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– No se te ocurra volver a mentirme nunca más. Si lo haces otra vez, te largas, ¿entendido?

– Eso no es justo. Me encanta mentirte. Hace mi vida más fácil.

– Atente a lo dicho. Te has pasado de la raya.

Ella finalmente se rindió.

– Lo sé. Perdona. De verdad. -Sintió el extraño deseo de tirar de los imponentes labios de Dean hasta que lucieran la amplia y encantadora sonrisa a la que estaba acostumbrada-. No te culpo por estar enfadado. Estás en tu derecho. -No pudo resistirse a preguntar-. ¿Cuándo te diste cuenta?

Le soltó los hombros, pero permaneció donde estaba, cerniéndose sobre ella.

– Anteanoche, una media hora después de salir de la casa.

– ¿Sabe April que lo sabes?

– Sí.

April bien podía haber compartido esa información con ella.

– Al menos sé algo bueno de mi madre -dijo estudiándola fijamente-, no tengo que preocuparme de que me vacíe mis cuentas bancarias.

Un cuervo graznó a lo lejos. Ella retrocedió un paso.

– ¿Cómo sabes eso?

– Los dos podemos jugar al mismo juego, Blue. No te metas en mis asuntos privados, y yo no me meteré en los tuyos.

Debía haber oído su buzón de voz cuando le pasó el teléfono. No podía echarle la bronca por mucho que odiara que supiera lo de Virginia. Al final, él se apartó de ella para mirar el pasto. Una bandada de pájaros chilló cuando alzó el vuelo en estampida desde la hierba alta.

– ¿Qué vas a hacer con Riley? -preguntó Blue.

Él se giró con rapidez.

– ¡No puedo creerlo! ¿No acabamos de hablar de no entrometernos en nuestros asuntos privados?

– Riley no es un asunto privado. Fui yo quien la encontró, ¿vale?

– No voy a hacer nada -declaró él-. April localizó a uno de los lacayos de Mad Jack hace un par de horas. Va a venir alguien a recogerla.

– Como si fuera una bolsa de basura. -Se giró para dirigirse al coche.

– Ésa es su forma de actuar -dijo Dean a sus espaldas-. Su responsabilidad se limita a firmar unos cheques y contratar a alguien que le haga el trabajo sucio.

Blue lo miró. Dean no se había apartado de la valla.

– ¿Vas a hablar con ella? -preguntó ella.

– ¿De qué? ¿De que voy a ocuparme de ella? -Le dio un puntapié al oxidado poste de la valla-. No puedo hacerlo.

– Creo que ayudaría que le prometieras mantenerte en contacto con ella.

– Ella quiere mucho más de mí. -Se acercó a ella-. No me des más problemas, ¿vale? Ya te he pagado la fianza y la multa.

Típico. Volvía a atacarla de nuevo. Tuvo que entrecerrar los ojos ante el sol para poder devolverle la mirada.

– Te lo devolveré tan pronto como pueda.

– Tenemos un trato, ¿recuerdas?

– ¿Puedes recordarme en qué consistía exactamente?

En vez de contestar, la examinó con actitud crítica.

– ¿Has considerado dejar tu pelo en manos de un profesional que no trabaje en una guardería con tijeras de plástico?

– Estoy demasiado ocupada.

– Deja de ser tan terca. -Curvó la mano sobre el hombro de Blue y le dirigió una mirada ardiente que hizo que le flaquearan las rodillas. Ella sabía que le había dirigido esa misma mirada a miles de mujeres, pero el largo día había minado sus defensas. Siguió mirando fijamente sus ojos, oscuros como el mar. Comprendió el peligro que corría. Él era un seductor nato y tenía todo un arsenal sexual a su disposición. Pero ella siguió sin moverse. Ni un solo centímetro.

Él inclinó la cabeza, y sus bocas se encontraron a medio camino. Los sonidos de las aves y la brisa se desvanecieron. Blue abrió los labios para él. La tocó con la lengua. Un cosquilleo de placer se extendió por su cuerpo. El beso se volvió más profundo, y un estallido de colores invadió su mente. Se había entregado a él como todas las demás. Se había dejado llevar sin ofrecer la más mínima resistencia.

