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– Quizá después -dijo bruscamente-. Tengo cosas que hacer. -Miró a Blue-. Dame un abrazo antes de que me vaya, cariño.

Ella se levantó, sin protestar por primera vez desde que la conocía. La aparición de Riley era un obstáculo en su plan para ocuparse de la mentira que le había contado de April, pero sólo de momento. Se acercó al centro de la caravana para no darse con la cabeza en el techo. Ella le rodeó la cintura con los brazos. El se propuso conseguir algo más, pero ella debió de leerle el pensamiento porque le pellizcó por encima de la camiseta.

– Ay.

Ella le sonrió cuando se apartó.

– ¿Me echarás de menos, bomboncíto?

El le dirigió una mirada torva, pasó por su lado y abandonó la caravana.

Tan pronto como estuvo fuera de la vista, metió la mano en el bolsillo trasero y cogió el móvil que ella había metido allí. Revisó rápidamente los menús, volvió a marcar el último número y comprobó que era el contestador de una compañía de seguros de Chattanooga.

Esa niña no tenía ni un pelo de tonta.

Ahora que tenía el móvil de Blue, aprovechó para examinar con rapidez las llamadas recibidas hasta llegar a la fecha que quería. Entró en el buzón de voz y metió la contraseña que le había observado marcar un par de días antes. Blue no había vaciado el buzón de voz y Dean escuchó el mensaje de su madre con auténtico interés.

Dentro de la caravana, Blue observaba cómo Riley volvía a meter lentamente el álbum en la mochila.

– No sabía que era tu novio -dijo ella-. Pensaba que eras la mujer de la limpieza o algo así.

Blue suspiró. Incluso a los once años, esa niña sabía que las Blue Bailey del mundo no estaban a la altura de los Dean Robillard.

– Le gustas un montón -dijo Riley con tristeza.

– Es aburrido.

April metió la cabeza en la caravana.

– Me he olvidado algo en la casita de invitados. ¿Os gustaría venir conmigo? Es un paseo agradable.

Blue todavía no se había duchado, pero mantener a Riley alejada de Dean parecía una buena idea, y sospechaba que ésa era la intención de April. Además, quería conocer la casita de invitados.

– Claro. A los bichos raros nos gustan las aventuras.

April arqueó una ceja.

– ¿Bichos raros?

– No te preocupes -dijo Riley cortésmente-. Eres demasiado bonita para ser un bicho raro.

– Alto -dijo Blue-. No podemos tener prejuicios sólo porque sea guapa. Ser un bicho raro es un estado de ánimo. April tiene mucha imaginación. Y también tiene corazón de bicho raro.

– Me siento honrada -dijo April con sequedad. Y luego le dirigió a Riley una sonrisa forzada-. ¿Quieres ver mi estanque secreto?

– ¿Tienes un estanque secreto?

– Te lo enseñaré.

Riley agarró la mochila, y ambas siguieron a April fuera de la caravana.

9

La pequeña casa de invitados se asentaba detrás de una cerca de estacas desvencijadas. Las agujas de los pinos cubrían el tejado de cinc, y cuatro pilares de madera sostenían el deteriorado porche. La pintura que una vez había sido blanca se había vuelto gris, y las contraventanas se habían quedado de un verde descolorido.

– ¿Vives aquí? -preguntó Riley.

– Sólo durante un par de meses -contestó April-. Tengo un apartamento en Los Ángeles.

Cuando Blue vio el Saab plateado con matrícula de California que había aparcado a la sombra al lado de la casa, supuso que lo de ser estilista de moda estaba muy bien pagado.

– ¿No tienes miedo por la noche? -continuó Riley-. ¿Y si aparece un secuestrador o un asesino en serie?

April las guió hasta el porche de madera chirriante.

– Ya hay suficientes cosas en la vida de las que preocuparse. Y los asesinos en serie no suelen molestarse en venir hasta aquí.

Las condujo por el porche.

