó la mirada.
– ¿Puedes decirme si mi… mi primo vive aquí? Tengo que encontrarle.
– ¿Para qué? -dijo April entre dientes-. ¿Para qué tienes que encontrarlo?
– Porque… -Riley tragó-, porque tengo que hablarle de mí.
April soltó un tembloroso suspiro. Miró su bloc.