Saberlo aplacó su ardor. Tener un sueño erótico con un príncipe gitano era una cosa, pero actuar como si el sueño fuera real era otra totalmente diferente. Lo empujó, parpadeó y se alejó trastabilleando.

– Qué desastre. Caramba, lo siento. De haber sabido que besabas tan mal, no habría bromeado con lo de que eras gay.

Él curvó la comisura de la boca, y sus ojos la recorrieron perezosamente con la seguridad de un hombre que se sabe un buen amante.

– Sigue luchando, campanilla. Sólo conseguirás que la victoria sea más dulce.

Blue quiso arrojarle un cubo de agua fría sobre la cabeza. Pero se conformó con lanzarle una mirada despectiva e ignorar sus palabras antes de dirigirse hacia el camino de tierra que llevaba a la granja.

– Volveré caminando. Necesito estar sola para mantener una larga y dura charla conmigo misma acerca de mi falta de sensibilidad.

– Buena idea. Yo necesito estar solo para poder imaginarte desnuda.

Ella se sonrojó y apuró el paso. Por fortuna, la granja estaba a menos de dos kilómetros. Detrás de ella, el Vanquish rugió al volver a la vida. Lo oyó dar marcha atrás para dar la vuelta. Luego, el coche se detuvo a su lado y se bajó la ventanilla del conductor.

– Oye, campanilla, me olvidaba de algo.

– ¿De qué?

Él se puso rápidamente las gafas de sol y sonrió.

– Me olvidé de darte las gracias por defender a Riley de esa viejecita.

Y luego se fue.

Riley apenas tocó la cena que había hecho Blue.

– Es probable que sea Frankie el que venga a buscarme -dijo ella, dejando en un lado del plato el higo que Blue había añadido a las albóndigas-. Es el guardaespaldas favorito de mi padre.

April se acercó a la mesa y le puso la mano en el hombro.

– Lo siento, pero tenía que decirle que estabas aquí.

Riley inclinó la cabeza. Otra decepción más en su joven vida. Un rato antes, Blue había intentado distraerla invitándola a hornear brownies, pero se le habían pasado las ganas cuando había entrado Dean y se había negado bruscamente a la súplica ansiosa de Riley de mirar su álbum. Creía hacer lo correcto, pero Riley tenía sus mismos genes, y Blue deseó que él le dedicase un poco de su tiempo. Sabía lo que él diría si lo presionaba. Diría que Riley quería mucho más que un poco de su tiempo, y tenía razón.

De todas maneras él ya se había marchado y ella aprovechó para recuperar el equilibro y poner en orden sus prioridades. Su vida ya era lo suficientemente complicada en ese momento para que encima se convirtiera en otra de las fáciles conquistas de Dean Robillard.

Riley se acercó al plato de brownies que Blue había preparado ella sola, y luego se detuvo.

– Esa mujer tenía razón -dijo con suavidad-. Estoy gorda.

April dejó el tenedor con un tintineo.

– La gente no debería tener prejuicios sobre sí misma. Si piensas sólo en la parte negativa, o en los errores que has cometido, te quedarás paralizada. ¿Vas a llenarte la mente de basura… de lo que no te gusta de ti misma… o prefieres sentirte orgullosa de quién eres realmente?

La vehemencia de April provocó un ligero temblor en los labios de Riley.

– Solo tengo once años -dijo con voz queda.

April dobló la servilleta.

– Es verdad. Lo siento. Supongo que estaba pensando en otra persona. -Le dirigió a Blue una sonrisa demasiado brillante-. Riley y yo lavaremos los platos, ve a relajarte.

Terminaron limpiando codo con codo. April intentó distraer a Riley con una conversación sobre ropa y estrellas de cine. Uno de los inocentes comentarios de Riley reveló que Marli le había comprado a propósito ropa demasiado pequeña, esperando avergonzarla para que perdiera peso. Al poco rato, April se excusó para marcharse a la casita de invitados. Intentó convencer a Riley para que se fuera con ella hasta que llegara el ayudante de su padre, pero Riley aún esperaba que Dean regresara.