Se había soltado una tabla de la puerta. April no la había cerrado y entraron en la sala, que tenía el suelo de madera y dos ventanas con cortinas de encaje. Parches de luz se filtraban por las ventanas iluminando el empapelado azul y rosa de la pared y los cuadros que allí colgaban. La habitación tenía pocos muebles: un sofá con cojines, una cómoda con tres cajones, y una mesa con una vieja lámpara de latón, una botella de agua vacía, un libro y un montón de revistas de moda.

– Hubo inquilinos aquí hasta hace seis meses -dijo April-. Me instalé en cuanto la limpiaron. -Se dirigió a la cocina que se veía al fondo-. Husmead lo que queráis mientras voy a buscar mi bloc.

No había demasiado que ver, pero Blue y Riley curiosearon en los dos dormitorios. El más grande tenía una encantadora cama con un cabecero de hierro esmaltado en blanco. Había un par de lámparas rosas en un tocador antiguo a juego con las mesillas. April había adornado la cama con un montón de cojines y un cubrecama color lavanda combinado con los ramilletes de flores del empapelado pálido. Con una alfombra y algunos adornos más, la habitación podría haber aparecido en cualquier revista de mercadillos.

El cuarto de baño con toallas verde mar no era tan encantador; ni tampoco la cocina, que tenía la encimera gastada y un suelo de linóleo imitando losetas rojas. Aun así, el frutero de mimbre con peras y el jarrón de barro lleno de flores sobre la mesa daban un toque hogareño.

April entró en la cocina tras ellas.

– No encuentro mi bloc por ningún lado. He debido dejarlo en la casa. Riley, hay una manta en el armario del dormitorio, ¿puedes ir por ella? Así podremos sentarnos junto al estanque. Llevaré también té helado.

Riley fue a por la manta mientras April vertía té helado en tres vasos azules. Los llevaron fuera. Detrás de la casita, el estanque brillaba bajo el sol, y se reflejaban en él los sauces que rodeaban la orilla. Las libélulas zumbaban sobre el agua, y una familia de patos nadaba cerca de un árbol caído que formaba un embarcadero natural. April las guió hacia dos sillas rojas metálicas algo abolladas con respaldos de rejilla que miraban al estanque. Riley estudió el agua con reticencia.

– ¿Hay serpientes?

– He visto un par tomando el sol sobre ese tronco caído. -April se acomodó en una silla mientras Blue se sentaba en la otra-. No parecían tener miedo. ¿Sabías que las serpientes son muy suaves?

– ¿Las has tocado?

– No a ésas.

– Jamás tocaría una serpiente. -Riley dejó caer la mochila y la manta al lado de las sillas-. Me gustan los perros. Cuando sea mayor, voy a tener una granja con muchos perros.

April sonrió.

– Parece estupendo.

También se lo parecía a Blue. Imaginó cielos azules, nubes blancas y algodonosas y un prado cubierto de hierba verde con un montón de perritos correteando por ahí.

Riley extendió la manta. Sin levantar la vista, dijo:

– Eres la madre de Dean, ¿no?

April detuvo la taza de té de camino a su boca.

– ¿Cómo lo has sabido?

– Sé que su madre se llama April. Y Blue te llamó así.

April tomó un sorbo con lentitud antes de contestar.

– Sí, soy su madre. -Pero no intentó mentirle a Riley. Le contó que Dean y ella tenían una difícil relación y, brevemente, le explicó la charada sobre Susan O'Hara. Riley, que parecía comprender los problemas familiares de las celebridades, se quedó satisfecha.

Tantos secretos, pensó Blue. Tiró de la camiseta que ponía MI CUERPO POR UNA CERVEZA.

– Aún no me he duchado. Aunque tampoco se notaría la diferencia si lo hiciera. No me importa demasiado la ropa.

– Te importa a tu manera -dijo April.

– ¿Qué quieres decir?

– Tu ropa es un camuflaje.

– No es un camuflaje, la uso por comodidad. -No era exactamente verdad, pero no estaba dispuesta a revelar más sobre sí misma.